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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL JAMES ROBERT KNOX
EN VISTA DEL CONGRESO EUCARÍSTICO
INTERNACIONAL DE LOURDES
 

 

Emmo. Sr. Cardenal James Robert Knox,
Presidente del Comité permanente para los Congresos Eucarísticos Internacionales.

El Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en Lourdes el año 1981, constituirá para la Iglesia un tiempo fuerte de oración y de renovación espiritual. El anuncio del mismo es fuente de alegría y una invitación a prepararlo desde ahora con esmero, no sólo por parte del Comité que usted preside, sino también de los numerosos Pastores y fieles que tomarán parte en él activamente.

«Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo»: éste es el tema escogido por el Comité permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales, tema confirmado hoy por el Papa. Para captar bien la novedad específica y radical que introduce Jesucristo en todo fiel que participa en la Eucaristía, en la Iglesia y, por tanto, en la sociedad, convendrá que el Congreso ponga bien de relieve, sobre todo, las bases de la doctrina eucarística, tal como ha sido recibida, meditada y vivida, sin interrupción a partir de los Apóstoles, por los mártires, los Padres de la Iglesia, la cristiandad medieval, los Concilios, la piedad moderna, las legítimas investigaciones de nuestra época. Al igual que San Pablo (cf. 1 Cor 11, 23), los pastores y los teólogos del Congreso deberán transmitir lo que ellos han recibido de la Tradición viviente, guiada por el Espíritu Santo. Aparecerá de este modo, en la integridad de su misterio, el sentido pleno de «Pan partido»: este Pan, en efecto, se refiere enteramente no sólo a una participación generosa tal como se desprende del ejemplo de Jesús, sino también al sacrificio de Cristo, que ha dado su cuerpo y derramado su sangre para quitar el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29), para destruir el muro entre los hermanos enemigos (cf. Ef 2, 14) y hacerles accesible el amor del Padre (cf. Rom 5, 2). Las palabras más importantes del Salvador referidas por San Juan son éstas: «el pan que yo les daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6, 51). Y el Apóstol proclama a su vez: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?» (1 Cor 10, 16). A partir de esta Tradición vivida, el Congreso podrá profundizar y manifestar al mundo de hoy cómo y por qué el «mundo nuevo» está unido a la Eucaristía y la misma Eucaristía está unida a la pasión y a la resurrección de Cristo.

¡Qué gracia será tomar conciencia más clara del hecho que este Sacrificio se hace presente en toda acción eucarística, y que los creyentes pueden asimilar el fruto como alimento diario, y proclamar los efectos en sus propias vidas!

La primera etapa, tiempo inicial del Congreso, será por consiguiente el de la contemplación del «misterio de la fe», el de la adoración, en unión con la Virgen María que «conservaba estas cosas en su corazón» (cf. Lc 2, 19. 51). Es precisamente la fuerza de este inaudito mensaje, de esta «locura» y «sabiduría» de Dios (cf. 1Cor 1, 21), que debe sacudir el mundo. Feliz encuentro el de Lourdes, si conseguirá promover esta comprensión auténtica de la Eucaristía, suscitar una renovada acción de gracias a tal don, un acercamiento más respetuoso, una celebración más digna, un deseo más ardiente de comulgar con provecho mediante una mejor preparación. «Cristo dio su vida por nosotros, y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos» (1Jn 3, 16). Un «hombre nuevo» (Col 3, 10), un mundo nuevo marcado por relaciones filiales hacia Dios y fraternales entre los hombres, digamos: una humanidad nueva: tales son los frutos que se esperan del Pan de vida que la Iglesia parte y distribuye en nombre de Cristo.

Es necesario afirmar esto: el nivel más profundo, donde se realiza, en quienes comulgan, esta unión con el Cuerpo de Cristo, esta «ósmosis» de su caridad divina, escapa al sentimiento y a las medidas humanas; pertenece al orden de la gracia, a la misteriosa participación, en la fe, a la vida de Cristo resucitado según el espíritu de santidad (cf. Rom 1, 4).

Normalmente deben derivar de ello grandes consecuencias morales, que San Pablo enumera en la segunda parte de cada una de sus Cartas. Estas consecuencias son a la vez exigencias e invitaciones, porque suponen la disponibilidad y la responsabilidad de los participantes. ¡Qué profundas implicaciones, para las relaciones entre los que comulgan! «La Eucaristía hace Iglesia», ella reúne, como miembros de un cuerpo, a los que participan en el mismo Cuerpo de Cristo: «Para que todos sean uno» (Jn 17, 21). Y qué consecuencias también para la misma sociedad, por el modo de acercar a los hombres como hermanos. sobre todo los más pobres. de servirles, de compartir con ellos el pan de la tierra y el Pan del amor, de construir con ellos un mundo más justo, más digno de los hijos de Dios, y al mismo tiempo preparar para el futuro un mundo nuevo, en el que Dios mismo aportará la renovación definitiva y la comunión total y sin fin (cf. Ap 21, 1.5; cf. Gaudium et spes, 39, 45).

El Congreso de Lourdes tendrá como objetivo verificar, de alguna manera, todo el dinamismo espiritual y ético que Cristo Eucaristía comporta en quienes se alimentan de El con las disposiciones requeridas. El se preocupará de enmarcar todas estas posibilidades de transformación personal y social en el contexto de las actitudes y de las bienaventuranzas evangélicas, mediante la conversión, ya que ella está en el centro de la renovación cristiana.

Bajo este aspecto, el mensaje del Congreso Eucarístico enlazará con el mensaje permanente de Lourdes. ¡Que la Virgen Inmaculada ayude a los corazones a purificarse en vista de este gran encuentro!

Si me he preocupado de recordar estas orientaciones más significativas, es porque la Iglesia católica tiene hoy especialmente necesidad de ellas. Yo animo vivamente al trabajo que al respecto será realizado por el Comité Internacional y por todos aquellos que, según las funciones respectivas, colaborarán en la preparación y en la organización de la hospitalidad, de la liturgia, de la enseñanza, de las intervenciones y de los encuentros. Imploro sobre ellos la luz y la fuerza del Espíritu Santo.

La ciudad mariana, que ya conoce peregrinaciones tan admirables, constituye un fondo incomparable y casi único en el mundo, para el homenaje a Cristo Eucaristía y para la irradiación de su mensaje.

A todos los responsables imparto de corazón mi bendición apostólica.

Vaticano, 1 de enero de 1979.

IOANNES PAULUS PP. II

 

 



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