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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS AFILIADOS Y AMIGOS DEL CENTRO
«SANTO DOMINGO» DE BOLONIA


Sábado 16 de junio de 1979

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

Permitidme que, ante todo, dirija mi saludo más sincero y cordial a todos vosotros, que os habéis reunido aquí en representación también de muchos otros socios y simpatizantes del Centro Santo Domingo, de Bolonia. Además, quiero daros las gracias cordialmente por haber deseado este encuentro, que demuestra vuestro sentido de cristiana, filial adhesión y devoción a esta Cátedra de Pedro a la que el Señor, en su inescrutable bondad, me ha llamado.

Esta circunstancia me ofrece además la feliz ocasión de recordar que también yo tuve el honor de ser invitado por los responsables de vuestro Centro, no hace muchos años, y que, por tanto, he sido uno de sus oradores. Y he de decir que todavía conservo un buen recuerdo de aquella experiencia. Ella me permitió conocer de cerca una excelente institución cultural que constituye una presencia viva y un testimonio cristiano en la ciudad y diócesis de Bolonia, loablemente disponible también a la escucha de otras voces, en un espíritu de diálogo fecundo y constructivo.

Celebráis el décimo año de vida de vuestro sodalicio. Sé que ese Centro fue oportunamente fundado por algunos laicos amigos de la Orden dominicana, en la que se ha inspirado. Por una parte, sus orígenes postconciliares le confieren un timbre de renovada inclusión en la vida de la Iglesia local y una peculiar apertura a los diversos fermentos presentes en el mundo contemporáneo. Por otra parte, sus lazos de unión con la Orden de Santo Domingo le imprimen una característica de sólida adhesión al Magisterio de la Iglesia y una especial seriedad de aplicación metodológica en el estudio y exposición de los diversos temas tratados. A este respecto, no se puede dejar de pensar en dos figuras luminosas de dominicos: San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Sus nombres evocan inmediatamente la investigación y profundidad del saber, cultivado según un típico corte "católico", entendido ese adjetivo no sólo en sentido confesional y eclesial, sino también en el etimológico del amplísimo ángulo visual propio de la inteligencia humana. También hoy todo esto es más necesario que nunca.

En efecto: es importante que el específico anuncio evangélico, o kerygma, venga homogéneamente integrado en el estudio y profundización de los diversos aspectos de las ciencias, tanto teológicas como humanas. El apostolado de la cultura, al que os dedicáis, es parte fundamental de la acción misionera de la Iglesia. desde sus orígenes. La misión de Jesús, que no vino a "abrogar la ley, sino a consumarla" (Mt 5, 17), debe continuar en la historia y ha de realizarse con celo e inteligencia. San Pablo, por su parte, aun estigmatizando la inanidad de la sabiduría de este mundo (cf. 1 Cor 1, 19-21), enumera luego entre los carismas del Espíritu "la palabra de la sabiduría... y de la ciencia" (1 Cor 12, 8). Y los antiguos Padres de la Iglesia no hicieron otra cosa que meditar el mensaje bíblico a la luz de las categorías culturales del propio ambiente, hasta el punto de revitalizar al mismo tiempo ambas cosas.

De, ese modo, adquiere forma una verdadera y propia "sabiduría cristiana" que se distingue por su enraizamiento en la Revelación, por su aguda sensibilidad a las culturas históricas, por su indispensable aplicación a la vida concreta del hombre, por encima de cualquier aristocrática abstracción, así como por su finalidad eclesial, como calificada aportación al aumento de fe en la comunidad de los bautizados. Y así, vosotros comprobáis prácticamente e inducís también a experimentar cuán fecunda y entusiasmante es la mutua relación entre el movimiento de la inteligencia en búsqueda de la fe y el de la fe que busca por sí misma a la inteligencia. Por este camino no se puede dejar de llegar a "Cristo, en el que se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3), aun descubriendo, con gozosa maravilla, que su amor "supera toda ciencia" (Ef 3, 19).

A la luz de este camino y de esta meta, yo no puedo dejar de estimular cordialmente vuestra actividad. Proseguid con gozo y entusiasmo el trabajo emprendido. según vuestros fines organizativos y apostólicos. Diez años de vida son relativamente pocos; ante vosotros tenéis todavía mucho tiempo para una creciente contribución en los debates de nuestra época y para una incidencia cada vez más profunda y fecunda sobre el hombre de hoy, que tiene, más que nunca, sed de lo absoluto y de vida eterna (cf. Jn 6, 68). Así, podréis prestar un preciosísimo servicio a la comunidad cristiana y, en sentido más amplio, a la civil, de la querida ciudad y diócesis de Bolonia.

Por mi parte, quiero confirmar de buen grado estos deseos, concediendo de corazón la propiciadora bendición apostólica a todos vosotros, a cuantos representáis y, en particular, a los beneméritos responsables del Centro, sean laicos o pertenecientes a la Orden dominicana

 



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