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VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA,
MÉXICO Y BAHAMAS

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL REGRESAR DE SU VIAJE


Aeropuerto de Fiumicino, Roma
Jueves 1 de febrero de 1979

 

He recibido con viva satisfacción, Señor Presidente del Consejo de Ministros, las amables palabras de saludo y parabién que ha querido dirigirme, también en nombre del Gobierno italiano.

Al final de este primer viaje apostólico que me ha llevado más allá del Océano a la tierra noble y querida de México, prevalece un sentimiento sobre tantos como se agolpan en mi ánimo estremecido y emocionado: el sentimiento de gratitud.

Ante todo, doy gracias al Señor y a la Santísima Virgen de Guadalupe por la ayuda constante con que me han favorecido en estos días, permitiéndome coronar felizmente una iniciativa delicada e importante emprendida en cumplimiento del mandato universal que el mismo Cristo me ha confiado llamándome a la responsabilidad de Vicario suyo en la Sede de Pedro.

Pienso también con muy vivo reconocimiento en tantas demostraciones de atención, devoción y afecto de que me han hecho objeto los pueblos con quienes me he encontrado en el curso de mi peregrinación, y especialmente mis venerados hermanos en el Episcopado reunidos en Puebla en representación de toda la jerarquía católica de América Latina. Mi corazón ha podido latir al unísono con el suyo: he gozado, sufrido. esperado con ellos; sobre todo he rezado con ellos, implorando al Padre común la venida de un mundo más pacífico, más justo, más humano por la adhesión sincera al mensaje de amor de su Hijo encarnado.

Y ahora, a mi regreso a esta sede romana, en la que el orbe católico reconoce el centro y la fuente de su unidad, vuestra acogida tan espontánea y cordial suscita en mí una nueva y grata emoción: por tanto, saludo con deferencia y gratitud al Señor cardenal Secretario de Estado y demás personalidades eclesiásticas, a las autoridades políticas, civiles y militares italianas, a los miembros del Cuerpo Diplomático y a todos vosotros que no habéis parado mientes en incomodidades con tal de poderme dar personalmente vuestra bienvenida.

Quiera Dios recompensaros tanta cortesía y con vosotros colme también de sus favores a cuantos se han entregado generosamente para el feliz resultado del viaje, comenzando por los directivos, pilotos y personal de las Compañías Aéreas, a quienes debo que la travesía haya sido encantadora y confortable. En confirmación de estos deseos me complazco en impartir a los aquí presentes, a la querida ciudad de Roma y a cuantos me han acompañado con el pensamiento y la oración, una especial y confortadora bendición apostólica.

 



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