Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA PRESIDIDA
POR EL PAPA JUAN PABLO II Y POR EL CATHOLICÓS KAREKIN II

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 10 de noviembre de 2000

 

"Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas" (Jn 10, 11).

1. En el año 2001 la Iglesia armenia celebrará el XVII centenario del bautismo de Armenia por obra del ministerio de san Gregorio el Iluminador. A ejemplo del buen pastor, san Gregorio dio su vida por las ovejas. A causa de su fe en Cristo, pasó muchos años prisionero en un pozo oscuro por orden del rey Tirídates. Sólo después de esos crueles sufrimientos, Gregorio fue liberado finalmente para dar testimonio público de su vocación bautismal en toda su plenitud y proclamar el Evangelio a los hombres y mujeres de su tiempo.

La vida de san Gregorio fue presagio del camino de la Iglesia armenia a lo largo de los siglos. ¡Cuán a menudo fue arrojada al oscuro antro de la persecución, de la violencia y del olvido! Muchas veces sus hijos, en la oscuridad de la prisión, han repetido las palabras del profeta Miqueas:  "Yo miro atento al Señor, espero en Dios mi salvador; mi Dios me escuchará. No te alegres, enemiga, de mi desgracia:  si caí, me alzaré; si me siento en tinieblas, el Señor es mi luz" (Mi 7, 7-8). Y esto no sólo en el pasado lejano, puesto que también el siglo XX ha sido uno de los más atormentados de la historia de la Iglesia armenia, que ha soportado todo tipo de terribles adversidades. Ahora, gracias a Dios, hay claros signos de una nueva primavera.

2. En la celebración de hoy, me alegra devolver a Su Santidad una reliquia de san Gregorio el Iluminador, que ha sido conservada en el convento de San Gregorio Armenio, en Nápoles, y venerada allí durante muchos siglos. Será colocada en la nueva catedral de Ereván, actualmente en construcción, como símbolo de esperanza y de la misión de la Iglesia en Armenia después de tantos años de opresión y silencio. En el centro de una ciudad en rápido desarrollo, un lugar donde se pueda alabar a Dios, escuchar la sagrada Escritura y celebrar la Eucaristía, será un factor esencial de evangelización. Oro para que el Espíritu Santo colme aquel lugar sagrado de su amorosa presencia, de su luz gloriosa y de su gracia santificante. Espero que la nueva catedral adorne con mayor belleza a la Esposa de Cristo en Armenia, donde el pueblo de Dios ha vivido durante siglos a la sombra del monte Ararat. Que por intercesión de la Madre de Dios y de san Gregorio el Iluminador los fieles armenios obtengan nueva valentía y nueva confianza de su catedral. Y que los peregrinos procedentes de todos los lugares experimenten la fuerza de la luz de Dios que brota de aquel lugar santo, para proseguir su peregrinación de fe.

3. En la catedral de Ereván, como en todas las otras, estará el altar de la Eucaristía y la sede del patriarca. La sede y el altar hablan de la comunión que ya existe entre nosotros. Como declaró el concilio Vaticano II: "Todos conocen también con cuánto amor los cristianos orientales realizan el culto litúrgico, principalmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles unidos al obispo, tienen acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo". Los padres conciliares afirmaron, además, que las Iglesias orientales, "aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún a nosotros con vínculo estrechísimo" (Unitatis redintegratio, 15).

A lo largo de la historia ha habido muchos contactos entre la Iglesia católica y la Iglesia armenia apostólica, del mismo modo que se han realizado varios intentos de restablecer la comunión plena. Ahora debemos orar y trabajar fervorosamente para que llegue cuanto antes el día en que nuestras sedes y los obispos vuelvan a estar en plena comunión, de manera que celebremos juntos, en el mismo altar, la Eucaristía, signo supremo y fuente de unidad en Cristo. Hasta el alba de ese día, cada una de nuestras celebraciones eucarísticas sufrirá por la ausencia del hermano que aún no está allí.

4. Querido y venerable hermano en Cristo, san Pablo nos habla con las palabras de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado: "Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de  la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo" (Hch 20, 28). Nuestra responsabilidad es grande. Cristo ha confiado a nuestro cuidado pastoral lo más valioso que tiene en la tierra:  la Iglesia que él adquirió con su sangre.

Pido al Señor, por intercesión de san Gregorio el Iluminador, que derrame sus abundantes bendiciones sobre usted, sobre los hermanos en el episcopado, y sobre todos los pastores de la Iglesia armenia apostólica. Que el Espíritu lo inspire y lo guíe en su ministerio pastoral en favor del pueblo armenio, tanto en su tierra natal como en todo el mundo. A su oración fraterna encomiendo mi ministerio de Obispo de Roma, para que yo sea capaz de ejercer este ministerio cada vez más como "un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros" (Ut unum sint, 95), de modo que todos sean finalmente uno (cf. Jn 17, 21).

5. Permítame concluir con la ferviente oración que dirigí a la Madre de Dios hace trece años, durante el Año mariano, y que brota aún hoy de mi corazón:  "Santa Madre de Dios (...). Dirige tu mirada a la tierra de Armenia, a sus montañas, donde vivieron multitudes inmensas de monjes santos y sabios; a sus iglesias, rocas que surgen de la roca, penetradas por el rayo de la Trinidad; a sus cruces de piedra, recuerdo de tu Hijo, cuya pasión continúa en la de los mártires; hacia sus hijos e hijas (...) de todo el mundo; inspira los deseos y las esperanzas de los jóvenes, para que continúen orgullosos de su origen. Haz que, allá donde vayan, escuchen su corazón armenio, porque en el fondo de ellos siempre habrá una plegaria dirigida a su Señor y un latido de abandono a ti, que los cubres con el manto de tu protección. ¡Virgen dulcísima, Madre de Cristo y Madre nuestra, María!" (Homilía durante la misa en rito armenio, 21 de noviembre de 1987, n. 6:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de noviembre de 1987, p. 6).

Amén.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana