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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL COLEGIO CARDENALICIO

Sala del Consistorio
Miércoles 18 de octubre de 1978

 

Venerados hermanos:

¿Qué os puedo decir en este encuentro cuando estamos todavía ciertamente impresionados por los acontecimientos eclesiales de estos días?

Ante todo doy las gracias al cardenal Decano por las nobles palabras que me ha dirigido interpretando vuestros sentimientos, y en particular os expreso mi gratitud por el gesto de confianza singular que habéis tenido hacia mi humilde persona al elegirme Sucesor de Pedro en la Sede de Roma. Sólo a la luz de la fe es posible aceptar con serenidad interior y con confianza el hecho de que en virtud de vuestra elección me ha tocado a mi llegar a ser Vicario de Cristo en la tierra y Cabeza visible de la Iglesia.

Venerables hermanos: Ha sido un rasgo de confianza y al mismo tiempo de gran valentía el que hayáis querido llamar a ser Obispo de Roma a un "no italiano". Más no se puede decir; sólo inclinar la cabeza ante tal decisión del Sacro Colegio.

Jamás quizá, como en estos últimos acontecimientos que tan profundamente han afectado a la Iglesia dejándola privada de su Pastor universal dos veces en dos meses, el pueblo cristiano ha sentido y experimentado la importancia, la delicadeza y la responsabilidad de las tareas que debía llevar a cabo el Sacro Colegio de los Cardenales; y nunca como en este tiempo —debemos reconocerlo con auténtica satisfacción— los fieles han demostrado estima tan grande y afectuosa y tanta comprensión y benevolencia a los Eminentísimos Padres.

Los aplausos intensos y prolongados que os dedicaron al final de la Misa Pro eligendo Papa y cuando se anunció la elección del nuevo Pontífice, han sido la prueba mas expresiva, exaltante y conmovedora de ello.

Los fieles han comprendido de verdad, venerados hermanos, que la púrpura que lleváis es signo de aquella fidelidad usque ad effusionem sanguinis (hasta derramar la sangre), que prometisteis al Papa con juramento solemne.

Vuestras vestiduras son vestiduras de sangre que recuerdan y hacen presente la sangre que derramaron por Cristo los apóstoles, obispos y cardenales, a través de los siglos. En este momento me viene al pensamiento la figura de un gran obispo, San Juan Fisher, creado cardenal —como es sabido— mientras se encontraba prisionero por su fidelidad al Papa de Roma. La mañana del 22 de junio de 1535, cuando se disponía a ofrecer la cabeza a la espada del verdugo, dirigiéndose a la muchedumbre exclamó: «Pueblo cristiano, he llegado a la muerte por la fe en la Santa Iglesia católica de Cristo».

Me atrevería a añadir que tampoco en nuestra época faltan personas a quienes no se ha ahorrado ni se ahorra ahora la experiencia de la cárcel, de los sufrimientos y de la humillación por Cristo.

Sea siempre esta invencible fidelidad a la Esposa de Cristo el distintivo y la gloria mayor del Colegio Cardenalicio.

Otro elemento quisiera subrayar en este breve encuentro: el sentido de hermandad que en este último tiempo se ha manifestado cada vez más y se ha consolidado en el ámbito del Sacro Colegio: «Oh quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum: Ved cuán bueno y deleitoso es habitar en uno los hermanos» (Sal 132 -133-, 1).

El Sacro Colegio ha tenido que afrontar dos veces, y a brevísima distancia de tiempo, uno de los problemas más delicados de la Iglesia, el de la elección del Romano Pontífice. Y en tal ocasión ha resplandecido la auténtica universalidad de la Iglesia. Se ha podido constatar realmente lo que afirma San Agustín: «Ipsa Ecclesia linguis omnium gentium loquitur... Diffusa Ecclesia per gentes loquitur omnibus linguis: La Iglesia habla en la lengua de todas las gentes... Difundida la Iglesia entre las gentes habla en todas las lenguas» (In Ioannis Evang. Tractat., XXXII, 7; PL 35, 1645).

Experiencias, exigencias, problemas eclesiales complejos, varios e incluso, a veces, diferentes. Pero tal variedad ha sido —y seguirá siendo sin duda— concorde siempre en una única fe, como nos recuerda el mismo obispo de Hipona cuando subraya la belleza y variedad del manto de la Iglesia-reina: «Faciunt istae linguae varietatem vestis reginae huius. Quomodo autem omnes varietas vestis in unitate concordat, sic et omnes linguae ad unam fidem: Estas lenguas comunican variedad al manto de la misma reina. Pero del mismo modo que la variedad del manto se hace concorde en la unidad, así también las lenguas en una única fe» (Enarrat. in Psal. XLIV, 23; PL 36, 509).

Me seria difícil no manifestar gratitud profunda al Santo Padre Pablo VI también por haber querido dar al Sacro Colegio una dimensión tan amplia, internacional, intercontinental. Pues, en efecto, sus miembros proceden de los confines más extremos de la tierra. Esto pone en evidencia no sólo la universalidad de la Iglesia, sino también el aspecto universal de la Urbe.

Dentro de unos días, todos vosotros volveréis a vuestros puestos de responsabilidad. La mayor parte a vuestras diócesis; otros a los dicasterios de la Santa Sede; todos a proseguir con afán siempre creciente el ministerio pastoral, cargado de responsabilidades, preocupaciones y sacrificios, y a la vez confortado por la gracia del Señor y por el gozo espiritual que El da a sus siervos fieles. Pero, aunque estéis al frente de las Iglesias particulares, participáis siempre en la solicitud por toda la Iglesia, viviendo y ]levando a cabo con todas las fuerzas lo que recomienda el Concilio Vaticano II: «Los obispos, como legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio Episcopal, siéntanse siempre unidos entre sí y muéstrense solícitos por todas las Iglesias, ya que por institución divina y por imperativo del oficio apostólico, cada uno juntamente con los otros obispos, es responsable de la Iglesia» (Christus Dominus, 6; cf. ib., 3: Lumen gentium, 25).

Invocando sobre todos vosotros, sobre los fieles confiados a vuestro celo pastoral y sobre los seres queridos, la gracia de Cristo y la protección atenta de María, la Mater Ecclesiae, quisiera impartir con gran afecto mi bendición apostólica; quisiera hacerlo para vosotros primero, y luego, con todos vosotros: que sea así bendecida la Iglesia en todos los sitios por el nuevo Obispo de Roma y por todo el Colegio Cardenalicio, cuyos miembros proceden de todas las partes del mundo y están cercanos a él.

 



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