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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 AL ARZOBISPO DE HUÊ, CON OCASIÓN DE LA CLAUSURA DEL AÑO MARIANO
EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA VANG, VIETNAM

 

A monseñor ETIENNE NGUYÊN NHU THÊ
Arzobispo de Huê

1. Con ocasión de la clausura del Año mariano y de la XXV peregrinación trienal al santuario de Nuestra Señora de La Vang, me uno espiritualmente mediante la oración a los fieles vietnamitas y a los peregrinos que han invocado la intercesión materna de la Virgen María, pidiendo a esta Madre santísima que acompañe a la Iglesia católica en Vietnam durante su camino hacia el Señor y que la asista en el testimonio que debe dar en el umbral del tercer milenio.

«Desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos» (Incarnationis mysterium, 11), que jamás dejan de invocar a la Madre de todas las misericordias. Los hombres encuentran siempre refugio y valentía bajo su protección. En efecto, María «brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo», en medio de las dificultades de este mundo (Lumen gentium, 68). Ella es también la Madre de la Iglesia en camino, que sigue engendrando e invitando sin cesar a los hombres a acoger como ella la promesa de Dios y, con la ayuda del Espíritu Santo, a ser misioneros del Evangelio.

2. Los fieles, siguiendo su ejemplo de manera muy particular en vísperas del gran jubileo, durante el cual están llamados a una conversión cada vez más intensa, afirmarán su fe, estarán más atentos a la palabra de Dios y se mostrarán disponibles a sus hermanos. Para todos los discípulos de Cristo, María es el modelo por excelencia de la vida cristiana. Dispone nuestro corazón para que acojamos a Cristo, dándonos al igual que a los sirvientes de las bodas de Caná la consigna de hacer todo lo que él nos diga (cf. Jn 2, 5). Nos invita a ir al encuentro de quienes necesitan nuestro apoyo y ayuda, como ella misma hizo con su prima Isabel (cf. Lc 1, 39-45). Así, aprendemos de esta Madre muy querida el «gusto» por el encuentro con Dios y por la misión en medio de nuestros hermanos, que son los dos aspectos de la caridad cristiana.

Cuando nos dirigimos a María, nuestra esperanza se reaviva. En efecto, ella es miembro de nuestra humanidad y, en ella, contemplamos la gloria que Dios promete a los que responden a su llamada. Por tanto, invito a los fieles a depositar su confianza en nuestra Madre común, invocada frecuentemente con el título de Stella Maris, para que, en medio de las tempestades del pecado y de los acontecimientos a veces dolorosos de la historia, permanezcan unidos firmemente a Cristo y puedan testimoniar su amor. «Siguiéndola, no os perderéis; suplicándole, no conoceréis la desesperación; pensando en ella, evitaréis todo error. Si ella os sostiene, no os desanimaréis; si os protege, no tendréis que temer nada; bajo su guía, no sabréis qué es la fatiga; gracias a su favor, alcanzaréis la meta» (san Bernardo, Segunda homilía sobre las palabras del evangelio: «El ángel Gabriel fue enviado»).

3. Los peregrinos, cuando acuden al santuario de Nuestra Señora de La Vang, muy amado por los fieles vietnamitas, le confían sus alegrías y penas, sus esperanzas y sufrimientos. Se dirigen a Dios y se convierten en intercesores de sus familias y del pueblo entero, pidiendo al Señor que infunda en el corazón de todos los hombres sentimientos de paz, fraternidad y solidaridad, para que los vietnamitas se unan cada día más, a fin de construir un mundo donde se viva bien, fundado en los valores espirituales y morales esenciales, y donde cada uno vea reconocida su dignidad de hijo de Dios y pueda dirigirse libre y filialmente a su Padre del cielo, «rico en misericordia» (Ef 2, 4).

4. Estoy especialmente cercano a todos con mi pensamiento en este período en el que la Iglesia en ese país honra a la Madre del Salvador; les encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de La Vang e imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica a usted y a todos los pastores, así como a los peregrinos que acudan al santuario con espíritu jubilar y a los fieles católicos de Vietnam.

Vaticano, 16 de julio de 1999.

JUAN PABLO II



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