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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS DE INDIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 5 de mayo de 1979

 

Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Es un gozo para mí recibir otra visita de un grupo de obispos de India en tan breve espacio de tiempo. Os doy la bienvenida en el amor de Cristo, como la di a vuestros hermanos obispos la semana pasada.

Reuniros en Roma para vuestra visita ad Limina es como haceros eco de los sentimientos expresados por los obispos de la Iglesia congregados para celebrar el Concilio Vaticano II: «Reunidos en la unidad... llevamos en nuestros corazones las ansias de todos los pueblos confiados a nosotros, las angustias del cuerpo y del alma, los sufrimientos, los deseos, las esperanzas» (Mensaje a la humanidad, 20 de octubre de 1962). Por mi parte, en vosotros abrazo a todo el querido pueblo que estáis llamados a servir.

Espero vivamente que esta visita os dé nuevo vigor y energías para vuestras tareas pastorales; que sintáis alegría al saber —al comprobarlo palpablemente— que vuestro celo apostólico está sustentado por la Iglesia universal. Lo comparte el Papa como quien representa en el misterio de la Iglesia "al Pastor Soberano" (1 Pe 5, 4), y procura cumplir en su nombre un ministerio de servicio universal. En especial deseo animaros, hermanos míos en el Episcopado, confirmaros en la fe (cf. Lc 22, 32), no tan sólo con la palabra y la acción, sino en virtud del carisma implantado en la Iglesia por su Fundador, Jesucristo, y actuado por su Espíritu. Este es, por tanto, el sentido de nuestra asamblea al congregarnos en la unidad, cuando nos reunimos para celebrar nuestra comunión eclesial y jerárquica.

Por el estudio y, ahora, por nuestros encuentros personales, estoy enterado de una serie de temas que ocupan vuestra solicitud diaria en favor del Evangelio. Estoy espiritualmente unido a vosotros cuando afrontáis —con coraje, confianza y perseverancia— los varios obstáculos que dificultan vuestro ministerio y entorpecen vuestro trabajo de evangelización y servicio a la humanidad. En vuestras tareas pastorales os sigo con la oración, bendiciendo toda iniciativa que mire a aumentar el número de colaboradores en el Evangelio, todo esfuerzo por procurar que a los estudiantes para sacerdotes se les forme según la doctrina auténtica y en santidad de vida. Quiero deciros el gran interés que tienen para mí vuestros programas catequéticos, la educación que dais a la juventud y vuestros apostolados con ésta, vuestros esfuerzos por defender la santidad del matrimonio y consolidar la unidad del Pueblo de Dios en fe y amor, y por inculcar espíritu misionero en todos. Deseo estar cerca de vosotros con comprensión fraterna y compartiendo vuestras preocupaciones, cuando vosotros también os esforzáis por estar cerca de vuestro pueblo en todas sus aspiraciones de progreso humano y de plenitud de vida en Cristo. Estad seguros de que os aliento en todo cuanto se hace en vuestras Iglesias locales —por parte del clero, religiosos y laicos— para ayudar al necesitado, al pobre y al enfermo; para mostrar solidaridad, infundir esperanza y derramar el amor del corazón de Cristo. Hermanos, soy uno con vosotros en el santo nombre de Jesús.

Con el pasar de los años y ante los grandes acontecimientos del mundo moderno, así como ante los designios inescrutables de la providencia de Dios con la Iglesia, no podemos dejar de estar cada vez más convencidos con el Salmista de un hecho fundamental, el hecho de que "nuestro auxilio es el nombre del Señor" (Sal 124, 8). Como discípulos de Cristo, ministros del Evangelio y líderes del Pueblo de Dios, es absolutamente esencial para nosotros que este principio se convierta en actitud total de la mente y en norma de conducta.

Nuestra ayuda está sin duda alguna en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Esta verdad luminosa, queridos hermanos, es de inmensa trascendencia y tiene incidencia directa sobre toda nuestra actividad pastoral, puesto que toda ella se lleva a cabo bajo el signo del nombre de Jesús, por el poder de su gracia, y únicamente para gloria suya.

El mensaje que proclamamos se proclama en su nombre, en el nombre de Jesús Salvador del mundo. Nuestra proclamación lo es de salvación en El. salvación en su nombre. Esta verdad es el objeto explícito de la enseñanza apostólica que fue proclamada por el Apóstol Pedro bajo la inspiración del Espíritu Santo. Y hoy desea proclamarlo de nuevo el Sucesor de Pedro, a vosotros y con vosotros y para vosotros y vuestro pueblo: "En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo entre los hombres, por el cual podamos ser salvos" (Act 4, 12).

En el nombre de Jesús se lleva a cabo nuestro ministerio. El arrepentimiento y perdón de los pecados se predican en su nombre a todas las naciones (cf. Lc 24, 47). Nosotros mismos hemos sido lavados y santificados y justificados en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Cor 6, 11). A través de la fe tenemos "vida en su nombre" (Jn 20, 31). Además, el mismo Espíritu Santo se nos ha dado por el Padre en el nombre de Jesús (cf. Jn 14, 26). En la proclamación incesante de la mediación universal de Cristo y en la confesión solemne y explícita de su divinidad, es presentada al Padre la oración de todas las generaciones de cristianos per Dominum nostrum Iesum Christum Filium tuum. En su nombre hay auxilio para los vivientes, consuelo para los moribundos, y gozo y esperanza para el mundo entero.

Estamos llamados a invocar este nombre, a alabar este nombre, a proclamar este nombre a nuestro hermanos. Toda nuestra vida y ministerio debe enderezarse a la gloria de este nombre. Esta actitud responde a la voluntad de Dios; está en total conformidad con el plan del Padre de constituir a Cristo Cabeza de la Iglesia "el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8, 29), y realización de toda la creación. Es honda la convicción y profundo el amor con que la Iglesia se dirige a su Redentor con estas palabras: Tu solus sanctus, tu solus Dominus, tu solos Altissimus, Iesu Christe. La eficacia de nuestra misión sobrenatural requiere que actuemos siempre en el nombre de Jesús, justamente para que "tenga la primacía sobre todas las cosas" (Col 1, 18).

Queridos hermanos: Afrontemos así los obstáculos, y de este modo arrostremos los desafíos y aceptemos los triunfos; hagámoslo todo "en el nombre del Señor Jesús" (Col 3, 17). Y exclamemos con las palabras y la acción: Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam" (Sal 115, .1).



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