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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL EDWARD I. CASSIDY
CON MOTIVO DE LA II ASAMBLEA ECUMÉNICA EUROPEA

 

Al cardenal EDWARD IDRIS CASSIDY
presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos

«La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2 Co 13, 13).

1. Con este saludo del apóstol Pablo le expreso mis mejores deseos a usted y a los participantes en la segunda Asamblea ecuménica europea, que está celebrándose en Graz. Le pido amablemente que transmita la seguridad de mi cercanía, en la oración, a los hermanos y a las hermanas de las Iglesias cristianas y de las comunidades eclesiales de Europa que, en nombre del Señor y con espíritu de reconciliación, se han reunido para escuchar la palabra de Dios que nos llama a la reconciliación y a la comunión.

Ese saludo de san Pablo a los Corintios es una proclamación y, a la vez, una bendición, y los cristianos de todas las épocas han sentido su necesidad. Nos introduce en el misterio del amor redentor de Dios, que nos amó hasta el punto de darnos a su Hijo único, Jesucristo. La redención realizada por el Hijo ha transformado nuestra relación con Dios, no sólo porque venció el pecado, sino también porque derramó su gracia en nosotros y estableció una nueva comunión de vida: «Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Rm 5, 10). Los cristianos viven en comunión con el Padre por el poder misericordioso que han recibido mediante la cruz de Cristo.

En efecto, el tema de la Segunda Asamblea ecuménica europea —la reconciliación como «Don de Dios y fuente de vida nueva»— es muy oportuno. Como nos recuerda san Pablo, la reconciliación es obra de Dios (cf. 2Co 5,18). Este se considera, con razón, el fundamento de todo acto de reconciliación eclesial y social. La reconciliación con Dios está íntimamente relacionada con la reconciliación con los demás, y deriva de ella; de hecho, el Señor considera que incluso la eficacia del acto de adoración depende de ella. «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5, 23-24).

2. Esta Asamblea tiene lugar después de un intenso desarrollo de las relaciones y del diálogo teológico entre los cristianos, un desarrollo que ha creado un nuevo clima entre nosotros. Observo con alegría que un efecto particularmente positivo de nuestros contactos y de nuestro diálogo es el fortalecimiento de nuestro compromiso en favor de la unidad plena, sobre la base de nuestra mayor conciencia de los elementos de fe que tenemos en común (cf. Ut unum sint, 49). De modo especial, la mayor comprensión de los elementos existentes de comunión que se ha logrado gracias al diálogo previo, forma la verdadera base de la actual reunión de cristianos de diferentes confesiones. Confío en que vuestro encuentro sea una fuente de gran alegría, mientras percibís cada vez con mayor claridad, los unos en los otros, el semblante de Dios mismo y reconocéis recíprocamente en vuestras palabras el anhelo de proclamar juntos la única fe en Cristo.

3. «Todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5, 18). Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados a ponernos al servicio de la reconciliación, en todos sus numerosos aspectos. Para los cristianos no es un honor proclamar el mensaje de reconciliación, mientras nosotros mismos seguimos divididos y, a veces, somos hostiles unos con otros. Necesitamos aún purificarnos de nuestra memoria histórica, desfigurada por las heridas de un pasado confuso y, a veces, violento.

Europa tiene una responsabilidad muy especial con respecto al ecumenismo. Es precisamente en Europa donde han surgido las mayores divisiones entre Oriente y Occidente e, incluso, dentro del mismo Occidente. Sin embargo, también es en Europa donde se han realizado serios esfuerzos orientados a la reconciliación cristiana y a la búsqueda de la unidad visible. Esta Asamblea testimonia cuánto se ha logrado en la promoción del diálogo teológico, fomentando el movimiento espiritual conocido como diálogo de la caridad, que crea las condiciones en las que puede desarrollarse el diálogo teológico con claridad, sinceridad y confianza mutua.

4. En otro ámbito, el continente europeo aspira hoy a la reconciliación de sus pueblos y a la eliminación de las condiciones de división social. Ha nacido una relación más positiva entre el Este y el Oeste después del derrumbe de los regímenes comunistas. Sin embargo, también han surgido nuevos problemas y nuevas tensiones, que a menudo se manifiestan violentamente en conflictos abiertos. Los cristianos tienen una responsabilidad especial en estas contiendas, puesto que su misma herencia espiritual implica el espíritu de perdón y paz.

En una Europa que está buscando no sólo la cohesión económica, sino también la política y social, los cristianos de Oriente y Occidente pueden ofrecer una contribución común, aunque distinta, a la dimensión espiritual del continente. No debemos olvidar ni perder los valores que los cristianos han aportado a la historia de Europa. Como seguidores de Cristo, todos debemos estar profundamente convencidos de que tenemos la responsabilidad común de promover el respeto a los derechos humanos, a la justicia y la paz, y a todo lo que forma parte del carácter sagrado de la vida. En particular, en medio de la creciente indiferencia y de la secularización, estamos llamados a dar testimonio de los valores de vida y fe en la Resurrección que encarna todo el mensaje cristiano.

Que Dios bendiga el trabajo de la Asamblea, que ojalá sea una expresión tangible de nuestro camino hacia la reconciliación en nombre del Señor. Que con su ayuda, los cristianos, en todas partes, celebremos juntos el comienzo del tercer milenio e, impulsados por nuestra fe común en Jesucristo, Señor y Salvador del mundo, le pidamos con renovado entusiasmo y con una conciencia más profunda, la gracia de prepararnos juntos para ofrecer el sacrificio de la unidad, pues para Dios el mejor sacrificio es la paz, la concordia fraterna y un pueblo que refleje la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Ut unum sint, 102).

Vaticano, 20 de junio de 1997

IOANNES PAULUS PP. II

 



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