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MISA CRISMAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Jueves Santo 31 de marzo de 1994

 

"Mirarán al que traspasaron".
"Videbunt in quem transfixerunt"
(Jn 19, 37; cf. Ap 1, 7; Za 12, 10)

Amadísimos hermanos en el sacerdocio:

1. Con esta eucaristía entramos plenamente en el sagrado Triduo pascual. ¡Qué expresivas son las palabras del evangelista Juan! En ellas se halla encerrado todo el misterio de estos tres días.

El que vino a nosotros, ungido con la plenitud del Espíritu Santo, se convertirá, ante los ojos de los hombres, en holocausto para la redención del mundo; será humillado hasta la muerte, y muerte de cruz. Su costado será traspasado por una lanza, como confirmación de que murió de verdad (cf. Jn 19, 33-34). Pero, al tercer día, saldrá del sepulcro, para que los hombres vean y crean que "la muerte no tiene ya señorío sobre él" (Rm 6, 9).

Los Apóstoles lo vieron con sus propios ojos, de forma que pudieron ser testigos fidedignos de la vida nueva que hay en él para la salvación del mundo. El es el alfa y la omega, "aquel que es, que era y que va a venir, el todopoderoso" (Ap 1, 8).

2. Nos ha hecho partícipes de su sacerdocio. De. forma especial, la celebración de hoy hace actual ese don. En estos momentos sentimos más fuerte que nunca esta gracia. Hoy damos gracias con más intensidad que nunca por esta participación. Y ahora deseamos más que nunca estar con él. Deseamos estar juntos como presbiterio de la Iglesia. Ésta es nuestra verdadera fiesta, el momento en que todos los sacerdotes forman unidad en torno a su obispo. Una comunión que manifestamos celebrando juntos la eucaristía. La carta que el Papa dirige con ocasión del Jueves Santo a todos sus hermanos en el ministerio sacerdotal pone de relieve esa comunión.

En este momento, queremos dar gracias también a la Congregación para el clero por el bien que hace a los sacerdotes, por la solicitud y el amor con que los abraza a todos.

3. Junto con la carta, que todos los años se entrega con ocasión del Jueves Santo, los sacerdotes reciben este año la "Carta a las familias". Quiera Dios que se sientan corresponsales activos de la gran causa que constituye la familia en la Iglesia y en el mundo.

Al renovar las promesas sacerdotales, recordemos con gratitud a las familias en que hemos nacido y en que surgió nuestra vocación al sacerdocio ministerial. Pensemos en nuestros padres, en nuestros hermanos y hermanas, en todas los que, desde nuestros primeros años de vida, han estado presentes en el camino de nuestra llamada, así como en todos aquellos hacia quienes nos sentimos deudores. Pensemos en todos, tanto en los que viven como en los que están ya en la casa del Señor.

Toda familia debe sentirse abrazada por nosotros con el mismo amor con que Cristo la abrazó en el momento de la institución del sacramento del amor. Ojalá que toda familia vea este corazón de Cristo, que tanto nos amó, un corazón que ahora, el Viernes Santo, es traspasado en la cruz. Así, en la Iglesia, el Año de la familia ha de convertirse en "el año de gracia del Señor" (cf. Is 61, 2).

4. Queridos hermanos, el Obispo de Roma desea hoy, desde este altar, dar gracias a cada uno de vosotros por todo lo que sois y por todo lo que hacéis. Estad seguros de que vuestra recompensa será Cristo mismo. El que dijo a los Apóstoles: "No os llamo ya siervos (...). A vosotros os he llamado amigos" (Jn 15, 15), os repite esas mismas palabras. ¿Puede haber don mayor que la amistad de nuestro Redentor?

A él "sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (Hb 13, 21).

 



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