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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA FEDERACIÓN ITALIANA DE CABALLEROS DEL TRABAJO


Viernes 11 de mayo de 1979

 

Ilustres señores:

Me siento honrado y contento por vuestra presencia, y os agradezco de corazón el rasgo de amable deferencia que os ha llevado a desear este encuentro, con motivo de la solemne entrega del V premio Marconi International Fellowship. Al presentar mis sinceras felicitaciones al agraciado este año, prof. John R. Pierce, del California Institute of Technology, Pasadena, California, me es grato extender mi congratulación también a los ilustres estudiosos que han sido honrados con el premio en años pasados y que han querido tomar parte en esta audiencia.

Saludo también a la señora Giorgia Marconi Braga, presidente y animadora del premio que lleva el nombre de su padre, y que quiere mantener vivos en el mundo los nobles ideales de generosa filantropía. Un particular agradecimiento debo todavía al ingeniero Bruno Valenti, presidente de la Federación Nacional de los Caballeros del Trabajo, por las atentas y oportunas palabras con que ha sabido interpretar los sentimientos de los reunidos.

A todos quiero manifestar mi aprecio y estima. Me parece digna de atención la circunstancia de que en este encuentro se hallen presentes personas comprometidas en la investigación científica avanzada, v otros que se distinguen por la aportación que dan, con su trabajo, a la economía nacional. Es una especie de alianza ideal entre ingenio y laboriosidad, en la que cualquiera que reflexione, puede reconocer fácilmente la matriz de todo auténtico progreso humano. En efecto, mediante el trabajo de amplios conjuntos humanos, las intuiciones geniales de cada uno, o de un pequeño "equipo" de investigadores se traducen en servicios útiles al bienestar común. Me parece, por tanto, que el lema Ingenium pro bono humanitatis, en el que se inspira el premio ahora mismo mencionado, puede muy bien ser tomado como máxima inspiradora del esfuerzo de cada uno y como criterio de valoración de su "calidad". Quiero decir que será un esfuerzo merecedor y digno, si se revela útil al verdadero bien del hombre.

Este es un aspecto sobre el que quiero poner el acento. En efecto, la Iglesia, como he recordado en mi Encíclica Redemptor hominis, «no puede abandonar al hombre, cuya "suerte", es decir, la elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o la perdición, están tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo» (núm. 14). Ahora bien, el hombre, hoy, está en peligro: está amenazado por el resultado mismo «del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento» (ib. núm. 15). Aquí está el «drama de la existencia humana contemporánea». El hombre «vive cada vez más en el miedo», porque «teme que sus productos... y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo» (ib., núm. 15).

Ahora, es evidente que todo lo que hace violencia al hombre y lo mortifica no puede juzgarse útil para su verdadero bien, ni puede calificarse como progreso auténtico, aun cuando constituya un resultado "técnicamente" excelente. Por esto, es importante que los hombres responsables tengan la valentía de denunciar una ciencia que se manifiesta «deshonrada por la crueldad de sus aplicaciones» (p. Valéry). Es importante que se comprometan con toda su energía a orientar el propio camino y el de sus semejantes hacia metas de verdadero crecimiento humano. Efectivamente, sólo es progreso auténtico el que contribuye a hacer al hombre más maduro espiritualmente, más consciente de su dignidad, más abierto a los demás, más libre en sus opciones: esto es, el que mira a formar un hombre que conoce el "porqué" de las cosas y no sólo el "cómo" de ellas. Jamás el. hombre ha sido tan rico en cosas, medios, técnicas, y jamás ha sido tan pobre en orientaciones sobre el destino de los mismos. Devolver al hombre la conciencia de los fines para los que vive y trabaja, ésta es la tarea a la que estamos llamados todos en este resto de siglo que cierra el segundo milenio de la era cristiana.

Sólo podrá llenar esta tarea el que cree «en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia» (Redemptor hominis, 16).

Por tanto, el auspicio que deseo manifestar en esta circunstancia, en la que tengo el placer de dirigirme a una reunión de personas tan representativas del mundo de la ciencia y del trabajo. es éste: que el ideal de gastar las propias energías pro bono humanitatis brille como estrella polar en el ánimo de cada uno e inspire todas las iniciativas, sosteniendo su esfuerzo generoso aun en los momentos difíciles: trabajar por el hombre con amor sincero es honrar y servir a Dios.

Confirmo estos deseos míos con la bendición apostólica, que concedo de corazón a vosotros y a vuestros queridos familiares, invocando la ayuda continua del Señor sobre vuestras fatigas cotidianas.

Felicito de nuevo al prof. John R. Pierce por el honor que se le ha conferido y por la confianza puesta en él de que va a trabajar pro bono humanitatis de manera eficaz y válida. Mi felicitación sincera se dirige también a los distinguidos científicos aquí presentes que recibieron premios anteriormente. Pido a Dios que les sostenga y guíe en su servicio a la humanidad y les colme de bendiciones.



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