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VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA PONTIFICIA ACADEMIA DE CIENCIAS


"Casina" de Pío V, Jardines Vaticanos
Lunes 12 de noviembre de 1979

 

Este es un día extraordinario. Lo es para la Academia, pero también para mí. En cierto modo es un día diferente del sábado pasado que fue extraordinario en el aspecto público oficial. Hoy es una ocasión extraordinaria por varios motivos. El primero es el de encontraros en vuestro ambiente de trabajo; he pasado muchas veces ante esta casa pero no he querido entrar, pues sin vosotros representa meramente un objeto, y con vosotros un objeto de gran precio. Pienso que es éste justamente el momento apropiado para entrar en él por vez primera. Con vosotros es una realidad humana de nivel del todo especial, un nivel constituido por vuestras personas y por la autoridad científica que cada uno representa. Esta es la causa por la que considero este día verdaderamente extraordinario.

Quisiera repetiros cuanto dije el sábado pasado en mi discurso oficial; expresaros mi aprecio por la ciencia en cuanto tal por la ciencia como investigación de cuantos se interesan por la verdad; mi aprecio por la ciencia como función como actividad superior del hombre del espíritu humano; una ciencia que de este modo perfecciona al hombre en cuanto tal. Es larga la tradición humanística, la tradición filosófica que hemos heredado de Aristóteles, y que luego se ha hecho también tradición cristiana: contemplar al hombre, valorarlo, estimarlo. Y nosotros apreciamos al hombre como tal: como individuo que se perfecciona a sí mismo a través de la verdad; una verdad buscada con lealtad, método y responsabilidad; una verdad poseída humildemente pero en actitud firme y perseverante; una verdad transmitida asimismo a los otros, a los cercanos, a los estudiantes y a todo la humanidad. Estos son los motivo de mi visita de hoy con la que quiere volver a dar constancia de lo que ye afirmé el sábado por la tarde en el discurso oficial. Me proporciona satisfacción especial la existencia de una Academia Pontificia de las Ciencias, herencia rica y consoladora de Pío XI. Debo agradecer a mi predecesor y a la Divina Providencia el que haya sido instituida esta Academia durante su pontificado y el que continúe existiendo. Son sentimientos verdaderos y profundos los que voy a manifestaros en confirmación de cuanto decía antes. No es la mía una actitud meramente intelectual y fría, es disposición del corazón, sentimiento y afecto. En tal sentido me gozo y me gozaré cada vez que vengáis aquí a reuniros, a trabajar juntos y comunicaros los frutos de vuestro trabajo.

Me propongo asimismo llevar a la práctica vuestro proyecto, que el señor Presidente tendrá la bondad de presentarme después de este primer encuentro y de vuestras sesiones de trabajo; un proyecto que con seguridad se enfocará al desarrollo de esta Academia y al problema primario de la relación entre ciencia y religión, entre la Academia Pontificia de las Ciencias y la Santa Sede, entre ciencia y misión de la Iglesia. Estas son las breves palabras y algunas ideas que deseaba comunicaros en esta circunstancia tan valiosa para mí y que seguirá siendo valiosa en gran manera.

 



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