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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL V CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL DE ECUADOR

 

Señor Cardenal,
Queridos Obispos del Ecuador,
Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Lleno de gozo y esperanza deseo unirme espiritualmente a todos vosotros con motivo del V Congreso Eucarístico Nacional que, bajo el lema “Con María a Cristo, Pan bajado del cielo”, ve reunidos en Guayaquil a los amados hijos e hijas de la Iglesia en el Ecuador para compartir la fe común en la Eucaristía y reforzar los lazos de caridad entre los miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Desde Roma, sede del Apóstol Pedro y centro de la catolicidad, envío un saludo entrañable y afectuoso a todos los ecuatorianos: “Que la gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 1, 3).

En esta solemne ocasión, deseo también hacerme presente de un modo particular en la persona del Señor Cardenal Eduardo Martínez Somalo, mi Enviado Especial para este Congreso Eucarístico.

Vienen a mi memoria les intensas jornadas que viví en Quito, Latacunga, Cuenca y Guayaquil durante mi viaje apostólico a esa amada Nación y, de nuevo, doy gracias a Dios por haber hecho posibles aquellos entrañables encuentros con los Pastores y el pueblo fiel ecuatoriano, que con tanto cariño y solicitud expresó su cercanía y comunión con el Sucesor de Pedro, poniendo una vez más de manifiesto el alma generosa y noble de los hijos de esa bendita tierra.

2. El Congreso Eucarístico Nacional ha de ser un fuerte llamado a reavivar los valores cristianos que han forjado la identidad de vuestra Nación a través de la historia. Guayaquil se convierte en esta ocasión en un nuevo Cenáculo, en el que el Pueblo de Dios se congrega para cantar y reafirmar la fe de la Iglesia en el Santísimo Sacramento.

La Eucaristía es por excelencia el Sacramento de nuestra fe, pues en ella se contiene, se ofrece y se recibe a Nuestro Señor Jesucristo, perpetuándose el memorial de su muerte y resurrección. Por ello la Iglesia de todos los tiempos ha proclamado que este banquete y sacrificio es el culmen y la fuente de todo culto y de toda vida cristiana (cf. Lumen gentium, 11). Bajo las especies sacramentales de pan y vino, Jesús está realmente presente con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.

En el Pan bajado del cielo adoramos al Hijo de Dios, “nacido de mujer” (Ga 4, 4), nacido de María, quien por obra del Espíritu Santo concibió en su seno y dio a luz un hijo a quien puso por nombre Jesús (cf. Lc1, 31-35). Con razón habéis querido que, en el marco del Año Mariano, la Virgen estuviera particularmente presente en vuestro Congreso Eucarístico Nacional. De esta manera, también la devoción a Nuestra Señora recibirá una nueva vitalidad impulsando una más intensa formación cristiana en los fieles, una más activa participación en la vida litúrgica y caritativa de la Iglesia, y un renovado dinamismo apostólico.

3. La comunión del cuerpo y sangre de Cristo entraña unas exigencias inderogables que han de traducirse en un decidido compromiso cristiano que inspire la vida del individuo, de la familia, de la sociedad.

En la medida en que el fiel cristiano, en lo profundo de su corazón, esté abierto a la presencia de Jesús Eucaristía, será capaz de anunciar a los demás la Buena Nueva de salvación.

Del mismo modo, la familia, que se ve hoy acosada por peligros e ideologías diversas, podrá hallar en el Pan bajado del cielo el sostén que la mantenga unida y en defensa de la vida frente a todas las fuerzas que pretenden sembrar desolación y muerte.

Por su parte, la comunidad, que en torno al altar profesa el Misterio de la fe, ha de ser fermento para que los valores morales y éticos sean salvaguardados en la vida social y en la gestión de los poderes públicos, no obstante innegables deficiencias, fruto de egoísmos e intereses contrapuestos.

4. En mi plegaria ante el sagrario pido a Jesús Sacramentado que el Congreso Eucarístico Nacional de Guayaquil marque un hito en la historia de la Iglesia en el Ecuador: Que la confirme como Iglesia comprometida en la nueva evangelización a la que toda América Latina está llamada de cara al V Centenario de la llegada del mensaje salvador al nuevo mundo. Que sea una Iglesia en la que florezcan abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas y que se empeñe decididamente en edificar la civilización de la verdad y la justicia, del amor y de la libertad.

En esta solemne circunstancia os invito a invocar a María para que por su intercesión maternal su divino Hijo derrame abundantes gracias sobre los Pastores y fieles del Ecuador, particularmente sobre aquellos que más lo necesitan: los enfermos, los ancianos, los pobres, los marginados y todos los que sufren.

Con estos fervientes deseos y en prenda de la constante asistencia divina imparto de corazón una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 13 de noviembre de 1988.

IOANNES PAULUS PP. II

 



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