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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA PARROQUIA ROMANA
DE SAN ANDRÉS AVELLINO


Domingo 16 de febrero de 1997

 

1. «Yo hago un pacto con vosotros» (Gn 9, 8).

La liturgia de la Palabra de este primer domingo de Cuaresma nos presenta la alianza que Dios establece con los hombres y con la creación, después del diluvio, a través de Noé. Hemos vuelto a escuchar las solemnes palabras que pronunció Dios: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron (...). Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra» (Gn 9, 9-11).

Esta alianza tiene su valor típico en el Antiguo Testamento. Dios, creador del hombre y de todos los seres vivos, en cierto sentido había aniquilado con el diluvio cuanto él mismo había creado. Ese castigo tuvo como causa el pecado, difundido en el mundo después de la caída de nuestros primeros padres.

Sin embargo, las aguas no exterminaron a Noé y a su familia, y tampoco a los animales que había recogido en el arca. De ese modo, se salvaron el hombre y los demás seres vivos que, habiendo sobrevivido al castigo del Creador, constituyeron después del diluvio el comienzo de una nueva alianza entre Dios y la creación.

Esa alianza tuvo su signo tangible en el arco iris: «Pondré mi arco en el cielo —dice Dios—, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros» (Gn 9, 13-15).

2. Las lecturas de hoy nos permiten, por tanto, mirar de un modo nuevo al hombre y al mundo en el que vivimos. En efecto, el mundo y el hombre no sólo representan la realidad de la existencia en cuanto expresión de la obra creadora de Dios; también son la imagen de la alianza. Toda la creación habla de esta alianza.

A lo largo de las diversas épocas de la historia los hombres han seguido cometiendo pecados, tal vez incluso mayores que los descritos antes del diluvio. Sin embargo, las palabras de la alianza que Dios estableció con Noé nos permiten comprender que ya ningún pecado podrá llevar a Dios a aniquilar el mundo que él mismo creó.

La liturgia de hoy abre ante nuestros ojos una visión nueva del mundo. Nos ayuda a tomar conciencia del valor que el mundo tiene a los ojos de Dios, quien incluyó toda la obra de la creación en la alianza que selló con Noé, y se comprometió a salvarla de la destrucción.

3. El miércoles pasado, con la imposición de la ceniza, comenzó la Cuaresma, y hoy es el primer domingo de este tiempo fuerte, que hace referencia al ayuno de cuarenta días que Jesús empezó después de su bautismo en el Jordán. A este propósito, san Marcos, que nos acompaña este año en la liturgia dominical, escribe: «El Espíritu impulsó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían» (Mc 1, 12-13).

San Mateo, en el pasaje paralelo, anota sólo la respuesta que el Señor dio al tentador que lo provocaba para que transformara las piedras en panes: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4, 3). Jesús respondió: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Aleluya). Esta es una de las tres respuestas de Cristo a Satanás, que trataba de engañarlo y vencerlo, haciendo referencia a las tres concupiscencias de la naturaleza humana caída. En el umbral de la Cuaresma, la victoria de Cristo contra el diablo constituye, en cierta manera, una invitación a vencer el mal con el esfuerzo ascético, una de cuyas manifestaciones es el ayuno, a fin de vivir este período con autenticidad.

4. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Andrés Avellino, me alegra encontrarme hoy entre vosotros para celebrar el día del Señor en este primer domingo de Cuaresma. Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro celoso párroco, don Giuseppe Grazioli, y a todos vosotros, que participáis en esta celebración eucarística. Saludo afectuosamente a los niños pequeños, al igual que a sus madres, a los muchachos que se preparan para recibir la confirmación o la primera comunión, a los jóvenes y a los miembros del centro de ancianos, al grupo cultural y a la coral, a los redactores del boletín parroquial y a los voluntarios de la Cáritas, a los catequistas y a los componentes del consejo pastoral. A todos, indistintamente, llegue mi saludo y mi invitación a vivir a fondo la comunión eclesial y a testimoniar generosamente el Evangelio.

Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que vuestra parroquia, que constituye un centro significativo de agrupación en este barrio, sea cada vez más un lugar seguro para los niños y los jóvenes, un punto de encuentro para los adultos y los ancianos, y un espacio de escucha y comunión para todos. Esta iglesia nueva y funcional, que el cardenal vicario inauguró y dedicó el 20 de octubre del año pasado, favorecerá sin duda la participación en la vida litúrgica y permitirá a cada uno de vosotros una comunión cada vez mayor y una auténtica solidaridad espiritual.

5. «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). Estas palabras del evangelista Marcos resuenan en nuestro corazón. El evangelio comienza con la misión de Jesús, misión que se cumplirá con los acontecimientos pascuales. La Iglesia prosigue en el tiempo esta misión, a la que cada uno de nosotros está llamado a dar su propia aportación personal, anunciando y testimoniando a Cristo, muerto y resucitado por la salvación del mundo.

En este ámbito se inserta la misión ciudadana que, a nivel parroquial, se realizará en la Cuaresma del próximo año. Hoy, precisamente como preparación para esa misión, empieza oficialmente la distribución del evangelio, para que llegue a todas las familias y a todos los ambientes de la ciudad. También yo, con gran alegría, acabo de entregar a algunos representantes vuestros un ejemplar del evangelio según san Marcos, discípulo e intérprete fiel del apóstol Pedro.

6. Escribe san Pedro en su primera carta: «Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables (...). Con este espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos —ocho personas— se salvaron cruzando las aguas» (1 P 3, 18-20). Estas palabras de Pedro hacen referencia a la alianza de Noé, de la que nos ha hablado la primera lectura. Esa alianza representa un modelo, un símbolo, una figura de la nueva alianza que Dios concluyó con toda la humanidad en Jesucristo, por medio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Si la antigua alianza tenía que ver, ante todo, con la creación, la nueva, fundada en el misterio pascual de Cristo, es la alianza de la Redención.

En el texto que hemos escuchado, el apóstol Pedro alude al sacramento del bautismo. Las aguas destructoras del diluvio son sustituidas por las aguas bautismales, que santifican. El bautismo es el sacramento fundamental en el que se hace realidad la alianza de la redención del hombre. Ya desde el origen de la tradición cristiana, la Cuaresma era prácticamente una preparación para el bautismo, que se administraba a los catecúmenos en la solemne Vigilia de Pascua.

Amadísimos hermanos y hermanas, renovemos en nosotros mismos, especialmente durante este período cuaresmal, la conciencia de nuestra alianza con Dios. Dios estableció una alianza con Noé y la inscribió en la obra de la creación. Cristo, Redentor del hombre y de todo el hombre, llevó a plenitud la obra del Creador con su muerte y su resurrección.

Hemos sido redimidos por la sangre de Cristo. Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables. Amén.



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