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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA
DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, EN PÁNFILO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 21 de marzo de 1999

 

1. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26; cf. Aclamación antes del Evangelio).

Podemos imaginar la sorpresa que ese anuncio provocó en los oyentes, los cuales, sin embargo, pudieron constatar poco después la verdad de las palabras de Jesús, cuando, obedeciendo a su orden, Lázaro, que ya llevaba cuatro días en el sepulcro, salió afuera vivo. Jesús dio más tarde una confirmación aún más clamorosa de su asombrosa afirmación cuando, con su propia resurrección, consiguió la victoria definitiva sobre el mal y la muerte.

Lo que muchos siglos antes había anunciado el profeta Ezequiel, al dirigirse a los israelitas deportados de Babilonia: «Os infundiré mi espíritu y viviréis» (Ez 37, 14), se hará realidad en el misterio pascual, y el apóstol san Pablo lo presentará como el núcleo fundamental de la nueva vida de los creyentes: «Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros» (Rm 8, 9).

¿No consiste precisamente en esto la actualidad del mensaje evangélico? En una sociedad en la que se manifiestan signos de muerte, pero donde se advierte al mismo tiempo una profunda necesidad de esperanza de vida, los cristianos tienen la misión de seguir proclamando a Cristo, «resurrección y vida» del hombre. Sí, frente a los síntomas de una «cultura de muerte» que avanza, también hoy debe resonar la gran revelación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida».

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Teresa del Niño Jesús en Pánfilo, me alegra encontrarme hoy entre vosotros, prosiguiendo mi visita pastoral a las parroquias de nuestra diócesis.

Saludo cordialmente al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, padre Tommaso Pacini, y a los religiosos carmelitas descalzos que colaboran en la dirección de la parroquia. Mi pensamiento va asimismo a las religiosas, a los miembros del consejo pastoral y a los integrantes de los diversos grupos parroquiales, que realizan un valioso trabajo en los diferentes campos de la pastoral parroquial.

Saludo con afecto a todas las personas que viven en este barrio. En particular, deseo saludar a los ancianos, que sé que son numerosos, pero también a las familias jóvenes que se han trasladado recientemente a esta zona. Ojalá que la parroquia, llamada a ser una auténtica «familia de familias», sea cada vez más una comunidad acogedora para ellas, a fin de que les ayude a realizar su vocación al servicio del Evangelio.

3. Hace dos días celebramos la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María, custodio del Redentor y trabajador. En este momento, quisiera recordar a cuantos pasan gran parte del día trabajando en las diversas instituciones presentes en este barrio: el Instituto poligráfico del Estado, el ENEL, la escuela secundaria estatal «Vittorio Alfieri», así como las numerosas oficinas y sedes diplomáticas. Sé que, en el ámbito de la misión ciudadana, en la que también vosotros participáis activamente, y os felicito por ello, vuestra comunidad parroquial está cada vez más atenta a las exigencias de los diversos ambientes y trata de proyectar y proponer adecuadas iniciativas de formación y oración en los momentos más oportunos para quienes durante todo el día se dedican a actividades productivas.

Los creyentes deben «ser presencia» activa y evangelizadora en los lugares de trabajo. Al reunirse en la parroquia para orar juntos y crecer en la fe, también están llamados a ser levadura de renovación espiritual donde trabajan. Han de convertirse en apóstoles de sus hermanos, dirigiéndoles la invitación evangélica «ven y verás» (cf. Jn 1, 46) y ayudándoles a redescubrir y vivir con mayor convicción los valores cristianos.

A propósito de la misión ciudadana, ¿cómo no encomendar su camino futuro a la patrona de esta parroquia, santa Teresa del Niño Jesús, a quien llamáis familiarmente santa Teresita? Vivió tan intensamente el celo misionero entre las paredes del Carmelo, que fue proclamada patrona de las misiones. Además de la misión ciudadana, encomendémosle también las «misiones ad gentes» de la diócesis de Roma y a todos los misioneros romanos, que han ido a muchas partes del mundo para sembrar generosamente la semilla evangélica.

4. La vida y el mensaje espiritual de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, que tuve la alegría de proclamar doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997, son muy elocuentes para la Iglesia de nuestro tiempo. Pienso, por ejemplo, en lo mucho que puede enseñar a los numerosos fieles que, en todo el mundo, se preparan para venir en peregrinación a Roma, con ocasión del Año santo. También santa Teresa de Lisieux peregrinó a Roma, en 1887. Precisamente en esta iglesia se conserva, entre sus reliquias, el velo que llevaba con ocasión de •la audiencia pontificia, en la que pidió y obtuvo la autorización del Papa León XIII para poder entrar en el Carmelo aunque sólo tenía 15 años de edad.

La joven Teresa se entusiasmó al descubrir Roma, «ciudad santuario», en la que se hallan innumerables testimonios de santidad y amor a Cristo. Además, Teresa supo expresar y sintetizar en su experiencia mística el núcleo mismo del mensaje vinculado al próximo jubileo, es decir, el anuncio de la misericordia de Dios Padre y la invitación a confiar totalmente en él, que sale al encuentro de todos y que a todos quiere salvar mediante la cruz de Cristo.

5. Santa Teresa nos recuerda también el entusiasmo y la generosidad de los jóvenes. Su entrega continua al amor misericordioso de Dios hizo que su juventud fuera más feliz y luminosa. Queridos jóvenes de esta parroquia y jóvenes de toda la diócesis, con quienes tendré la alegría de encontrarme en el Vaticano el jueves próximo, os deseo que alcancéis la sencillez de corazón y la santidad de la «joven» Teresa, para experimentar su confianza en la providencia misericordiosa de Dios. ¿No son precisamente los jóvenes quienes sienten intensamente la necesidad de ser acogidos, amados y perdonados? A vosotros, queridos muchachos y muchachas, deseo recordaros una vez más que sólo en Dios podemos encontrar la fuente que sacia toda sed de amor y de verdad presente en nuestro corazón. Os deseo que experimentéis la fascinación de este amor divino y que lo viváis en vuestra vida diaria.

Amadísimos feligreses de esta parroquia, mientras venía me preguntaba por qué, en el título de vuestra parroquia, después del nombre de Santa Teresa del Niño Jesús, aparece la expresión «en Pánfilo». Como bien sabéis, es porque bajo el altar mayor se encuentra la tumba de san Pánfilo, mártir romano del siglo III. Este venerado sepulcro forma parte de un amplio conjunto de cementerios y de monumentos cristianos de gran belleza. Que el testimonio de san Pánfilo y de los numerosos mártires de la Iglesia de Roma nos anime y estimule a testimoniar con valentía nuestra fidelidad a Cristo.

6. Repitamos con el evangelista: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que tenía que venir al mundo» (Jn 11, 27).

Como Marta, la hermana de Lázaro, también nosotros queremos renovar hoy nuestra fe en Jesús y nuestra amistad con él. Por su muerte y resurrección, se nos comunica la vida plena en el Espíritu Santo. La vida divina puede transformar nuestra existencia en don de amor a Dios y a nuestros hermanos.

Que santa Teresa del Niño Jesús y san Pánfilo, mártir, nos ayuden con su ejemplo y su intercesión, para que, como hemos orado al comienzo de la celebración eucarística, «vivamos siempre de aquel mismo amor que movió al Hijo de Dios a entregarse a la muerte por la salvación del mundo» (Oración colecta). Amén.

 



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