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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE HAITÍ ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 14 de diciembre de 1979

 

Señor Embajador:

La nobleza de sentimientos que rebosan de vuestras palabras, me impresiona hondamente. Os expreso mi viva gratitud por este testimonio y por los votos que me transmitís de parte del Excmo. Sr. Presidente de la República.

El Papa conoce bien la adhesión filial del pueblo haitiano a su persona y a la Santa Sede, adhesión que se ha manifestado de nuevo recientemente en dos ocasiones este año, en la insistencia con que vuestros compatriotas querían acogerme en su país. Haremos todo lo posible por llevar a efecto este proyecto.

El cristianismo se ha anclado en el alma haitiana y ha llegado tanto al corazón como al espíritu, haciéndole superar todo odio racial y confiriendo mayor hondura a sus dones naturales de bondad, paciencia y esperanza. Esta fidelidad cristiana ha sostenido al pueblo a todo lo largo de su historia, a partir de la independencia obtenida en 1804, y después a través de abundantes dificultades exteriores e interiores, hasta la época presente en que se ha manifestado —como lo ha dicho Vuestra Excelencia— la aspiración creciente a un orden económico y social más justo.

La Iglesia católica aprecia vivamente esta aspiración y desea que se encuentre medio de satisfacerla con todas sus consecuencias y exigencias. Sí, la Santa Sede hace votos fervientes para que cada uno de los niños de vuestro país disfrute del pan, la asistencia médica y la instrucción que necesita para vivir y realizarse dignamente. Las palabras democratización, liberación y desarrollo económico ya han llegado a ser familiares a los haitianos. Estos se dan perfecta cuenta de que la Providencia les llama a emprender ellos mismos una acción mejor organizada, a desempeñar sus responsabilidades a todo nivel y hacer progresar el espíritu de justicia y servicio. ¿Cómo no desear, en fin, que otros países y la misma comunidad internacional proporcionen a vuestra nación la ayuda masiva que se revela necesaria en la actualidad, con pleno respeto a vuestra dignidad y soberanía? He evocado recientemente ante la Asamblea de las Naciones Unidas las terribles desigualdades existentes entre personas, grupos regiones, señalando la necesidad y condiciones de cooperación orgánica entre las naciones (cf. 17, 18),

La Iglesia en Haití, desea por su parte, proseguir activamente su misión dentro de las responsabilidades que le son propias. Esta se ha beneficiado y sigue haciéndolo, del celo de numerosos misioneros religiosos y religiosas.

En primer lugar se propone fomentar, iluminar, vigorizar y purificar la fe y la oración de sus hijos, y desplegar todos los recursos de su caridad y de esas metas espirituales cuya importancia capital ha querido subrayar Vuestra Excelencia, haciendo notar el contraste de éstas con el materialismo ateo, un mundo sin amor, la depravación de costumbres y el clima de violencia. Al desempeñar su misión espiritual, la Iglesia sabe con certeza que contribuye al desarrollo del país, no sólo porque inculca en los ciudadanos la conciencia de servicio valiente, honrado y desinteresado o, como dice Vuestra Excelencia, toda una armadura moral; sino también directamente por medio de la serie de obras de ayuda y de educación que ha suscitado y sostiene con medios pobres muchas veces y que juegan un papel inapreciable y hasta indispensable en el país. La Iglesia está segura de que puede contar en este sector con la comprensión y apoyo de la autoridad encargada del bien común de todos.

Dentro de este espíritu deseo un desarrollo fructífero de las relaciones cordiales existentes entre la República de Haití y la Santa Sede. De hoy en adelante Vos contribuiréis a ello, Sr. Embajador. Formulo mis votos mejores para vuestra misión. Mi pensamiento va también al Sr. Presidente de la República que os ha confiado dicha misión, a los que desempeñan con él la dura tarea del servicio de la nación, y a todo el querido pueblo de Haití, para el que imploro, de todo corazón, dones y ayuda de nuestro Dios y Salvador.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 1980, n.2, p.11.

 



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