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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES DEL MOVIMIENTO «COMUNIÓN Y LIBERACIÓN»


Sala Pablo VI
Sábado 31 de marzo de 1979

 

Queridísimos:

Bienvenidos. Este entusiasmo espontáneo y jubiloso con el que habéis acogido mi llegada a esta sala es testimonio de afecto sincero, y es también expresión bien clara de la fe profunda que tenéis en el ministerio eclesial que Cristo me ha confiado.

Vuestra presencia hoy es para mí una gran alegría. Y no puedo decir que nos encontramos por vez primera; no sé cuántas veces nos hemos encontrado ya antes. Recuerdo todos aquellos encuentros en Polonia. Y debo decir que dieron sus frutos, porque hoy no sabía al llegar quién se encontraría en la sala; ¿es juventud italiana o polaca?, me preguntaba.

Tantos encuentros; recuerdo bien los de Kroscienko, y después una vez también en Cracovia.

Pero ahora debemos hablar de vuestra peregrinación. He pensado ser siempre un peregrino bastante fiel, fiel en Czestochowa y en Jasna Gora, pero también he encontrado aquí personas que han hecho dos veces, a pie, la peregrinación desde Varsovia a Czestochowa. En cambio, yo sólo la he hecho una vez y no desde Varsovia, sino desde Cracovia, que es un camino más breve. Vosotros, pues, habéis sido peregrinos muchas veces en Polonia. Vais a Kroscienko, vais un poco a todas partes, durante el verano, cuando se realizan los así llamados oasis, asambleas, ejercicios espirituales de los jóvenes polacos. Vais muy contentos a pasar algunos días con ellos. Y vais además para participar en esa peregrinación de Varsovia a Czestochowa, a lo largo, si no me equivoco, de 250 kilómetros, y el camino no es nada fácil.

El número de participantes italianos, el último año, era el más elevado, y pienso que el mayor número de esos peregrinos estaba constituido por jóvenes de vuestro Movimiento.

Recuerdo una vez, quizá está bien que lo recuerde, no leo; una vez, pero será el último recuerdo por el momento, recuerdo que en Cracovia, después de la peregrinación Varsovia-Czestochowa, vino un grupo, un grupo de italianos vinieron a mi capilla en Cracovia, en la casa arzobispal, y cantaron en polaco. Yo no pude distinguir: ¿son los de Comunión y Liberación, o son los de nuestro Movimiento por la Iglesia viva? Así, pues, no nos encontramos ahora por primera vez.

Os digo que para mí es sobre todo una grandísima alegría el encuentro de hoy y espero que tal alegría, una alegría semejante tendremos siempre.

Quiero manifestaros el consuelo y la satisfacción que me proporciona este encuentro con vosotros. Repetidamente he tenido ya ocasión de testimoniar la confianza que siento por los jóvenes y en todas partes: en Polonia, en México, en Italia. La confianza que tengo en su entusiasmo generoso por toda causa noble y grande, en su disponibilidad pronta y desinteresada hasta el sacrificio por los ideales en que creen. El testimonio de esta confianza os lo reitero esta mañana, a vosotros que creéis en Cristo, en quien está puesta la verdadera esperanza del mundo, porque El es "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9). Vosotros os habéis propuesto llevar a cada ambiente en el que la Providencia os ha puesto para vivir, servir y amar, el mensaje renovador de la fe, porque estáis convencidos de que en el Evangelio es posible encontrar la respuesta satisfactoria a todos los interrogantes que agobian al hombre. Vuestra propuesta ha recogido consensos, sin embargo también entre contrastes y oposiciones, y sé que hasta habéis sufrido.

Pero entre contrastes y oposiciones habéis visto converger en vosotros y alistarse con vosotros a otros jóvenes a quienes vuestro ejemplo ha abierto nuevos horizontes de donación, de autorrealización y de alegría.

Habéis podido tocar, pues, con la mano cuánta necesidad tiene de Cristo nuestro mundo. Es importante que continuéis anunciando con valentía humilde su palabra salvadora. En efecto, sólo de ella puede venir la verdadera liberación del hombre. San Juan escribe con expresión incisiva: "El Verbo dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12). Es decir, en Cristo se encuentra el manantial de la fuerza que transforma interiormente al hombre, el principio de esa vida nueva que no se desvanece ni pasa, sino que dura para la vida eterna (cf. Jn 4, 14).

Sólo, pues, en el encuentro con El "puede hallar satisfacción la inquietud en la que —como apuntaba en mi reciente Encíclica— "bate y pulsa lo que es más profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del bien, el hambre de la libertad, la nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia" (Redemptor hominis, 18). Es lógico, por tanto, que "la Iglesia, tratando de mirar al hombre como con los ojos de Cristo mismo, se haga cada vez más consciente de ser la custodia de un gran tesoro que no puede dilapidar" (ib.).

Cada uno de los cristianos está llamado a participar en esta conciencia y en los compromisos que de ella se derivan. También vosotros, jóvenes, queridísimos jóvenes, que en el mismo nombre elegido para calificar vuestro Movimiento, "Comunión y Liberación" (debo decir que me gusta mucho este nombre, me gusta por muchos motivos: por un motivo teológico y por uno, diría, eclesiológico. Está muy unido este nombre con la eclesiología del Vaticano II. Me gusta además por la perspectiva que nos abre: la perspectiva personal, interior, y la perspectiva social: Comunión y Liberación. Por su actualidad, ésta es la tarea de la Iglesia hoy: una tarea que se expresa precisamente en el nombre "Comunión y Liberación". Con este nombre, pues), habéis mostrado ser conscientes de las expectativas más profundas del hombre moderno. La liberación que el mundo anhela —habéis razonado— es Cristo: Cristo vive en la Iglesia; la verdadera liberación del hombre se realiza, pues, en la experiencia de la comunión eclesial; edificar esta comunión es, por lo mismo, la aportación esencial que los cristianos pueden dar para la liberación de todos.

Es una intuición profundamente auténtica: no puedo menos de exhortaros a sacar de ella con coherencia todas las consecuencias lógicas. La Iglesia es esencialmente un misterio de comunión: diría que es una invitación a la comunión, a la vida en la comunión, digamos, vertical y en la comunión horizontal; en la comunión con Dios mismo, con Cristo, y en la comunión con los otros. Es la comunión que explica una plena realización entre persona y persona. La Iglesia es esencialmente un misterio de comunión: comunión íntima y siempre renovada con la, fuente misma de la vida que es la Santísima Trinidad; comunión de vida, de amor, de imitación, de seguimiento de Cristo, Redentor del hombre, que nos inserta estrechamente en Dios; de quien brota la operante auténtica comunión de amor entre nosotros, en virtud de nuestra asimilación ontológica con El.

Invitación a la comunión. Vivid con decisión generosa las exigencias que brotan de esta realidad. Por esto tratad de lograr unidad en los pensamientos, en los sentimientos, en las iniciativas en torno a vuestros párrocos y con ellos en torno al obispo, que es "principio visible y fundamento de unidad en las Iglesias particulares" (cf. Lumen gentium, 23). Mediante la comunión con vuestro obispo podéis alcanzar la certeza de estar en comunión con el Papa, con toda la Iglesia; de estar en comunión con el Papa que os ama, que tiene confianza en vosotros y que espera mucho de vuestra acción al servicio de la Iglesia y de tantos hermanos a quienes no ha llegado todavía Cristo con la luz de su mensaje.

Entre los criterios de autenticidad que mi gran predecesor Pablo VI señalaba a los Movimientos eclesiales en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, hay uno que merece ser meditado atentamente: «"Las comunidades de base" —decía Pablo VI— serán "lugar de evangelización" y "esperanza para la Iglesia". si permanecieren 'firmemente unidas a la Iglesia particular, en la que se insertan y a la Iglesia universal, evitando así el peligro de aislarse en sí mismas, de creerse después la única auténtica Iglesia de Cristo, y por lo tanto, de anatematizar a las otras comunidades eclesiales» (núm. 58).

Son palabras dictadas por una gran experiencia pastoral, y vosotros estáis en condición de apreciar toda su sabiduría. Habituaos a confrontar con ellas cada una de vuestras iniciativas concretas: de tal compromiso constante de prueba depende la eficacia apostólica de vuestra actividad, que será entonces expresión auténtica de la misión salvadora de la Iglesia en el mundo.

Dije que el nombre, Comunión y Liberación, os abre una perspectiva interior y a la vez social. Interior porque nos hace vivir en comunión con los otros, con los más cercanos; nos hace buscar esta comunión en nuestro camino personal, en nuestra amistad, en nuestro amor, en el matrimonio, en la familia. Después en diversos ambientes: es muy importante mantener el nivel de comunión en las relaciones interhumanas e interpersonales. El nivel de la comunión en las relaciones entre los hombres, entre las personas. El nos permite crear una liberación auténtica, porque el hombre se libera en la comunión con los otros, no en el aislamiento; no individualmente, sino con los otros, mediante los otros, por los otros. Este es el sentido pleno de la comunión de la que brota la liberación. Y la liberación, como dije también en un discurso un miércoles en esta sala, la liberación comporta diversos significados. Depende mucho del ambiente social y cultural: liberación quiere decir diversas cosas. Una cosa es en América Latina, otra en Italia, otra en Europa, e incluso otra en Europa Occidental o en Europa Oriental, otra en los países africanos, etc. Se debe buscar esa encarnación de la liberación que sea justa en el contexto concreto en el que vivimos. Pero la liberación se consigue siempre en la comunión y mediante la comunión.

Queridísimos: Concluyendo este encuentro y estas palabras —sé que no han tocado todos los temas posibles, diría que sólo han tocado los puntos esenciales: el significado de vuestro nombre; pero esperemos que tengamos otras ocasiones para avanzar y profundizar; no se puede decir todo de una vez; es mejor que los oyentes queden un poco hambrientos; pues bien, al concluir este encuentro—, deseo dejaros una consigna: id con la Iglesia confiadamente hacia el hombre. En la Encíclica he señalado precisamente en el hombre el camino principal que debe andar la Iglesia, «porque el hombre —cada uno de los hombres sin excepción alguna— ha sido redimido por Cristo, liberado por Cristo, porque con el hombre —cada uno de los hombres sin excepción alguna— se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello» (Redemptor hominis, 14). Se nutra de tal certeza vuestro testimonio cristiano y saque de ella cada día nuevo impulso y nueva lozanía.

Hagamos ahora una pequeña pausa para impartir la bendición. Estoy seguro de que no se debe decir más, sólo acoger esta bendición y dejarla oír en vuestros corazones. Pero antes de la bendición quiero dirigirme todavía a vuestro padre espiritual. Y después quiero dirigirme también a vuestro presidente, que me habló al principio, que ha introducido el diálogo, y hasta me ha ofrecido un cuadro brasileño. Estoy agradecido por vuestro obsequio, agradecido al artista, al pintor; muy agradecido al pintor que lo ha hecho. Y ahora podemos orar, dar la bendición. Después nos vendrán algunas ideas y algunas palabras.

(Siguió una plegaria en común).

Ahora algunas palabras que se nos han ocurrido durante la plegaria.

Primera: Quiero agradeceros el hecho de que me hayáis acompañado en el comienzo mismo del pontificado: el primer día vinisteis trayendo incluso una inscripción en polaco. Pero yo pensé enseguida: no son polacos los que la traen, porque —os explico por qué no—, había un error, un error ortográfico. Es la primera palabra que se nos ha ocurrido durante la plegaria.

La segunda palabra: Estando, pues, las cosas como están, debemos cantar ahora Otojes gen. Debemos cantar juntos, porque es verdad lo que expresa ese canto. (Canto).

Todavía hay una idea, una palabra. ¿Por qué os dejo así un poco hambrientos, sin tocar todos los temas? Porque he previsto en la semana próxima, jueves, tener un encuentro con los estudiantes de Roma para una reunión pascual, para una celebración eucarística en la basílica de San Pedro, una celebración pascual. El cardenal Vicario ha dicho: Pascua con los estudiantes. Entonces no debo decir demasiado hoy, para dejar un poco para decirlo en la semana próxima.

Basta ya.

 



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