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VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA,
MÉXICO Y BAHAMAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS DE MÉXICO

Sábado 27 de enero de 1979

 

Queridas hijas religiosas de México:

Este encuentro del Papa con las religiosas mexicanas, que había de celebrarse en la Basílica de Nuestra Madre de Guadalupe, tiene lugar aquí en su presencia espiritual. Ante ella, modelo perfecto de mujer, el ejemplo mejor de vida dedicada enteramente a su Hijo el Salvador, en una constante actitud interna de fe, de esperanza, de entrega amorosa a una misión sobrenatural.

En este lugar privilegiado y ante esta figura de la Virgen, el Papa quiere transcurrir unos momentos con vosotras, las numerosas religiosas aquí presentes, que representáis a las más de veinte mil dispersas por toda la geografía mexicana y fuera de la patria.

Sois una fuerza importantísima dentro de la Iglesia y de la misma sociedad, esparcidas en innumerables sectores como el de las escuelas y colegios, las clínicas y hospitales, el campo caritativo y asistencial, las obras parroquiales, la catequesis, los grupos de apostolado y tantos otros. Formáis parte de diversas familias religiosas, pero con un mismo ideal dentro de diferentes carismas: seguir a Cristo, ser testimonio vivo de la perennidad de su mensaje.

Es la vuestra una vocación que merece la máxima estima por parte del Papa y de la Iglesia, ayer como hoy. Por eso os quiero expresar mi gozosa confianza en vosotras y alentaros a no desmayar en el camino emprendido, que vale la pena proseguir con renovado espíritu y entusiasmo Sabed que el Papa os acompaña con su oración y se complace de vuestra fidelidad a la propia vocación, a Cristo, a la Iglesia.

Al mismo tiempo, sin embargo, me vais a permitir que añada algunas reflexiones que propongo a vuestra consideración y examen.

Es cierto que en una gran parte de religiosas prevalece un encomiable espíritu de fidelidad al propio compromiso eclesial, y que se advierten aspectos de gran vitalidad en la vida religiosa con un retorno a una visión más evangélica, una creciente solidaridad entre las familias religiosas, una mayor cercanía a los pobres, objeto de una justa atención prioritaria. Son estos motivos de gozo y optimismo.

Más tampoco faltan ejemplos de confusión acerca de la esencia misma de la vida consagrada y del propio carisma. A veces se abandona la oración, sustituyéndola con la acción; se interpretan los votos según la mentalidad secularizante que difumina las motivaciones religiosas del propio estado; se abandona con cierta ligereza la vida en común; se adoptan posturas socio-políticas como el verdadero objetivo a perseguir, incluso con bien definidas radicalizaciones ideológicas.

Y cuando se oscurecen, a veces, las certezas de la fe, se aducen motivos de búsqueda de nuevos horizontes y experiencias, quizá con el pretexto de estar más cerca de los hombres, acaso de grupos bien concretos, elegidos con criterios no siempre evangélicos.

Queridas religiosas: no olvidéis nunca que para mantener un concepto claro del valor de vuestra vida consagrada necesitaréis una profunda visión de fe, que se alimenta y mantiene con la oración (cf. Perfectae caritatis, 6). La misma que os hará superar toda incertidumbre acerca de vuestra identidad propia, que os mantendrá fieles a esa dimensión vertical que os es esencial, para identificaros con Cristo desde las bienaventuranzas y ser testigos auténticos del Reino de Dios para los hombres del mundo actual.

Sólo con esta solicitud por los intereses de Cristo (cf. 1Co 7, 32), seréis capaces de dar al carisma del profetismo su conveniente dimensión de testificación del Señor. Sin opciones por los pobres y necesitados que no dimanen de criterios del Evangelio, en vez de inspirarse en motivaciones socio-políticas que –como dije recientemente a los superiores generales de los religiosos en Roma– a la larga se manifiestan inoportunas, contraproducentes.

Habéis elegido como método de vida el seguimiento de unos valores que no son los meramente humanos, aunque también éstos debéis estimar en su justa medica. Habéis optado por el servicio a los demás por amor de Dios. No olvidéis nunca que el ser humano no se agota en la sola dimensión terrestre. Vosotras, como profesionales de la fe y expertas en el sublime conocimiento de Cristo (cf. Flp 3, 8), abridles a la llamada y dimensión de eternidad en la que vosotras mismas debéis vivir.

Muchas otras cosas os diría. Tomad, como dicho a vosotras, cuanto indiqué a las superioras generales de las religiosas en mi discurso del 16 de noviembre último. ¡Cuánto podéis hacer hoy por la Iglesia y por la humanidad! Ellas esperan vuestra generosa entrega, la dedicación de vuestro corazón libre, que alargue insospechadamente sus potencialidades de amor en un mundo que está perdiendo la capacidad de altruismo, de amor sacrificado y desinteresado. Recordaos, en efecto, que sois místicas esposas de Cristo y de Cristo crucificado (2Co 4, 5).

La Iglesia os repite hoy su confianza: sed testimonios vivientes de esa nueva civilización del amor, que acertadamente proclamó mi predecesor Pablo VI.

Para que en esa empresa magnífica y esperanzadora os corrobore la fuerza de lo alto, que os mantenga, en una renovada juventud espiritual, fieles a estos propósitos, os acompaño con una particular bendición, que extiendo a todas las religiosas de México.



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