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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ENRIQUE

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Primer domingo de Cuaresma
17 de febrero de 2002

 

1. "Misericordia, Señor:  hemos pecado". La invocación del Salmo responsorial, que acaba de resonar en nuestra asamblea, expresa de manera significativa el sentimiento que nos anima en este primer domingo de Cuaresma. Estamos al comienzo de un singular itinerario de penitencia y conversión. Nos damos cuenta de que se trata de una ocasión favorable para reconocer el pecado, que ofusca nuestra relación con Dios y con los hermanos:  "Yo reconozco mi culpa —proclama el salmista—, tengo siempre presente mi pecado:  contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces" (Sal 50, 5-6).

La página del libro del Génesis, que acabamos de escuchar (cf. Gn 3, 1-7), indica bien qué es el pecado y las consecuencias que produce en la vida del hombre. Nuestros antepasados cedieron a las lisonjas del tentador, interrumpiendo bruscamente el diálogo de confianza y de amor que tenían con Dios. El mal, el sufrimiento y la muerte entran así en el mundo, y habrá que esperar al Salvador prometido para restablecer, de modo incluso más admirable, el plan originario del Creador (cf. Gn 3, 8-24).

2. A la acción insidiosa del Maligno tampoco escapa el Mesías, como narra san Mateo en la página evangélica de hoy:  "Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo" (Mt 4, 1). En el desierto es sometido a una triple tentación por parte de Satanás, a la que resiste con decisión. Jesús reitera con firmeza que no es lícito poner a prueba a Dios; no está permitido rendir culto a otro dios; nadie puede decidir por sí mismo su propio destino. La referencia última de todo creyente es la Palabra que sale de la boca del Señor.

En estas pocas líneas se bosqueja el programa de nuestro camino cuaresmal. También nosotros estamos llamados a atravesar el desierto de la cotidianidad, afrontando la tentación recurrente de alejarnos de Dios. Estamos invitados a imitar la actitud del Señor, que obedece con decisión la palabra del Padre celestial y, de este modo, restablece la jerarquía de los valores según el proyecto divino originario.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Enrique, esta es la 301ª parroquia romana que tengo la alegría de visitar, prosiguiendo mi peregrinación pastoral a través de nuestra diócesis. Como ya he tenido posibilidad de subrayar, estos gratos encuentros dominicales me ofrecen una singular oportunidad de "cumplir de manera muy concreta mi misión de Obispo de Roma, Sucesor del apóstol san Pedro" (Mensaje al cardenal Camillo Ruini, 14 de diciembre de 2001:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 2001, p. 4).

Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, monseñor Dieci, a vuestro activo párroco, don Romano Esposito, y a los jóvenes vicarios parroquiales. Saludo y doy las gracias a cuantos me han dado la bienvenida al inicio de esta celebración; saludo asimismo a los miembros del consejo pastoral, del consejo de asuntos económicos y de los diversos grupos parroquiales. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros aquí presentes, y extiendo mi saludo a todos los miembros de esta joven y prometedora comunidad cristiana, así como a los habitantes de la zona.

4. Vuestra comunidad es una comunidad joven, que nació en 1998 de la "parroquia madre" de San Alejandro. Está constituida en gran parte por familias de reciente formación, que se han asentado en el barrio durante el último decenio. Sólo desde junio de 1999 cuenta con un verdadero templo parroquial propio. La frecuentan muchos niños, numerosos niños y muchachos, que la alegran y la hacen viva.

Pienso en los que participan en los grupos de la Juventud ardiente mariana (GAM), en los que recorren el itinerario hacia el redescubrimiento del bautismo, en el grupo Cáritas, en el Centro de acogida para ancianos y extracomunitarios, y en la "Comunidad de amor", que desea ayudar a los jóvenes esposos y a los novios a vivir el sacramento cristiano del matrimonio. Pienso en cuantos —lectores, acólitos y componentes del coro— contribuyen a que las celebraciones litúrgicas sean vivas y animadas.

Sé, además, que estáis trabajando para sostener a las familias, y os preocupáis por la educación de los muchachos, en primer lugar de los que se preparan para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana, así como de los que frecuentan el oratorio. Convocar a los padres mientras se imparte la catequesis a sus hijos es, indudablemente, un óptimo medio para ayudar a las familias a vivir juntos la recepción de los sacramentos.

Con igual generosidad sé que os preparáis para colaborar en las diferentes iniciativas que la diócesis de Roma ha programado:  la asamblea eclesial sobre el tema de las vocaciones, que se celebrará en junio, así como los demás encuentros previstos, comenzando por el encuentro con los jóvenes en la plaza de San Pedro, el próximo 21 de marzo. Proseguid por este camino, y Dios hará fructificar vuestros esfuerzos por el bien de todos.

5. "Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos" (Rm 5, 19). Estas consoladoras palabras del apóstol san Pablo a los Romanos nos confortan en nuestro camino espiritual. En el mundo, dominado a menudo por el mal y el pecado, resplandece victoriosa la luz de Cristo. Él, con su pasión y resurrección, ha derrotado el pecado y la muerte, abriendo a los creyentes las puertas de la salvación eterna. Este es el mensaje alentador que nos transmite la liturgia de hoy.

Sin embargo, para participar plenamente en la victoria de Cristo es preciso comprometerse a cambiar el propio modo de pensar y de actuar, a la luz de la palabra de Dios.

"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Sal 50, 12). Hagamos nuestra esta invocación del salmista. Es una súplica muy oportuna en el tiempo de Cuaresma.

Señor, ¡crea en nosotros un corazón nuevo! Renuévanos en tu amor. Obtennos tú, Virgen María, un corazón nuevo y un espíritu firme. Así llegaremos a celebrar la Pascua, renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos.



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