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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Sábado 26 de mayo de 1979

 

Queridísimos muchachos de Acción Católica:

¡Bienvenidos a esta magnífica plaza de San Pedro!

¡Benditos todos en el nombre del Señor Jesús, amigo de los niños!

Os agradezco sinceramente la jubilosa manifestación de afecto, que me habéis reservado mientras pasaba en medio de vosotros para ofreceros mi cordial saludo paterno, a vosotros que sois "mi alegría y mi corona" (Flp 4, 1), porque manifestáis el rostro de la Iglesia "sin mancha y sin arruga" (Ef 5, 27); a cuantos os han acompañado aquí: padres, educadores, responsables diocesanos y nacionales de Acción Católica de los muchachos; de modo particular, mi gratitud al consiliario general, mons. Giuseppe Costanzo. y al presidente nacional prof. Mario Agnes. quienes solicitaron esta audiencia con motivo de vuestro encuentro nacional, con el que intentáis también ofrecer vuestra aportación a las iniciativas que se promueven en todas partes en el marco del Año Internacional del Niño.

1. Os habéis querido encontrar con el Papa en este día dedicado a la memoria de San Felipe Neri justamente definido el apóstol de los jóvenes, por su larga e incansable actividad en favor de ellos. Vuestras reuniones en Roma se desarrollan bajo su protección. ¡El, que supo acoger tan bien cerca de sí a los muchachos de las barriadas romanas y educarlos en los nobles ideales de la fe cristiana y de la convivencia cívica! Se dice que para socorrer a los más necesitados, no dudaba en mendigar por los caminos: un día, cierto individuo, creyéndose importunado, le dio una bofetada. El santo con cara sonriente, le dijo: "Esto es para mí, ahora déme algún dinero para mis muchachos". Y a quien se quejaba del bullicio que hacían, solía responder: "Con tal de que no hagan el mal, estaría satisfecho si me rompieran la cabeza". Tan grande era la caridad sacerdotal que sentía por los jóvenes, que no dudó en hacerse malabarista de Dios, maestro de alegría y de júbilo auténticamente evangélicos, que condensaba en el famoso lema: "Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía". Sobre su tumba, poco distante de aquí, en la iglesia de Santa María in Vallicella, adonde iré dentro de poco para celebrar la santa Misa, pediré al santo compatrono de Roma que obtenga para vosotros y para todos los jóvenes del mundo, serenidad de espíritu, nobleza de alma y coherencia a toda prueba en el testimonio evangélico dentro del ambiente en el que estáis llamados a vivir y actuar.

2. Acerca de vuestra reunión en Roma, que concluye las iniciativas que comenzasteis en este mes de mayo, que ha sido para vosotros "el mes de los encuentros", he visto con satisfacción el cartel mural que con su ingeniosa inscripción: "Recibido, Paso", sintetiza hermosamente la última etapa del trabajo desarrollado en este año. Este eslogan, que habéis sacado del argot radiofónico, define muy bien el compromiso cristiano al que está llamado cada uno de vosotros. Esto es, el compromiso de escuchar la palabra de Dios y de los hombres, para transmitirla después, a su vez, a los otros, precisamente como dijo Jesús a sus discípulos: "Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, predicadlo sobre los terrados" (Mt 10, 27). Y vosotros sabéis cómo hoy sobre los tejados se ven selvas de antenas radiofónicas y de televisión, que difunden y captan lo que se dice en una cabina de transmisión.

Recibido: este primer término de vuestro lema quiere decir también saber escuchar, profundizar, descubrir, vivir lo que habéis "recibido" en vuestra vida de grupo: en las reuniones, en la escuela, en las asociaciones, en los juegos, en las prácticas técnicas, donde os conocéis, cambiáis experiencias, compartís vuestros sentimientos, descubrís la impronta que los otros grupos han dejado en el país, o en el barrio, su entusiasmo y su buena voluntad. Pero todo este patrimonio que recibís no debe quedar en vosotros inerte e inactivo, sino que debe, ante todo, servir para promocionar vuestra persona, para enriquecerla, para hacerla mejor. para convertiros en muchachos estupendos. Pero sobre todo quiere decir saber acoger las buenas inspiraciones: dejaros penetrar por la gracia de Dios, aspirar a la santidad. conforme a las palabras del Señor: "Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48).

Paso: todo lo que recibís no sólo no debe quedar inerte en vosotros, sino que también debe "pasar", esto es, ser entregado, comunicado a los otros, como hicieron los Apóstoles que se esparcieron por el mundo para comunicar y anunciar a todas las gentes el mensaje de salvación que habían recibido de su Maestro cuando dijo: "Id, pues; enseñad a todas las gentes..: enseñándoles a observar cuanto yo os he mandado" (Mt 28, 19.20). También vosotros haréis esto. si os sentís en vuestro corazón "verdaderos testigos vivientes de Cristo entre vuestros compañeros" (cf. Apostolicam actuositatem, 12), y seréis así, si sabéis manifestar vuestra alegría de vivir, de crecer y de amar: si sabéis vencer las seducciones engañosas de los sentidos; si lográis no ser orgullosos en las relaciones con los otros muchachos menos dotados o más pobres por su condición social; si no obráis con egoísmo; si no sois despechados; si no os vengáis, sino que sabéis perdonar de corazón a quienes os han ofendido; si, en otros términos, sabéis vivir evangélicamente. De este modo ciertamente haréis "pasar" vuestros ideales a los otros y ellos, viendo vuestras obras buenas, glorificarán a vuestro Padre celestial (cf. Mt 5, 16).

Queridos muchachos, al volver a casa, contad a vuestros amigos lo que el Papa os ha sugerido como recuerdo de esta hermosa audiencia en la plaza de San Pedro. Decid a todos que el Papa los ama, espera su visita y los bendice; así como ahora imparto mi especial bendición apostólica a los que estáis aquí presentes, con el deseo de que, mediante la ayuda materna de la Virgen María, Rosa Mística del mes de mayo, sepáis "recibir" y "pasar" la consigna cristiana de la fe y de la esperanza para alabanza y gloria de Dios.

 



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