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LITURGIA DIVINA EN RITO ARMENIO CON OCASIÓN
DEL XVII CENTENARIO DEL BAUTISMO DE ARMENIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO

Domingo 18 de febrero de 2001

 

1. "El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida" (Jn 6, 63).

Acabamos de escuchar estas palabras, pronunciadas por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm después de la multiplicación de los panes, que ocurrió a orillas del lago de Tiberíades. Forman parte del gran discurso "sobre el pan de vida" y nos llevan a meditar en el inmenso don de la Eucaristía:  "Quien come de este pan, vivirá para siempre" (cf. Jn 6, 51). Jesús es la Palabra eterna de salvación, pan bajado del cielo que se hace don supremo para la salvación de toda la humanidad, don confirmado con el sacrificio de la cruz.

Al participar en el banquete de la Palabra y del Pan de vida eterna, entramos en la intimidad del gran misterio de la fe. Subimos místicamente al Gólgota, donde triunfa la verdad que libera y el amor que transforma el mundo. Cristo crucificado y resucitado nos acoge hoy en su mesa y nos da nuevamente su Espíritu.

2. "El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada". Volvemos a escuchar estas palabras, mientras conmemoramos el XVII centenario del bautismo del pueblo armenio. Hace diecisiete siglos resonó en Armenia la palabra de Cristo, cuando la predicación de san Gregorio el Iluminador y la voluntad del rey Tirídates III, convertido a la fe, hicieron de esa tierra un lugar bendecido y consagrado por el Espíritu. En aquellos días, Dios puso su morada entre los armenios, y ellos, como canta el himno litúrgico, fueron dignos "de entrar en los tabernáculos del cielo y heredar el Reino".

Sus personas fueron transformadas interiormente por el Espíritu. Y también el pueblo fue transformado:  gracias al sello del Espíritu, una nación entera pudo comenzar a invocar, bendecir y alabar el nombre del Salvador.

Fue una alianza que no sufrió cambios, incluso cuando la fidelidad costó sangre y el exilio fue el precio de no querer renegarla. Un ejemplo es san Vardan, héroe no sólo de la fidelidad a Cristo frente a la violencia de los sasánidas, sino también del derecho de toda conciencia a seguir sus dictámenes interiores.

3. Amadísimos hermanos y hermanas del pueblo armenio, estamos hoy aquí para deciros gracias. Gracias no sólo por aquellos inicios gloriosos, sino también por toda una historia impregnada de cristianismo y casi identificada con él. El Obispo de Roma se hace intérprete de esta gratitud y os la expresa como el don más hermoso y apreciado. Con ocasión de este acontecimiento, además de celebrar con vosotros y para vosotros la Eucaristía, compendio de toda acción de gracias, de buen grado he querido dirigir una Carta apostólica a los armenios, para subrayar el valor que reviste este aniversario no sólo para vosotros, sino también para toda la Iglesia.

Gracias, Beatitud, por esta celebración eucarística, en la que juntos participamos del Cuerpo y la Sangre del Salvador,  y por las emotivas palabras de saludo  que  ha  querido  dirigirme. Gracias por haber venido acompañado por sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos armenios católicos de todo el mundo. Los saludo y los bendigo a ellos, así como a cuantos no han podido estar presentes y se han unido espiritualmente a nosotros. Enviamos, además, nuestro beso de paz y nuestra felicitación fraterna a los hermanos de la Iglesia armenia apostólica, que celebra con gran solemnidad este año de santas memorias.

4. Esta celebración nos invita a reflexionar en nuestras raíces. La historia no es una suma de momentos, sino un devenir de acontecimientos relacionados entre sí. Todos sentimos en nuestro interior las resonancias, aunque sean remotas, de la fe, de la cultura y de la sensibilidad de generaciones y generaciones. Todos estamos llamados a transmitir algo a las generaciones futuras.

Al repasar la historia de los armenios, como de otros pueblos cristianos, no podemos dejar de notar que la fe cristiana ha marcado las fibras más íntimas de su sentir común. El mismo alfabeto armenio nació también para dar voz y difundir el Evangelio, para traducir la Biblia, la liturgia y los escritos de los Padres en la fe. El arte, la vida social y familiar, e incluso las instituciones públicas han encontrado en la fe en Cristo un punto de referencia seguro.

En el mundo moderno, al aumentar cada vez más la influencia de la secularización, a menudo resulta difícil seguir manteniendo firme este patrimonio espiritual que ha hecho de vuestra nación una nación "cristiana".

A veces la fe es considerada únicamente como don y búsqueda personal, y no también como pertenencia común de un pueblo. ¿Cómo lograr que las conquistas sociales de la modernidad no hagan perder la riqueza de la continuidad de un pueblo y de su fe? Este es el compromiso que la celebración de hoy nos impulsa a profundizar.

5. "Iluminación" fue llamado el anuncio del Evangelio, e "Iluminador" fue denominado Gregorio, el gran santo que hizo de los armenios un pueblo cristiano. Elevemos a Dios una acción de gracias común por esta iluminación a través de Cristo, Luz del mundo. Luz que las tinieblas no pudieron ahogar, ni siquiera durante los años oscuros del ateísmo militante.

En esta misma basílica, corazón de la cristiandad, hace poco tuve la alegría de entregar a Su Santidad Karekin II, Catholicós de todos los armenios, una insigne reliquia del santo Iluminador.

Realizaré hoy el mismo gesto con el patriarca Nerses Bedros XIX. Las reliquias de este santo, presentes entre católicos y apostólicos, son el símbolo de una estrecha unidad de fe, y dan un fuerte impulso a la unidad en Cristo. Estoy convencido de que, veneradas por el pueblo armenio sin distinción, harán crecer la comunión que Cristo quiere para su Iglesia. De este modo, la fraternidad se fortalecerá en la caridad. No dividamos las reliquias, sino trabajemos y oremos para que se unan quienes las reciben. Que las mismas raíces y la continuidad de una historia de santos y mártires preparen para vuestro pueblo un futuro de plena participación y de comunión visible de la fe en el mismo Señor.

Amadísimos hermanos y hermanas, este es un compromiso que debéis cumplir siempre con fidelidad y valentía. Que os sostenga la intercesión celestial de los numerosos compatriotas vuestros, que, en los períodos oscuros de la persecución, pagaron con la sangre su fidelidad al Señor. Pienso sobre todo en tantas madres y abuelas que, cuando la Iglesia se veía obligada a callar, "iluminaban" a sus seres queridos con la Palabra que salva y con los ejemplos de vida cristiana.

6. Queridos hermanos y hermanas, he podido conocer al pueblo armenio desde los años de mi juventud, y albergo el gran deseo de ir como peregrino de esperanza y de unidad a vuestra patria. Ya quise realizar esta visita en el pasado, aunque sólo fuera para dar el último adiós a mi amado hermano el Catholicós Karekin I, pero el Señor tenía otros planes.

Ahora espero con ilusión el día en que, Dios mediante, podré finalmente besar vuestra amada tierra impregnada de la sangre de tantos mártires; visitar los monasterios donde hombres y mujeres se inmolaron espiritualmente por seguir al Cordero pascual; y encontrarme con los armenios de hoy, que se esfuerzan por recuperar la dignidad, la estabilidad y la seguridad de vida. Juntamente con los hermanos de la Iglesia armenia apostólica, y en particular con el Catholicós y los obispos, anunciaremos, una vez más, todos juntos, católicos y apostólicos, que Cristo es el único Salvador.

Sólo en él está la vida; sólo su Evangelio podrá hacer revivir a vuestro pueblo la grandeza del pasado. Por vuestras venas corre la sangre de los santos; sobre vuestra historia ha descendido el agua de la redención. Nada puede resistir a la fuerza renovadora de la gracia.

7. Pueblo armenio, ¡mantén fija tu mirada en Cristo, camino, verdad y vida! Él es la esperanza que no defrauda, la luz que disipa las tinieblas del mal. Cristo guía tus pasos:  ¡no temas!
Te protege la santa Madre de Dios; interceden por ti los santos armenios, y especialmente san Gregorio el Iluminador, a quien dentro de poco invocaremos como "columna de luz de la santa Iglesia armenia" y "arca salvífica del pueblo armenio".

Está cerca de ti el Obispo de Roma y toda la Iglesia católica. Pueblo armenio, al que hoy abrazo con afecto, avanza en la fe de tus padres y pasa la antorcha a las generaciones futuras.

Y tú, Cristo, nuestro Dios, concédenos a todos que seamos dignos de entrar un día en la morada celestial de luz y heredar tu reino preparado desde el comienzo del mundo para tus santos.

Gloria a ti, con el Padre y con el Espíritu Santo, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Amén.

 



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