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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA
EN VISITA "AD LIMINA"

Jueves 6 de julio de 1979

Amados hermanos en el Episcopado:

Con profundo gozo os recibo hoy, Pastores de las cuatro provincias eclesiásticas de Nueva Pamplona, Barranquilla, Cartagena y Bucaramanga, venidos a Roma para vuestra visita ad limina Apostolorum. Bienvenidos, en el nombre de Cristo.

Formáis el primer grupo de Obispos de Colombia, que este año vendrán a la Ciudad Eterna para encontrar a Pedro y hacerle partícipe de las realizaciones, esperanzas y dificultades de cada una de sus respectivas Iglesias particulares.

Permitidme que en lugar exprese mi sincero aprecio y gratitud por las elocuentes palabras pronunciadas, en nombre de todos vosotros, por el señor arzobispo de Nueva Pamplona, mons. Mario Revollo, Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana. Ellas ponen de manifiesto de modo inequívoco, la finalidad central de la visita ad limina: testimoniar y consolidar esa estrecha unión de sentimientos y propósitos de los Obispos con el Sucesor de Pedro y Pastor de toda la Iglesia, garantía de la necesaria unión eclesial.

Pero en esta corriente de fe y amor eclesiales, no estamos solos nosotros, los aquí reunidos. A través de esa admirable y misteriosa vinculación en el Cuerpo místico de Cristo, sentimos la presencia de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles. Ellos son el objetivo de nuestros comunes desvelos y así se ha manifestado, tanto en los coloquios individuales con cada uno de vosotros, como en este encuentro colectivo.

Llevad a cada uno de los miembros de vuestra grey mi saludo más cordial en el amor de Cristo, mi aliento a perseverar en la firmeza de la fe, mi exhortación a no desfallecer en la esperanza, mi ruego de consolidarse en el vínculo de la caridad fraterna. Les anime en sus trabajos y en su peregrinar cotidiano la gracia del Espíritu y la oración constante del Papa, para que sean testigos vivos de la resurrección de Cristo y generosos artífices del Reino de Dios en sus respectivos campos de actividad.

De entre las múltiples preocupaciones que ocupan vuestro ánimo de Pastores, sé que hay una que tiene lugar preeminente: el problema de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Se trata, en efecto, de un tema importantísimo para toda la Iglesia, para Colombia y en particular para vuestras cuatro Provincias Eclesiásticas. Quiero confiaros que es éste uno de los puntos al que el Papa presta especial atención, dada la repercusión enorme que tiene en la marcha general de la Iglesia, para el presente y para el futuro.

Convencido de ello, quiero daros como encargo personal lo que indiqué en mi discurso de apertura de los trabajos de la Conferencia de Puebla: que pongáis entre vuestras tareas pastorales prioritarias el cuidado de las vocaciones. Es algo vital, imprescindible, porque mal podría ser eficazmente evangelizadora una Iglesia a la que faltaran los agentes calificados, estables y totalmente dedicados a ese ministerio.

Es cierto que todos los miembros de la comunidad eclesial, incluidos los seglares –cuya ayuda hay que apreciar y potenciar en todo lo posible– deben participar, en virtud de su propia vocación cristiana, en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Pero ellos no pueden suplir la presencia insustituible del ministro consagrado o del alma llamada a una específica entrega eclesial. Más aún: la verdadera madurez del laicado católico no podrá menos de reflejarse también en una apertura práctica a la vida consagrada en plenitud.

En vuestra solicitud por las vocaciones es necesario que atendáis a una triple vertiente: la Búsqueda diligente de esas vocaciones, la adecuada preparación de las mismas y el cuidado de su perseverancia. Será para ello oportuno implantar una pastoral vocacional bien estudiada, que preste esmerada atención a las familias, a la escuela, a la juventud, a los movimientos de apostolado, centros vitales en los que, si están saturados de fe y buenas costumbres, germinan tantas decisiones de entrega al servicio de Dios y del prójimo.

No consideréis, por ello, superfluo o apostólicamente menos rentable dedicar a esa labor sacerdotes bien preparados y de gran espíritu, que atiendan preferentemente a ese sector, dentro de unos buenos planes vocacionales diocesanos y aun nacional a los que se prestáis esmerada atención. E interesad en ello a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos.

No menor cuidado deberán mereceros los seminarios y casas de formación religiosa que –como indicado en diversas ocasiones, también recientes, por la Santa Sede– deberán ser siempre centro de preparación de equilibradas personalidades humanas, con toda la sana apertura que requiere el momento actual, con una sólida base espiritual, moral e intelectual, con capacidad de vida disciplinada y espíritu de sacrificio. Sin ello no puede construirse la estructura interior de una vocación para la Iglesia y el mundo de hoy. Sin olvidar nunca un presupuesto básico: si presentamos ideales desvalorizados, son los propios jóvenes los primeros en rechazarlos, por no descubrir en ellos un marco en el que volcar toda su generosidad y ansia de entrega.

No dejéis tampoco sin el debido cuidado la pastoral de las vocaciones adultas, que en ciertos ambientes y también en Colombia son un fenómeno cada vez más frecuente y prometedor.

Finalmente, atended con gran diligencia a la perseverancia de quienes viven ya su consagración total. No temáis en consumir en ello vuestro tiempo y energías mejores. En la línea indicada en mi reciente Carta a los Obispos, con ocasión del Jueves Santo, sed ante todo los verdaderos amigos y sostenedores, con vuestra palabra y con vuestro luminoso ejemplo, de los sacerdotes y almas consagradas. Sea vuestra vida y esfuerzo una preciosa ayuda, en espíritu de fraterno servicio, para mantener en ellos la conciencia clara de su propia identidad de elegidos.

Amados hermanos: He aquí algunas líneas maestras, a completar con vuestro celo y creatividad de Pastores.

Sea mi última palabra un fraterno llamado a la esperanza y a la oración al Dueño de la mies, que no nos abandona. Que El haga fructificar vuestros esfuerzos. María, Madre nuestra, os acompañe siempre. Como os acompaña mi plegaria por vosotros y cada miembro de vuestras comunidades eclesiales, mientras a todos bendigo con especial afecto.



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