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TE DEUM DE ACCIÓN DE GRACIAS AL FINAL DEL AÑO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves
31 de diciembre de 1998

 

1. La Iglesia, en Roma y en todo el mundo, se reúne esta tarde para cantar el Te Deum, mientras termina el año 1998.

Te Deum laudamus: te Dominum confitemur. Te aeternum Patrem omnis terra veneratur.

Ya estamos en el umbral del año 1999, que nos introducirá en el gran jubileo. Está dedicado al Padre celestial, según la estructura trinitaria de este trienio, con el que concluyen el siglo XX y el segundo milenio. La dimensión trinitaria, inscrita en la vida diaria del cristiano, se refleja en la fórmula conclusiva de toda plegaria litúrgica: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que es Dios y vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos».

Dios Padre, misterio inefable, se nos reveló por medio de su Hijo, Jesucristo, que nació, murió y resucitó por nosotros, y nos santifica con la fuerza del Espíritu Santo. Aclamamos solemnemente a la santísima Trinidad mediante el Te Deum, con las palabras venerables de una larga tradición:

Patrem immensae maiestatis; venerandum tuum verum et unicum Filium; Sanctum quoque Paraclitum Spiritum.

Padre de la vida y de la santidad, Padre nuestro, que estás en el cielo. Padre, al que «nadie conoce (...), sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27).

Padre de Jesucristo y Padre nuestro.

2. El texto bíblico, que acabamos de escuchar, nos recuerda que Dios, además de enviarnos, «al llegar la plenitud de los tiempos», a su Hijo unigénito, también «ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Ga 4, 4-7).

 ¡Abbá, Padre! En estas palabras, que el Espíritu suscita en el corazón de los creyentes, resuena el eco de la invocación de Jesús, tal como la recogieron sus discípulos de sus mismos labios. Al hacerla nuestra, tomamos viva conciencia de la realidad de nuestra adopción como hijos en Cristo, Hijo eterno y unigénito del Padre, que se hizo hombre en el seno de María.

Esta tarde, al despedir el año 1998, nos presentamos al Padre para darle gracias por todo el bien que nos ha concedido durante estos últimos doce meses. Acudimos a él para pedirle perdón por nuestros pecados y por los ajenos, y para proclamar con abandono confiando: «Dios santo, fuerte e inmortal, ten piedad de nosotros». Y le decimos: «Bendito seas Señor, Padre que estás en el cielo, porque en tu infinita misericordia te has inclinado sobre la miseria del hombre y nos has dado a Jesús, tu Hijo, nacido de mujer, nuestro salvador y amigo, hermano y redentor» (Oración para el tercer año de preparación al gran jubileo: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de diciembre de 1998, p. 1).

3. En esta hora de oración, mi pensamiento va con particular afecto a los habitantes de nuestra ciudad. Los encomiendo al Señor, junto con sus familias, las parroquias y las instituciones públicas. Oro especialmente por los que, agobiados por dificultades y sufrimientos, no se sienten capaces de mirar con esperanza al nuevo año. A todos os expreso mis cordiales deseos de paz y prosperidad para el 1999, que ya está a la puerta.

Asimismo, quiero saludar con afecto a cuantos están presentes en esta tradicional cita espiritual de fin de año, comenzando por el cardenal vicario, los obispos auxiliares de Roma y los demás prelados que nos acompañan en esta celebración. Saludo de modo especial al padre Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús, y a los padres jesuitas, a cuyo cuidado está confiado este templo, lleno de recuerdos de santidad.

Expreso mi profunda gratitud al alcalde de Roma y a los miembros del Ayuntamiento por su participación y su renovado homenaje del cáliz votivo, recordando con intensa alegría la visita que el Señor me permitió realizar al Capitolio a comienzos de 1998. Extiendo mi saludo al prefecto de Roma, que desde hace pocos días ha asumido esta importante responsabilidad; al presidente de la Junta regional del Lacio y a todas las autoridades civiles, militares y religiosas que se han dado cita aquí.

4. ¿Cómo agradecer a Dios los abundantes dones que nos ha concedido durante este año que está a punto de terminar? Esta tarde quisiera darle gracias, junto con vosotros, especialmente por cuanto ha obrado en nuestra comunidad diocesana. Pienso en las visitas a las parroquias, ocasiones valiosas y enriquecedoras de fecundos encuentros pastorales. En el arco de estos veinte años he visitado 278, encontrando en cada una de ellas fervor de fe y de obras, gracias a la acción de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, romanos u originarios de otras partes de Italia y del mundo.

También doy gracias al Señor por la misión ciudadana, que este año se ha caracterizado sobre todo por las visitas a las familias. Al entrar en las casas, los misioneros por lo general han encontrado una acogida positiva, y han sido testigos de significativos testimonios de fe, incluso de personas que no frecuentan regularmente la iglesia. Deseo que prosigan esos contactos pastorales con cada núcleo familiar, tanto mediante la bendición de las casas como mediante otras iniciativas oportunas, ya experimentadas con provecho en muchas parroquias romanas.

Esta tarde deseo dar gracias al Señor, en particular, por los miles de misioneros que, trabajando ya desde hace dos años, constituyen un recurso providencial para dar a la pastoral diocesana un creciente impulso apostólico, también con vistas al gran jubileo del año 2000.

Dentro de doce meses, ya estaremos en el Año santo, y empezarán a llegar numerosos peregrinos desde todas las partes de la tierra. Espero de corazón que los acoja una Iglesia viva y llena de fervor religioso; una Iglesia generosa y sensible a las exigencias de los hermanos, especialmente de los más pobres y necesitados.

5. Al hacer el balance del año transcurrido, no puedo menos de recordar las dificultades y los problemas que, también en Roma, han influido en la existencia de muchos hermanos y hermanas nuestros. Pienso en las familias que se esfuerzan por lograr que les cuadre su balance diario; en los menores con dificultades y en los jóvenes sin perspectivas de futuro; en los enfermos, en los ancianos y en los que viven solos; en las personas abandonadas, en las que carecen de un hogar y en las que se sienten rechazadas por la sociedad. Ojalá que el año nuevo les traiga serenidad y esperanza. Gracias a una amplia colaboración y a medidas sociales, económicas y políticas más abiertas a la iniciativa y al cambio, se promoverán en la ciudad actitudes de mayor confianza y más creativas.

De modo especial, quisiera invitar de nuevo a los creyentes a proseguir su esfuerzo de reflexión y programación, para que Roma, «apoyándose en su misión espiritual y civil, y aprovechando su patrimonio de humanidad, cultura y fe, promueva su desarrollo civil y económico también con vistas al bien de toda la nación italiana» (Carta sobre el evangelio del trabajo, 8 de diciembre de 1998, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de diciembre de 1998, p. 9). Espero de corazón que nuestra ciudad se presente a la cita del jubileo profundamente renovada en todas las dimensiones de la vida social y espiritual.

6. Este deseo mío se convierte en oración, para que el Señor bendiga el esfuerzo de todos. A él encomendémosle todos nuestros anhelos y proyectos. A él elevemos nuestra alabanza y nuestra oración filial y confiada:

«A ti, Padre de la vida, principio sin principio, suma bondad y eterna luz, con el Hijo y el Espíritu, honor y gloria, alabanza y gratitud, por los siglos sin fin. Amén» (Oración para el tercer año de preparación al gran jubileo).

 



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