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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE TANZANIA ANTE LA SANTA SEDE*


Sábado 10 de febrero de 1979

 

Señor Embajador:

Me complazco en recibirle hoy y aceptar las Cartas con las que el Presidente Nyerere le nombra Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Unida de Tanzania. Aprecio grandemente los saludos atentos y buenos deseos de Su Excelencia, y le ruego transmita mi saludo cordial al Presidente, al Gobierno y a todo el pueblo de vuestro país.

He escuchado con gran interés vuestras declaraciones sobre la aportación de la Iglesia al bien del hombre. Le agradezco también las amables palabras sobre el afán de la Santa Sede por la causa de la paz y por construir un mundo mejor para todos. Es especialmente consolador oírle hablar de la "nueva esperanza" que esta actuación ha levantado en vuestro pueblo y en todo vuestro continente.

Porque sin duda alguna es el signo de la esperanza el que mueve a la Santa Sede y a la Iglesia a dedicarse a actividades que están al servicio de la humanidad. Es una esperanza que resiste al desánimo, lucha contra los obstáculos, vence las contrariedades y persigue resueltamente la meta que se ha de alcanzar. Con la fuerza y el entusiasmo que la esperanza produce, la Iglesia se entrega constantemente al progreso de la humanidad, a la causa de los derechos humanos y a la promoción efectiva de la dignidad de hombres y mujeres en todas partes, bajo la paternidad de Dios.

A la vez que respeta toda conciencia recta y entra en diálogo con toda persona de buena voluntad, la Iglesia no deja de proclamar el hecho de que la fuerza profunda que la mueve es «Jesucristo, esperanza nuestra» (1 Tim 1, 1), de cuyas enseñanzas saca la medida plena de su estima y amor al hombre en sí. Y es el bien del hombre, es cada ser humano, lo que mueve a la Iglesia a enrolarse en iniciativas y programas que, si bien se extienden a más de una generación y sólo con el tiempo se llevan a término, se actúan con diligencia aquí y ahora para bien de cada persona de esta generación. A la vez que proclama el destino trascendental del hombre, la Iglesia insiste en la urgencia de las necesidades temporales.

Y así, por este camino se propone continuar la Iglesia con perseverancia persiguiendo la justicia y la paz. Trabajando en la esfera que le es propia, se apresura a prestar apoyo a los esfuerzos que están haciendo las naciones en pro del desarrollo integral de su pueblo. A este respecto, está especialmente interesada en que se preserven e impulsen los grandes valores espirituales de la comunidad africana.

Su Excelencia puede contar con la comprensión y colaboración de la Santa Sede. Pido en mis oraciones tranquilidad para vuestra tierra y bienestar espiritual y material para todos los queridos ciudadanos de Tanzania.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 14, p.11.

 



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