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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DE UNA CONFERENCIA INTERNACIONAL
SOBRE EL LLAMAMIENTO A LA JUSTICIA CELEBRADA EN EL VATICANO

 

Al venerado hermano
Señor cardenal
RENATO RAFFAELE MARTINO
Presidente del Consejo pontificio
Justicia y paz

1. Con una oportuna iniciativa, el Consejo pontificio Justicia y paz ha organizado, junto con algunas instituciones académicas internacionales, una conferencia especial para conmemorar el 40° aniversario de la constitución pastoral del concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo. El tema del simposio es estimulante:  "El llamamiento a la justicia. La herencia de la Gaudium et spes cuarenta años después".

Al enviarle mi cordial saludo a usted, venerado hermano, y a cuantos participan en el encuentro, no puedo por menos de destacar la particular importancia que esta celebración reviste para el Consejo pontificio Justicia y paz, pues fue instituido para cumplir la voluntad expresada por los padres conciliares precisamente en ese documento (cf. Gaudium et spes, 90). Durante estos años, el Consejo pontificio ha realizado una importante acción para profundizar y desarrollar las enseñanzas del Concilio en materia de justicia y paz, mereciendo el reconocimiento de toda la comunidad eclesial.

2. El tema presentado en el simposio, "El llamamiento a la justicia", atrae la atención hacia el desafío que afronta constantemente la Iglesia, comprometida a recordar a todo creyente la necesidad de interpretar las realidades sociales a la luz del Evangelio (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 62). En efecto, a veces los enormes progresos de  la  ciencia y de la tecnología pueden hacer olvidar cuestiones fundamentales de justicia, a pesar de la aspiración común a una mayor solidaridad entre los pueblos y a una estructuración más humana de las relaciones sociales (cf. Gaudium et spes, 63; Compendio de la doctrina social de la Iglesia, nn. 213-214).

La triste persistencia de conflictos armados y las recurrentes manifestaciones de violencia en muchísimas partes del mundo constituyen una nueva prueba, en sentido contrario, de la relación inseparable que existe entre justicia y paz, según la doctrina fundamental propuesta con valiente claridad en la Gaudium et spes (cf. n. 78). A este respecto, deseo reafirmar una vez más que la paz es obra de la justicia, pues nace del orden en el que el divino Fundador quiso que se edificara la sociedad humana. Por tanto, ¿cómo no aprobar y animar a los hombres y a las mujeres de buena voluntad que se esfuerzan por crear condiciones de mayor justicia en el mundo? (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, nn. 495 y 498). En efecto, una paz verdadera en la tierra implica la firme determinación de respetar a los demás, personas y pueblos, en su dignidad, y la constante voluntad de incrementar la fraternidad entre los miembros de la familia humana (cf. ib., n. 194).

3. Pero la doctrina de la Gaudium et spes no se reduce sólo a esto:  en ella el Concilio sostiene que la paz es "también fruto del amor, que va más allá de lo que la justicia puede aportar. (...) Por consiguiente, todos los cristianos son llamados insistentemente para que, "haciendo la verdad en el amor" (Ef 4, 15), se unan con todos los hombres verdaderamente pacíficos para implorar e instaurar la paz" (Gaudium et spes, 78).

Para decirlo con otras palabras:  el tema de la justicia no agota la doctrina social de la Iglesia. Es necesario no olvidar jamás la virtud del amor, que lleva al perdón y a la reconciliación, y anima incluso el compromiso cristiano en favor de la justicia. Por lo demás, es indudable que el tema de la justicia es fundamento de todo ordenamiento recto del orden social.

4. He encargado al señor cardenal Angelo Sodano, mi secretario de Estado, que se haga portavoz de estos pensamientos y que le transmita a usted, venerado hermano, y a todos los participantes en esa conferencia la expresión de mi aprecio por los nobles propósitos que impulsan el encuentro que se está celebrando sobre ese importante documento conciliar.

Con estos sentimientos, invoco sobre cuantos participan en el simposio la guía y la iluminación del Espíritu Santo. Estoy seguro de que los trabajos de estos días contribuirán a mostrar que, "a medida que pasan los años, aquellos textos no pierden su valor ni su esplendor" (Novo millennio ineunte, 57).

A la vez que encomiendo a los organizadores, a los relatores y a los participantes a la maternal protección de la santísima Virgen María, a todos envío con afecto la bendición apostólica, prenda de alegría y paz en el Señor.

Vaticano, 15 de marzo de 2005

JUAN PABLO II



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