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SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 29 de mayo de 1997

 

1. «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros (...). Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; (...) haced esto en conmemoración mía» (1 Co 11, 24-25).

La liturgia de hoy conmemora el gran misterio de la Eucaristía con una clara referencia al Jueves santo. El pasado Jueves santo nos encontrábamos aquí, en la basílica lateranense, como todos los años, para conmemorar la cena del Señor. Al final de la santa misa in Coena Domini tuvo lugar la breve procesión que acompañó al santísimo Sacramento a la capilla de la reserva, donde permaneció hasta la solemne Vigilia pascual. Hoy vamos a realizar una procesión mucho más solemne, por las calles de la ciudad.

En la fiesta de hoy, nos ayudan a revivir los mismos sentimientos del Jueves santo las palabras que Jesús pronunció en el cenáculo: «Tomad; esto es mi cuerpo», «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos» (Mc 14, 22.24). Estas palabras, que acabamos de proclamar, nos ayudan a penetrar aún más en el misterio del Verbo de Dios encarnado que, bajo las especies del pan y del vino, se entrega a todo hombre, como alimento y bebida de salvación.

2. San Juan, en la antífona del Aleluya, nos brinda una significativa clave de lectura de las palabras del divino Maestro, refiriendo lo que él mismo dijo cerca de Cafarnaúm: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51).

Encontramos, así, en las lecturas de hoy el sentido pleno del misterio de la salvación. La primera, tomada del Éxodo (cf. Ex 24, 3-8), nos remite a la antigua alianza establecida entre Dios y Moisés, mediante la sangre de animales sacrificados; la carta a los Hebreos nos recuerda que Cristo «no usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre» (Hb 9, 12).

Por consiguiente, la solemnidad de hoy nos ayuda a dar a Cristo el lugar central que le corresponde en el plan divino para la humanidad, y nos impulsa a configurar cada vez más nuestra vida a él, sumo y eterno Sacerdote.

3. ¡Misterio de la fe! La solemnidad de hoy ha sido, durante los siglos, objeto de atención particular en las diversas tradiciones del pueblo cristiano. ¡Cuántas manifestaciones religiosas han surgido en torno al culto eucarístico! Teólogos y pastores se han esforzado por hacer comprender con la lengua de los hombres el misterio inefable del amor divino.

Entre estas voces autorizadas, ocupa un lugar especial el gran doctor de la Iglesia santo Tomás de Aquino, que, en sus composiciones poéticas, canta con gran inspiración los sentimientos de adoración y amor del creyente frente al misterio del Cuerpo y la Sangre del Señor. Basta pensar en el conocido himno Pange, lingua, que constituye una profunda meditación sobre el misterio eucarístico, misterio del Cuerpo y la Sangre del Señor: gloriosi Corporis mysterium, Sanguinisque pretiosi.

Y también el cántico Adoro te, devote, que es una invitación a adorar al Dios oculto bajo las especies eucarísticas: Latens Deitas, quae sub his figuris vere latitas: Tibi se cor meum totum subjicit! Sí, nuestro corazón se abandona totalmente a ti, Cristo, porque quien acoge tu palabra descubre el sentido pleno de la vida y encuentra la verdadera paz: quia te contemplans totum deficit.

4. Brota espontáneamente del corazón la acción de gracias por un don tan extraordinario. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Quid retribuam Domino pro omnibus quae retribuit mihi?» (Sal 116, 2). Cada uno de nosotros puede pronunciar las palabras del salmista, conscientes del inestimable don que el Señor nos ha hecho con el Sacramento eucarístico.

«Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre»: esta actitud de acción de gracias y adoración resuena hoy en las plegarias y en los cantos de la Iglesia en todos los rincones de la tierra.

Y esta tarde resuena aquí, en Roma, donde se halla viva la herencia espiritual de los apóstoles Pedro y Pablo. Dentro de poco, entonaremos una vez más el antiguo cántico de adoración y acción de gracias, caminando por las calles de la ciudad, mientras nos dirigimos desde esta basílica hacia la de Santa María la Mayor. Repetiremos con devoción:

Pange, lingua, gloriosi...
Pueblos todos, ¡proclamad el misterio del Señor!

Y también:

Nobis datus, nobis natus
ex intacta Vergine...

Dado a nosotros de Madre pura
por todos nosotros se encarnó...
In supremae nocte coenae
recumbens cum fratribus...

En la noche de la cena
con los hermanos se reunió...
Cibum turbae duodenae
se dat suis manibus.

A los Apóstoles sorprendidos
como alimento se entregó.

5. Sacramento del don, sacramento del amor de Cristo llevado hasta el extremo: «in finem dilexit» (Jn 13, 1). El Hijo de Dios se entrega a sí mismo. Bajo las especies del pan y del vino, da el Cuerpo y la Sangre, recibidos de María, madre virginal. Da su divinidad y su humanidad, para enriquecernos de modo inefable.

Tantum ergo sacramentum veneremur cernui...

Adoremos el Sacramento que Dios Padre nos regaló.

Amén.



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