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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE TURQUÍA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 4 de diciembre de 1978

 

Señor Embajador:

Inauguráis hoy vuestra misión de Embajador, que os deseo afortunada y serena para vos y fructuosa para vuestro país y la Santa Sede. El recuerdo de mis predecesores que habéis evocado delicadamente, los votos que habéis formulado para mi pontificado haciéndoos eco de los de vuestro Presidente y Gobierno, constituyen un homenaje que me ha impresionado mucho. Por otra parte. vuestros propósitos subrayan principios a los que la Iglesia católica atribuye gran importancia. Os lo agradezco vivamente.

Respecto del pueblo turco que representaréis en adelante ante la Santa Sede, quiero hacer míos los deseos que vos mismo habéis mencionado: paz interna entre todos los que viven en el suelo de la República, buscan en sus leyes protección de los derechos propios y aportan su cooperación peculiar al patrimonio nacional; paz externa con los países vecinos por muy diferentes que éstos sean, y con el conjunto de la Comunidad internacional, con espíritu de comprensión mutua. El establecimiento o el afianzamiento de la paz deben aparecer aún más urgentes para Turquía por el hecho de que esta se encuentra a caballo de dos continentes, a las puertas del Oriente Medio, que sigue tan inestable, y en el cruce de grandes civilizaciones. La Santa Sede le desea no sólo que disfrute de paz, condición previa para la felicidad y prosperidad, sino que pueda aportar a su vez una contribución positiva y especifica. La Santa Sede piensa en particular en el problema de Chipre, y desea se llegue lo antes posible a una solución justa para bien de toda la población de la isla.

Por su parte, la Santa Sede desea, según los criterios que Vuestra Excelencia ha recordado acertadamente, estar al servicio de la comprensión y cooperación internacional. Importa, en efecto, que las relaciones de fuerza o de intereses económicos no prevalgan en detrimento de las minorías o de los débiles, sino que por el contrario, la justicia impulse siempre el respeto, la estima y la ayuda mutuas a que tienen derecho. La Iglesia católica se propone especialmente que los valores morales y espirituales impregnen todas las relaciones entre los pueblos; es éste un aspecto de su misión, y se halla persuadida de que en ello están comprometidos la felicidad y el progreso de la humanidad. Este espíritu es el que anima a la Santa Sede en sus relaciones bilaterales y en las actividades internacionales. Para ello cuenta con la comprensión y el apoyo de los hombres de buena voluntad, sobre todo de los países que reconocen su función intercambiando con ella Representaciones diplomáticas.

En vuestro país los cristianos —que están vinculados a comunidades y altos lugares espirituales de los primerísimos siglos de nuestra era—, han demostrado voluntad y capacidad de participar, como ciudadanos responsables, en el progreso cultural y social de su patria. ¿Cómo podría no desear mantener relaciones de armonía con todos sus compatriotas musulmanes dentro del respeto reconocido y efectivo de la libertad religiosa, cuya importancia ha subrayado Vuestra Excelencia, y que cuando es bien entendida resulta de hecho la piedra de toque de todas las demás libertades y señal de progreso verdadero, y también —digámoslo— signo de un Estado moderno? No dudo tampoco de que las instituciones católicas de educación y asistencia encuentran ante vuestro Gobierno y ante la opinión pública, la estima, protección y estimulo que merece su servicio para bien de todos.

Os ruego deis las gracias al Excmo. Sr. Fahri S. Korutürk por sus atentos votos, y le manifestéis los míos que hago en la oración de todo corazón por su persona y por el pueblo que preside. Que el Todopoderoso le asista, y dé luz a cuantos comparten con él la carga pesada del bien común, y vele sobre vuestros compatriotas y os ayude a vos, Sr. Embajador, en el cumplimiento de vuestra noble misión aquí.

 



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