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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA SOBRE MINERVA DE ROMA


Domingo 5 de noviembre de 1978

 

Está ya para acabarse este día que he querido consagrar de manera particular a los Santos Patronos de Italia.

Elegido por el Sacro Colegio Cardenalicio Sucesor de Pedro, con profunda trepidación he aceptado este servicio considerándolo voluntad de nuestro Señor Jesucristo. Cuando he pensado que no soy nativo de esta tierra, sino un extranjero en ella, me ha venido a la mente la figura de San Pedro, también extranjero en Roma. Y así, con espíritu de fe y por obediencia, he aceptado esta elección por la que he llegado a ser Sucesor de San Pedro y Obispo de Roma.

Siento fuertemente la necesidad de inserirme en esta nueva tierra que Pedro escogió viniendo de Jerusalén a Roma. a través de Antioquía. Y la escogió para fundar en ella su cátedra apostólica.

Esta tierra me ha resultado siempre cercana: ahora debe convertirse en mi segunda patria, y por ello he pensado expresar hoy de modo especial mi unión con esta tierra, con Italia. Deseo formar parte de ella con toda su riqueza histórica y, al mismo tiempo, con toda su realidad actual.

Un testimonio particular de toda patria terrena de los hombres lo constituyen los santos propios, entre ellos estos dos: Santa Catalina de Siena y San Francisco de Asís, que han sido proclamados Patronos de Italia.

Aquí, ante las reliquias de Santa Catalina, debo dar gracias una vez más a la divina Sabiduría porque ha querido servirse de este corazón de mujer, sencillo y al mismo tiempo profundo, para mostrar, en un periodo de incertidumbre, el camino a la Iglesia y especialmente a los Sucesores de Pedro. ¡Cuánto amor y qué coraje! ¡Qué maravillosa sencillez y a la vez qué maravillosa profundidad de alma! Alma abierta a todas las inspiraciones del Espíritu. consciente de su misión.

Deseo de corazón que en nuestra época Santa Catalina, Doctora de la Iglesia. siga siendo nuestra Patrona para que todos sepamos hacernos cargo de lo que es la vocación cristiana de todos. Esta conciencia de la vocación cristiana debe madurar y hacerse más profunda para que la Iglesia pueda cumplir la misión que le confió Cristo, y pueda cumplirla según las necesidades de nuestros tiempos.

En Santa Catalina de Siena veo un signo visible de la misión de la mujer en la Iglesia. Quisiera decir muchas cosas sobre el tema, pero el breve espacio de tiempo de este día no me lo consiente.

La Iglesia de Jesucristo y de los Apóstoles, es al mismo tiempo Iglesia-Madre e Iglesia-Esposa. Tales expresiones bíblicas revelan con claridad cuán profundamente está inscrita en el misterio de la Iglesia la misión de la mujer.

Ojalá descubramos juntos el multiforme significado de esta misión, caminando de la mano con el mundo femenino de hoy, basándonos en las riquezas que desde el principio puso el Creador en el corazón de la mujer, y en la sabiduría admirable de este corazón que Dios quiso revelar, hace tantos siglos, en Santa Catalina de Siena.

Al igual que fue en aquellos tiempos maestra y guía de los Papas que estaban lejos de Roma, sea hoy inspiradora del Papa venido a Roma y acerque a él no sólo la propia patria, sino también todas las tierras del mundo en un único abrazo de la Iglesia universal.

Con estos deseos os bendigo a todos de corazón.

Además quisiera manifestar mi gratitud al Emmo. cardenal Ciappi, de la Orden de Santo Domingo; al maestro general de los dominicos y a todos sus hermanos (a la vez, hermanos de Santa Catalina de Siena); así como a los obispos aquí presentes; un saludo especial al Excmo. arzobispo de Siena, mons. Castellano, y a todos los miembros de la peregrinación venida de Siena. Debo pedir disculpas por no haber podido ir a vuestra bellísima ciudad, pero espero encontrar otra ocasión para visitarla.

Saludo a todos, me encomiendo a todos, y a todos bendigo de corazón.

 



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