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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ALEJO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Domingo 18 de noviembre de 2001

 

1. "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19). Estas palabras, que acaban de resonar en nuestra asamblea, ponen de relieve el mensaje espiritual de este XXXIII domingo del tiempo ordinario. Al acercarnos a la conclusión del año litúrgico, la palabra de Dios nos invita a reconocer que las realidades últimas están gobernadas y dirigidas por la Providencia divina.

En la primera lectura  el profeta Malaquías describe el día del Señor (cf. Ml 3, 19) como una intervención decisiva de Dios, destinada a derrotar el mal y restablecer la justicia, a castigar a los malvados y premiar a los justos. Aún más claramente las palabras de Jesús, referidas por san Lucas, eliminan de nuestro corazón toda forma de miedo y angustia, abriéndonos a la consoladora certeza de que la vida y la historia de los hombres, a pesar de sucesos a menudo dramáticos, siguen firmemente en las manos de Dios. A quien pone su confianza en él, el Señor le promete la salvación:  "Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá" (Lc 21, 18).

2. "El que no trabaja, que no coma" (2 Ts 3, 10). En la segunda lectura, san Pablo subraya que los creyentes deben comprometerse seriamente para preparar la llegada del reino de Dios y, ante una interpretación errónea del mensaje evangélico, recuerda con vigor este aspecto concreto. Con una expresión muy eficaz, el Apóstol reprocha el comportamiento de los que se tomaban una actitud de  indiferencia  y evasión, en lugar de vivir  y testimoniar con empeño el Evangelio, considerando falsamente que estaba ya muy próximo el día del Señor.

¡Quien cree no debe comportarse así! Al contrario, debe trabajar de modo serio y perseverante, esperando con fe el encuentro definitivo con el Señor. Este es el estilo propio de los discípulos de Jesús, que el Aleluya pone muy bien de relieve:  "Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (cf. Mt 24, 42. 44).

3. Amadísimos feligreses de San Alejo en las Casas Rojas, gracias por vuestra cariñosa acogida. Saludo con afecto al cardenal vicario y al obispo auxiliar del sector. Saludo a vuestro activo párroco, don Giancarlo Casalone, al vicario parroquial y a cuantos forman parte de esta comunidad, así como a los habitantes del barrio.

Con alegría celebro la santa misa en vuestra nueva y hermosa iglesia parroquial. Gracias a Dios y a la generosa contribución del Vicariato, de vuestros sacerdotes y de numerosas personas de buena voluntad, después de casi veinte años vuestra comunidad puede gozar de unas adecuadas instalaciones parroquiales. Estoy seguro de que favorecerán en gran medida los encuentros y el crecimiento de la comunidad misma, así como su activa inserción apostólica en el barrio. Es importante que haya un lugar donde reunirse para orar, recibir los sacramentos y entablar relaciones de amistad y fraternidad con todos. De este modo, es más fácil formar a los niños, encontrarse con los jóvenes, ayudar a las familias y sostener a los ancianos. Así, se alimenta también el espíritu de acogida y solidaridad, que tanto necesita el mundo.

4. A la vez que damos gracias al Señor por este templo y los locales anexos, os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a seguir construyendo juntos vuestra comunidad eclesial, constituida por piedras vivas que se apoyan en Cristo, piedra fundamental. Son numerosos los grupos y las asociaciones que la componen y se reúnen aquí para orar, para formarse en la escuela del Evangelio, para participar asiduamente en los sacramentos -sobre todo en los de la penitencia y la Eucaristía- y para crecer en la comunión y en el servicio. Recuerdo, entre otros, a los scouts, a los diversos grupos juveniles, a los de Renovación en el Espíritu y de la Lectio divina, así como a las personas que se dedican al Centro de escucha Cáritas. Queridos hermanos, caminad juntos y dad generosamente vuestra contribución a la Misión diocesana permanente. Ante los mensajes negativos, difundidos por ciertas modas culturales de la sociedad contemporánea, sed constructores de esperanza y misioneros de Cristo por doquier.

¿No es este el programa pastoral de nuestra diócesis? Pero, para que el Espíritu de Cristo penetre en todas partes, es preciso reforzar una extensa y orgánica pastoral vocacional. Es necesario educar a las familias y a los jóvenes en la oración y en la entrega de su existencia como don a los demás. Para esta acción vocacional podrán ayudaros los contactos con los seminarios diocesanos, la participación de los institutos religiosos y el apoyo de los servicios ofrecidos por el Vicariato para el apostolado juvenil, universitario y familiar.

5. Preguntaos a diario:  Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Cuál es tu voluntad con respecto a nosotros como familia, como padres, como hijos? ¿Qué esperas de mí, como joven que se abre a la vida y quiere vivir contigo y para ti? Sólo respondiendo a estas preguntas personales y comprometedoras podréis realizar plenamente la voluntad de Dios, y ser luz y sal que ilumina y da sabor a nuestra amada ciudad.

Jesús nos exhorta a estar en vela y preparados (cf. Aleluya). Nos invita a la conversión y a la vigilancia continua. ¡Que vuestra vida se inspire siempre en esta exhortación! Cuando el camino resulta duro y fatigoso, cuando parece que prevalecen el miedo y la angustia, entonces, de modo particular, la palabra de Dios debe ser nuestra luz y nuestro sólido consuelo. De esta manera se consolida la fe, se mantiene viva la esperanza y se intensifica el ardor del amor divino.

¡Que María sea vuestro apoyo y vuestra guía! Ella, la Virgen fiel, es quien puede enseñarnos a estar "siempre alegres en el servicio del Señor", como hemos orado al inicio de esta eucaristía, obteniéndonos la fuerza para "perseverar en la entrega a Dios", fuente de todo bien. Así podremos conseguir una "felicidad plena y duradera". Así sea.

 



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