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VISITA PASTORAL A LAS ARCHIDIÓCESIS DE VERCELLI Y TURÍN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA MISA DE BEATIFICACIÓN
DEL PRESBÍTERO SECONDO POLLO


Vercelli, Plaza de la Catedral
Sábado 23 de mayo de 1998

 

«A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días» (Hch 1, 3).

1. ¡Cuarenta días! La solemnidad de la Ascensión de Cristo al cielo concluye el período de cuarenta días a partir del domingo de Resurrección. Existe un significativo paralelismo litúrgico entre el tiempo cuaresmal y el pascual, una singular convergencia espiritual, que abre a nuevos horizontes para la vida cristiana: la Cuaresma lleva a la Resurrección; los cuarenta días después de la Pascua son la preparación para la Ascensión.

La Cuaresma, al remitirse idealmente a los cuarenta años de camino de Israel hacia la Tierra prometida, muestra en el Nuevo Testamento el itinerario de los creyentes hacia el misterio pascual, culminación y punto clave de la historia de la humanidad y de la economía de la salvación. Los cuarenta días que preceden a la Ascensión simbolizan el camino de la Iglesia en la tierra hacia la Jerusalén celestial, en la que entrará al fin junto con su Señor.

En los acontecimientos pascuales, Jesús revela la plenitud de la vida inmortal. En la cruz, vence a la muerte, y, mediante su sacrificio, ilumina con una luz nueva toda la existencia humana. Esto es lo que ponen de relieve los textos litúrgicos de la solemnidad de la Ascensión y, especialmente, el pasaje de la carta a los Hebreos que acabamos de escuchar: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9, 27). Cristo resucitado y transfigurado en la gloria, como sacerdote eterno de la nueva Alianza, no entra «en un santuario hecho por mano de hombre (...), sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (Hb 9, 24).

Esta conciencia aumenta en la contemplación de los misterios sagrados y da un sentido nuevo a la vida diaria, proyectándola constantemente hacia las realidades últimas y eternas. El cielo es nuestra morada definitiva, como sugiere el apóstol Pablo: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra» (Col 3, 1-2).

2. Así lo hizo don Secondo Pollo, a quien esta tarde tengo la alegría de elevar a la gloria de los altares. Constituye uno de los muchos testimonios de la presencia y de la acción de Jesús resucitado en la historia del mundo.

Don Secondo es un ejemplo de sacerdote valiente que, en el arco de una breve existencia, supo alcanzar la cumbre de la santidad. La víspera de su ordenación sacerdotal, el nuevo beato ya manifestaba con lúcida determinación su propósito de acoger sin reservas en su vida el exigente programa del Evangelio. «Llegar a ser santo»: este fue su ideal, y por él se esforzó a diario. Guiado por este propósito, vivió intensamente su ministerio sacerdotal, buscando y siguiendo asiduamente la voluntad de Dios.

La Providencia le encomendó numerosas y difíciles tareas en el ámbito de la Iglesia de Vercelli. Fue educador de fina intuición pedagógica en los seminarios diocesanos, donde desempeñó los cargos de profesor y padre espiritual. Primero se convirtió en discípulo y servidor diligente de la palabra de Dios a través del estudio asiduo de las disciplinas sagradas y la intensa actividad de predicador. Fue generoso dispensador de la misericordia divina en la administración del sacramento del perdón. Trabajó con entusiasmo entre los jóvenes como asistente de la Acción católica, hasta seguirlos en la tormenta de la guerra como capellán de los alpinos. Precisamente en el ejercicio heroico de la caridad, este joven sacerdote de Vercelli entregó su alma a Dios, dejando a los capellanes militares de todo el mundo un ejemplo de cómo se ama y sirve a sus hermanos bajo las armas, y a los alpinos un modelo y un protector en el cielo.

Dos fueron los secretos de la ascensión de don Secondo a las cumbres de la santidad: su unión constante con Dios a través de la oración, y su profunda devoción a la Madre celestial, María. Su diálogo asiduo con Dios y su amor filial a la Virgen fortalecieron su particular caridad pastoral, que se presenta como la síntesis más alta y característica de su ministerio sacerdotal. Vivió totalmente para sus hermanos, concluyendo su aventura terrena el día de san Esteban, casi imitando al ardiente testigo, «lleno del Espíritu Santo», del que habla el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 7, 55).

Demos gracias al Señor por el don de este beato y por todos los santos y beatos que, en Cristo, único mediador de salvación, constituyen un «puente» entre Dios y el mundo, reflejando e irradiando la luminosidad del cielo sobre la humanidad peregrina por los caminos de la tierra.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, me alegra encontrarme entre vosotros en este día de fiesta para la diócesis de san Eusebio y celebrar para vosotros esta solemne eucaristía.

Saludo a cada uno de los presentes y, en particular, al pastor de vuestra archidiócesis, el querido monseñor Enrico Masseroni. Saludo, asimismo, a su predecesor, el querido arzobispo Tarcisio Bertone. Saludo a los cardenales, a los arzobispos, a los obispos y a los demás prelados presentes. Saludo a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los representantes de las asociaciones y de los movimiento eclesiales. Dirijo un saludo deferente al representante del Gobierno y a las autoridades civiles y militares, a la vez que expreso mi agradecimiento a cuantos han brindado generosamente su colaboración para la realización de mi visita pastoral.

Me complace recordar, en este momento, también a monseñor Albino Mensa, que durante muchos años fue pastor celoso y apreciado de vuestra diócesis y que, al comienzo de este año, fue llamado al premio eterno. Sé cuán vivo es entre vosotros el recuerdo de su servicio apostólico, impregnado de amor a la Eucaristía. «Puedo afirmar con verdad .ha dejado escrito en su .testamento espiritual.. que la Eucaristía, como sacrificio y como sacramento, ha iluminado y transformado progresivamente mi vida de sacerdote y de obispo ». Que el Señor lo acoja en su reino de paz y le conceda la justa recompensa que asegura a sus servidores fieles.

4. Queridos hermanos en el sacerdocio, deseo dirigirme de modo especial a vosotros en este día que podemos considerar, en cierto sentido, vuestro día, a causa de la beatificación de vuestro hermano don Secondo Pollo. Es un amigo y un modelo para cada uno de vosotros: un ejemplo concreto de la santidad que se puede alcanzar mediante el esfuerzo diario del ministerio; un modelo de docilidad al Espíritu Santo, que ayuda a realizar de modo extraordinario incluso las acciones más ordinarias de vuestra misión pastoral.

Don Secondo Pollo es, además, un modelo que hay que indicar a todos los cristianos y, especialmente, a los fieles de vuestra diócesis. Recuerda a todos que la santidad es comunión con Dios, fidelidad al Evangelio y amor a los hermanos. La santidad es vocación de todo el pueblo de Dios. Nuestro beato testimonia que seguir a Jesús es empresa exigente, pero también fuente de alegría exaltante, porque a través de la cruz se llega a compartir la alegría de la resurrección. La vida de don Secondo, inmolada en la violencia de la guerra, se convierte hoy en un llamamiento urgente a la paz, que debe ser un compromiso compartido por todos los pueblos y todas las naciones.

5. Y ¿cómo olvidar que este valiente sacerdote, formado en la escuela del Evangelio, fue hijo devoto de María? Alimentó su amor a la santísima Virgen en la fuente de la secular devoción mariana, que constituye el hilo de oro de la tradición cristiana de Vercelli. Lo atestiguan los grandes santuarios de Oropa y Crea, que, fuera de sus confines, miran desde lo alto a vuestra comunidad, casi representando físicamente la mirada vigilante de la Madre sobre sus hijos devotos. Lo testimonian, también, los numerosos santuarios marianos y las muchas iglesias dedicadas a la Virgen, esparcidos por todo el territorio de Vercelli.

El nuevo beato invita a vuestra comunidad eclesial a renovar su consagración a María, Reina de todos los santos y Madre de la Iglesia. Que ella disponga el corazón de cada uno a la escucha dócil del Espíritu Santo, especialmente en este año dedicado a él. Más aún, que impulse a todos a contemplar el gran jubileo, ya cercano, con el deseo de una auténtica renovación de la vida cristiana, personal y comunitaria.

6. Volvamos a la Ascensión: «Mientras los bendecía, (Jesús) se separó de ellos y fue llevado al cielo» (Lc 24, 51).

El encuentro del Resucitado con sus discípulos concluye con dos gestos, que san Lucas refiere al final de su evangelio, mientras narra el acontecimiento de la Ascensión: la despedida del Señor resucitado que bendice a los Apóstoles y la actitud de éstos.

La bendición de Cristo glorioso suscita en los discípulos la adoración y la alegría. Así, el misterio de la Ascensión asume el tono solemne de una liturgia armoniosa. Los discípulos reconocen en Jesús al Señor victorioso sobre la muerte y, al mismo tiempo, comprenden el significado profundo de su misión.

Su corazón está embargado de estupor y alabanza; no es la melancolía de un adiós, sino el gozo por la certeza de una presencia renovada. Jesús se oculta a los ojos físicos de sus discípulos, para hacerse presente a los ojos de su corazón; se libera de los límites del espacio y del tiempo, para hacerse presente al hombre de todos los tiempos y lugares, y ofrecerles a todos el don de la salvación.

Como los Apóstoles, como san Eusebio, como la multitud de los santos y beatos de esta ilustre Iglesia, a la que hoy se añade don Secondo Pollo, también nosotros tenemos la certeza de su presencia.

Sí. Cristo está con nosotros, dentro de nosotros; está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

 



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