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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL II CONGRESO MUNDIAL
DE LA PASTORAL DEL TURISMO


Sábado 10 de noviembre de 1979

 

Queridos hermanos en el Episcopado,
mis queridos amigos:

Gracias por haber tenido la amabilidad de invitarme a este encuentro. También me complace grandemente saludar a los observadores que han venido de otras comunidades cristianas que están también interpeladas por los problemas de la movilidad humana. Quisiera que para todos y cada uno de vosotros mi visita fuera signo de la importancia que el Pastor universal de la Iglesia confiere a la pastoral del turismo. Ya se trate de quienes hacen turismo o de cuantos lo organizan, todos ellos constituyen una fracción importante del pueblo cristiano y de la humanidad. Es asimismo, y cada vez más, un momento significativo de la vida de nuestros contemporáneos y necesita una evangelización específica.

Estas jornadas romanas os han permitido sobrevolar muchos "lugares" y tipos de turismo en los cinco continentes, y escuchar experiencias interesantes y muy diferentes. Individualmente y en común habéis tomado mayor conciencia de la movilidad actual y de sus exigencias pastorales. Además, habéis comunicado muchas ideas, planteado numerosos interrogantes y reunido un haz de deseos y resoluciones que al volver compartiréis con vuestros compañeros y colaboradores, sacerdotes, religiosos y laicos relacionados con el turismo.

Permitid que os brinde algunas sugerencias personales en señal de comunión profunda con vuestras preocupaciones y de fuerte estímulo a proseguir vuestro valioso trabajo.

El aumento del fenómeno de la movilidad humana y más concretamente el turismo, son un hecho. En lugar de hundiros ante las impresiones de malestar e impotencia, ya que vosotros palpáis mejor que nadie cómo la humanidad viajera de hoy tiene tendencia a huir del entramado e influencia de las instituciones tradicionales civiles y religiosas, permaneced en pie alertas, activos y creativos. ¡Sois la Iglesia! La Iglesia que debe profundizar incesantemente en la realidad creciente y continuamente cambiante del turismo. Hay que avanzar con entusiasmo y clarividencia en el conocimiento de los aspectos económicos, políticos, sociológicos y sico-sociológicos del turismo actual, si queréis participar de modo racional y competente en la promoción de los auténticos valores del turismo y acreditar poco a poco ante la opinión pública una ética del turismo. Pues el turismo está hecho para el hombre y no el hombre para el turismo. Vuestra tarea exige tanto tacto como valentía y perseverancia. Pero qué dicha contribuir a liberar a este mundo nuevo del turismo, de sus numerosas ambigüedades para darle un rostro humano y cristiano.

A lo largo del Congreso habéis captado también que la pastoral del turismo exige cada vez más —al lado de la buena voluntad que sigue siendo un coeficiente muy valioso— personas debidamente preparadas y formadas para este servicio tan particular de la evangelización. Pienso naturalmente en los sacerdotes, religiosos y religiosas; pero sueño todavía más en los laicos cristianos que hasta ahora no han ocupado suficientemente o no se han atrevido a ocupar su puesto en un mundo que les concierne a ellos en primer término. Sobre este punto concreto deseo que algunas Universidades Católicas se preocupen de dar esta formación apropiada, antes de que sea demasiado tarde, a los que quieran ocuparse de la pastoral turística permanente o temporalmente. Estos hombres y mujeres son precisamente los que podrían garantizar la presencia evangélica y eclesial a nivel de las instancias más altas del turismo y a nivel de agencias de viaje o del personal que acompaña a los turistas. Ellos son asimismo quienes podrían actuar en los centros y regiones turísticos ante los responsables locales, el mundo hotelero y los habitantes del lugar. Esta formación indispensable y esta acción concertada de todos los responsables de la pastoral turística son el camino necesario para despertar y desarrollar en el mundo del turismo una mentalidad individual y colectiva hecha de respeto, acogida, hospitalidad, confianza, honradez, servicio, intercambios profundos e incluso realizaciones conjuntas. De este modo los que organizan el turismo, los que viven de él y los mismos turistas llegarán a ser lo que deben, primero en el plano humano, y después en el plano de la fe para quienes son cristianos. Concretando más mi pensamiento en este terreno de la formación y la acción, me gustaría que las Conferencias Episcopales y las Iglesias locales, tan preocupadas ya con problemas fundamentales como la catequesis, el relevo sacerdotal, la pastoral familiar, los mass-media, etc., colaborasen más entre ellas para llegar a todos esos emigrantes del turismo e invirtieran más en personal y medios prácticos, en este sector que incide tan profundamente en el hombre moderno, y en particular en los jóvenes. ¿Acaso no es también la movilidad humana un lugar de catequesis?

Dicho esto, dejad que atraiga la atención sobre un punto sumamente delicado. Lo sabéis, la industria turística es fenómeno principalmente de países ricos. Si hay un turismo razonable, existen asimismo formas de turismo de lujo e incluso de despilfarro simplemente, que son un insulto y una provocación a los dos tercios de la humanidad que se debaten en situaciones económicas de miseria. Sin contar que en nuestros países ricos existen también los excluidos del turismo o gente explotada por esta industria, que va en aumento. Os pido que jamás olvidéis a los pobres. La promoción del turismo por un lado y la pastoral turística por otro, quedarían incompletas y se desacreditarían si no incluyeran al mismo tiempo la educación a la apertura y al compromiso en favor de la solidaridad mundial efectiva y de envergadura.

Queridos hermanos y amigos: Me viene a la mente un pasaje del Evangelista San Mateo (9, 36) : "Viendo a la muchedumbre (Jesús), se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor". Que sea éste el leitmotiv de vuestro Congreso. ¡Unos y otros sois miembros del Cuerpo de Cristo! Sois Cristo pasando hoy entre las muchedumbres y despertando en ellos su dignidad humana, su vocación de hermanos en humanidad, y de hijos de Dios. Que vuestra vida de intimidad con el Señor Jesús esté a la altura de vuestra misión de Iglesia. Para sostener vuestros esfuerzos personales y comunitarios os bendigo de todo corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Y ahora quiero dirigir una palabra cordial a los peregrinos del Oeste de Francia que no pudieron participar en la audiencia general del último miércoles. El turismo moderno tiene sus azares..., que lamentan sin duda los responsables de la pastoral turística aquí presentes.

Queridos peregrinos: Me alegra encontrarme con vosotros y manifestaros dos deseos. Sacad siempre del recuerdo de esta peregrinación romana el gozo de pertenecer cada vez más a Cristo y a su Iglesia. Y según vuestras posibilidades, aportad lo mejor de vosotros mismos a la vida de vuestras comunidades parroquiales y diocesanas. Os bendigo afectuosamente a vosotros y a todos vuestros seres queridos.

 



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