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FUNERAL DEL CARDENAL EGANO RIGHI-LAMBERTINI

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Viernes 6 de octubre de 2000

 

1. "Bienaventurados los pobres de espíritu... Bienaventurados los mansos... Bienaventurados los que trabajan por la paz" (cf. Mt 5, 3-9). Las palabras de Cristo que han resonado en esta luctuosa celebración vuelven a proponer a nuestra reflexión el gran mensaje de las bienaventuranzas y nos invitan a vivir a la luz de la fe la despedida que estamos a punto de dar a nuestro venerado hermano, el querido cardenal Egano Righi-Lambertini. ¡Cuántas veces escuchó él estas palabras del Evangelio y meditó en su profundo contenido espiritual! Precisamente a este espíritu de las bienaventuranzas procuró conformar su ministerio pastoral y su largo y apreciado servicio diplomático a la Santa Sede.

Sabemos que Dios nos ha creado para la felicidad. Siguiendo las palabras de Jesús, es posible transformar en fuente de paz y en manantial de una alegría mayor incluso las pruebas y los sufrimientos que, inevitablemente, forman parte de nuestra existencia terrena. Mientras celebramos la liturgia eucarística en sufragio del alma elegida del llorado cardenal, pidamos al Señor que lo haga partícipe de la bienaventuranza eterna, cuyas primicias ya pudo gustar aquí, en la tierra, mediante la comunión eclesial y la construcción de vínculos de paz y concordia entre los pueblos y las naciones a las que fue enviado como representante pontificio.

2. Llevaba en su mismo apellido ―Righi-Lambertini― el signo de pertenencia a una ilustre familia boloñesa, que en diversas épocas dio a la Iglesia grandes personalidades, como el Papa Benedicto XIV y la beata Imelda Lambertini. Después de algunos años de ministerio pastoral y de los estudios de derecho canónico en la Universidad Gregoriana, el joven Righi-Lambertini entró a formar parte de la Secretaría de Estado, prestando servicio primero en la nunciatura de Italia y luego en la de Francia, junto al entonces nuncio apostólico monseñor Angelo Roncalli. Estuvo asimismo en las representaciones pontificias de Costa Rica, Inglaterra y Corea.

Elegido arzobispo titular de Doclea en 1960, desempeñó la misión de nuncio apostólico en Líbano, Chile, Italia y Francia, trabajando diligentemente por el crecimiento de la comunidad cristiana y el progreso de la sociedad civil, y granjeándose en todas partes estima, aprecio y gratitud.

La obra pastoral y diplomática del cardenal Righi-Lambertini se desarrolló habitualmente en medio del silencio, sin ostentación, pero, precisamente por eso, resultó aún más eficaz y fructífera, inspirada constantemente en su confianza en la divina Providencia y en su optimismo en la visión de las cosas humanas que había aprendido en la escuela del beato Juan XXIII.

3. Por su prudencia en el servicio eclesial y por las grandes dotes humanas y espirituales que enriquecieron su personalidad, nuestro venerado hermano fue llamado a formar parte del Colegio cardenalicio. Participando de modo más profundo y directo en la vida de la Iglesia de Roma, siguió brindando de múltiples modos su valiosa colaboración al Papa, ayudándole, en sintonía cordial con los demás miembros del sagrado Colegio, en su solicitud pastoral hacia el pueblo de Dios esparcido por todo el mundo.

Demos gracias al Señor por todo el bien que él, con la ayuda de la gracia de Dios, pudo realizar en los diversos ámbitos en los que desarrolló su valiosa actividad pastoral y diplomática. Confiamos en que nuestro venerado hermano, por el bien realizado durante su vida terrena, está contemplando ahora cara a cara al Señor Jesús, a quien tanto amó y sirvió en sus hermanos (cf. 1 Jn 3, 2).

4. "La vida de los justos está en manos de Dios" (Sb 3, 1). Estas palabras de la Escritura reavivan en nuestro corazón la luz de la fe y la esperanza en el Dios de la vida. Mientras nos disponemos a dar el postrer saludo a nuestro venerado hermano, abrimos nuestro corazón a la esperanza que, como nos ha recordado la primera lectura, "está llena de inmortalidad" (cf. Sb 3, 4). La esperanza que iluminó la vida sacerdotal y apostólica del cardenal Righi-Lambertini encuentra ahora su realización plena y definitiva en la llamada divina a participar en el banquete celestial.

A María santísima, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, a quien el querido cardenal Egano Righi-Lambertini amó e invocó tiernamente ―¡cuántos lo vieron pasear por los jardines vaticanos rezando el rosario!―, queremos encomendarle ahora su espíritu con intensa y confiada oración. Que María, la Virgen de la escucha y de la acogida, lo reciba entre sus brazos maternos y le abra las puertas del paraíso. Amén.

 



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