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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA DE CANONIZACIÓN DE CINCO BEATOS


Domingo de Pentecostés, 19 de mayo de 2002

 

1. "Los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua" (Hch 2, 11).
Así exclama, el día de Pentecostés, la multitud de peregrinos "de todas las naciones de la tierra" (Hch 2, 5), al escuchar la predicación de los Apóstoles.

También a nosotros nos embarga el mismo asombro, mientras contemplamos las maravillas realizadas por Dios en la existencia de los cinco nuevos santos, elevados a la gloria de los altares precisamente el día de Pentecostés:  Alonso de Orozco, presbítero, de la Orden de San Agustín; Ignacio de Santhià, presbítero, de la Orden de Frailes Menores Capuchinos; Humilde de Bisignano, religioso, de la Orden de Frailes Menores; Paulina del Corazón Agonizante de Jesús, virgen, fundadora de la congregación de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción; y Benedicta Cambiagio Frassinello, religiosa, fundadora del instituto de las Religiosas Benedictinas de la Providencia.

Recorrieron los caminos del mundo anunciando y testimoniando a Cristo con la palabra y con la vida. Por eso se han convertido en signo elocuente del perenne Pentecostés de la Iglesia.

2. "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20, 22-23). Con estas palabras el Resucitado transmite a los Apóstoles el don del Espíritu y, con él, el poder divino de perdonar los pecados. La misión de perdonar las culpas y de acompañar a los hombres por las sendas de la perfección evangélica fue vivida, de modo singular, por el sacerdote capuchino Ignacio de Santhià, que, por amor a Cristo y para progresar más rápidamente en la perfección evangélica, se encaminó tras las huellas del Poverello de Asís.

Ignacio de Santhià fue padre, confesor, consejero y maestro de muchos —sacerdotes, religiosos y laicos— que en el Piamonte de su tiempo recurrían a su guía sabia e iluminada. Aún hoy sigue recordando a todos el valor de la pobreza, de la sencillez y de la autenticidad de vida.

3. "Paz a vosotros" (Jn 20, 19. 21), dijo Jesús al aparecerse a los Apóstoles en el Cenáculo. La paz es el primer don del Resucitado a los Apóstoles. Esa paz de Cristo, principio inspirador también de la paz social, la difundió constantemente Humilde de Bisignano, digno hijo de la noble tierra de Calabria. Compartió con Ignacio de Santhià el mismo compromiso de santidad en la espiritualidad de san Francisco de Asís, dando a su vez un singular testimonio de caridad para con los hermanos.

En nuestra sociedad, en la que con demasiada frecuencia parecen borrarse las huellas de Dios, fray Humilde representa una gozosa y estimulante invitación a la mansedumbre, a la benignidad, a la sencillez y a un sano desprendimiento de los bienes efímeros del mundo.

4. "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común" (1 Co 12, 7). Así sucedió en la vida de san Alonso de Orozco, de la Orden de San Agustín. Nacido en la toledana villa de Oropesa, la obediencia religiosa le llevó a recorrer muchos lugares de la geografía española, terminando sus días en Madrid. Su dedicación pastoral al servicio de los más pobres en los hospitales y cárceles hace de él un modelo para quienes, impulsados por el Espíritu, fundan toda su existencia en el amor a Dios y al prójimo, según el supremo mandato de Jesús.

5. La acción del Espíritu se manifiesta de modo especial también en la vida y en la misión de la madre Paulina, impulsándola a instituir, juntamente con un grupo de jóvenes amigas, una casa de acogida, bautizada poco después por el pueblo con el nombre de "Hospital San Virgilio" y destinada a la atención material y espiritual de los enfermos y desamparados. Así, para realizar los planes de la Providencia, nace la primera comunidad religiosa del sur de Brasil, denominada congregación de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción. Fue en ese hospital donde el ser para los demás constituyó el motivo principal de la vida de la madre Paulina. En el servicio a los pobres y a los enfermos se convirtió en manifestación del Espíritu Santo, "consolador perfecto, dulce huésped del alma y descanso de nuestro esfuerzo" (Secuencia).

6. "Oh luz divina, penetra hasta el fondo del corazón de tus fieles". Las palabras de la Secuencia constituyen una hermosa síntesis de toda la existencia de Benedicta Cambiagio Frassinello, y explican su extraordinaria riqueza espiritual.

Guiada por la gracia divina, la nueva santa se esforzó por cumplir con fidelidad y coherencia la voluntad de Dios. Con confianza ilimitada en la bondad del Señor, se abandonaba a su "Providencia amorosa", profundamente convencida de que, como solía repetir, es necesario "hacerlo todo por amor a Dios y para agradarle". Esta es la valiosa herencia que santa Benedicta Cambiagio Frassinello deja a sus hijas espirituales y que hoy se propone a toda la comunidad cristiana.

7. "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor" (Aleluya). Hagamos nuestra esta invocación de la liturgia de hoy. El Espíritu Santo transformó radicalmente a los Apóstoles, al principio encerrados en el Cenáculo por miedo, en celosos heraldos del Evangelio. El Espíritu sigue sosteniendo a la Iglesia en su misión evangelizadora a lo largo de los siglos, suscitando en todas las épocas testigos valientes de la fe.

Con los Apóstoles recibió el don del Espíritu la Virgen María (cf. Hch 1, 14). Juntamente con ella, en comunión con los nuevos santos, imploremos también nosotros el prodigio de un nuevo Pentecostés para la Iglesia. Pidamos que descienda sobre la humanidad de nuestro tiempo la abundancia de los dones del Espíritu Santo.

¡Ven, Espíritu Santo, e inflama los corazones de tus fieles! Ayúdanos también a nosotros a difundir en el mundo el fuego de tu amor. Amén.

 



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