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SANTA MISA DE CONSAGRACIÓN DE DOCE OBISPOS
EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Lunes 6 de enero de 2003

 

1. "Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz" (Is 60, 1).

El profeta Isaías se dirige así a la ciudad de Jerusalén. La invita a dejarse iluminar por su Señor, luz infinita que hace resplandecer su gloria sobre Israel. El pueblo de Dios está llamado a convertirse él mismo en luz, para orientar el camino de las naciones, envueltas en "tinieblas" y "oscuridad" (Is 60, 2).

Este oráculo resuena con plenitud de significado en esta solemnidad de la Epifanía del Señor. Los Magos, que llegan de Oriente a Jerusalén guiados por un astro celeste (cf. Mt 2, 1-2), representan las primicias de los pueblos atraídos por la luz de Cristo. Reconocen en Jesús al Mesías y demuestran anticipadamente que se está realizando el "misterio" del que habla san Pablo en la segunda lectura:  "Que también los gentiles son coherederos (...) y partícipes de la promesa de Jesucristo, por el Evangelio" (Ef 3, 6).

2. Amadísimos hermanos elegidos para el episcopado, hoy, al recibir el sacramento que os hace sucesores de los Apóstoles, os convertís con pleno derecho en ministros de este misterio

Vuestros nombres y vuestros rostros hablan de la Iglesia universal:  la Catholica, en el lenguaje de los antiguos Padres. En efecto, procedéis de diferentes naciones y continentes; y ahora sois destinados nuevamente a diversos países.

La fe en Cristo, luz del mundo, ha guiado vuestros pasos desde la juventud hasta la entrega de vosotros mismos en la consagración presbiteral. Al Señor no le habéis ofrecido oro, incienso y mirra, sino vuestra vida misma. Ahora Cristo os pide que renovéis esta oblación, para desempeñar en la Iglesia el ministerio episcopal. Como  hizo un día con los Doce, os invita  a  cada  uno a compartir plenamente su vida y su misión (cf. Mc 3, 13-15).

Recibís la plenitud del don; al mismo tiempo, se os pide la plenitud del compromiso

3. Con afecto os saludo y abrazo espiritualmente a cada uno. Os saludo a vosotros, queridos  monseñores Paul Tschang In-nam, Celestino Migliore, Pierre Nguyên Van Tôt y Pedro López Quintana, que seréis mis representantes en países de Asia y de África, y ante la Organización de las Naciones Unidas. Os agradezco el valioso servicio que habéis prestado hasta ahora a la Santa Sede, y deseo que vuestro ministerio pastoral contribuya a hacer que brille entre los pueblos la luz de Cristo. En el respeto de las instituciones y de las culturas, invitad a las naciones a las que sois enviados a abrirse al Evangelio. Sólo Cristo puede garantizar una profunda renovación de las conciencias y de los pueblos.

Os saludo a vosotros, queridos monseñores Angelo Amato y Brian Farrell, a quienes he confiado en la Curia romana los cargos, respectivamente, de secretario de la Congregación para la doctrina de la fe y de secretario del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Fidelidad a la Tradición católica y compromiso en favor del diálogo ecuménico:  por este camino ha de avanzar siempre seguro vuestro servicio.

Os saludo también a vosotros, queridos monseñores Calogero La Piana, obispo de Mazara del Vallo (Italia); René-Marie Ehuzu, obispo de Abomey (Benin); Ján Babjak, obispo de la eparquía de Presov (Eslovaquia); Andraos Abouna, auxiliar del patriarcado de Babilonia de los caldeos (Irak); Milan Sasik, administrador apostólico ad nutum Sanctae Sedis de la eparquía de Mukacevo (Ucrania); y Giuseppe Nazzaro, vicario apostólico de Alepo de los latinos (Siria).

Quiera Dios que las amadas comunidades eclesiales que os acogerán, y a las que saludo con afecto, encuentren en vosotros a pastores diligentes y generosos. Siguiendo el ejemplo del buen Pastor, y con su ayuda, guiad siempre a los creyentes a los pastos de la vida eterna.

4. "En esto conocerán todos que sois discípulos míos:  si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35).

Queridos y venerados pastores, el divino Maestro os pide que viváis y testimoniéis su amor. En efecto, el anuncio del amor salvífico de Dios es la síntesis de la misión que hoy, solemnidad de la Epifanía del Señor, la Iglesia os confía.

Haced que resplandezca la belleza del Evangelio, compendio de caridad divina, ante la grey que os ha sido encomendada. Dad a todo el pueblo cristiano un claro testimonio de santidad. Sed siempre epifanía de Cristo y de su amor misericordioso, y que nada os impida cumplir esta misión.

Que María santísima, maestra de perfecta identificación con su Hijo divino, os sostenga y proteja en las diversas tareas que estáis llamados a realizar.

Como exhorta el Apóstol, esforzaos por reflejar "como en un espejo la gloria del Señor", y seréis transformados "en esa misma imagen, cada vez más gloriosos" (cf. 2 Co 3, 18). Que esto se cumpla en cada uno de vosotros, para la gloria de Dios y el bien de las almas. Amén.

 



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