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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL INSTITUTO SECULAR
DE LOS MISIONEROS DE LA REALEZA DE CRISTO


Sala de los Suizos, Castelgandolfo
Domingo 19 de agosto de 1979

 

Queridísimos hermanos:

Vuestro llorado Presidente, el profesor Giancarlo Brasca, había solicitado de Pablo VI una audiencia privada, con ocasión del cincuentenario de la fundación del Instituto Secular de los Misioneros de la Realeza de Cristo, querido por el inolvidable p. Agostino Gemelli, o.f.m. La Providencia ha querido que os encontréis ahora con el Papa; y yo, con mucho gusto, os recibo en esta audiencia, para presentamos mi saludo más cordial y sentido y para manifestaros mi estima y benevolencia.

Vosotros os llamáis "Misioneros de la Realeza de Cristo". ¡Nada más sublime y necesario! Llevar a Cristo al mundo; vivir el Evangelio de Cristo, anunciarlo a la humanidad, siempre sedienta de verdad, y dar testimonio de su fuerza y de su novedad en el mundo de la cultura y de los estudios superiores: he aquí vuestro ideal y vuestro programa de vida. ¡Sentíos felices de ser misioneros del Rey del amor y de la paz, de la justicia y de la santidad!

Vosotros conocéis bien el cuadro clínico de la sociedad de este final del siglo XX; vosotros sabéis hacer el diagnóstico de nuestros tiempos.

En medio de las formidables conquistas de la ciencia y de la técnica, de las que todos disfrutamos, existe, sin embargo, una situación de malestar y de inseguridad que alarma y espanta. Envuelve a las mentes una gran confusión ideológica, que niega la trascendencia, o se confina a un vago escepticismo de naturaleza emotiva. En consecuencia, se habla lógicamente de una crisis radical de todos los valores y desgraciadamente se instaura una situación dramática de inquietud social, de inseguridad pedagógica, de incertidumbre, de intolerancia, de miedo, de violencia, de neurosis.

En medio de esta situación, también a vosotros como a los Apóstoles, os dice Jesús: "No los temáis" (Mc 10, 26; Lc 12, 4) ; "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20),

En un mundo afligido, atormentado por tantas dudas y tontas angustias, ¡sed vosotros los misioneros de la certeza!

— certeza acerca de los valores trascendentes, alcanzados mediante la buena y sana filosofía, que fue llamada justamente "perenne", siguiendo las huellas del Doctor Angélico Santo Tomás, bien que integrándola con las aportaciones del pensamiento moderno;

— certeza acerca de la persona de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, manifestación histórica y definitiva de Dios a la humanidad, para su iluminación interior y para su redención;

— certeza acerca de la realidad histórica y de la misión divina de la Iglesia, querida expresamente por Cristo para la transmisión de la doctrina revelada y de los medios de santificación y salvación.

¡Esta exaltante tarea os espera en vuestro trabajo, en vuestra profesión, en el contacto cotidiano con los hombres, nuestros hermanos! ¡Reine Cristo en vuestros corazones, en vuestros pensamientos, en vuestras investigaciones, en vuestras preocupaciones, en vuestros sentimientos, para que cualquiera, al encontraros, pueda comprender lo bello, grande, noble, gozoso que es ser cristianos! ¡Y María Santísima, Reina de la Sabiduría, os asista e inspire, para que también vosotros podáis engrandecer siempre al Señor, que os ha elegido para ser misioneros de la Verdad y del Amor!

Os lo deseo de todo corazón, mientras os imparto mi bendición.

 



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