Index   Back Top Print

[ ES  - FR  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE TRIESTE, ITALIA


Miércoles 5 de septiembre de 1979

 

Queridísimos hermanos y hermanas,
peregrinos de la diócesis de Trieste:

Os saludo con ánimo verdaderamente cordial y paterno, junto con vuestro celoso obispo, mons. Lorenzo Bellomi. Me complace que hayáis querido concluir vuestra asamblea diocesana sobre el tema: "Trieste: Cristianos en confrontación", con esta peregrinación tan numerosa y ferviente. Y con vosotros saludo también al grupo de Ronchi dei Legionari, donde se festeja el IV centenario de la institución de la parroquia. Os agradezco a todos sinceramente esta visita, que es una nueva ocasión para renovar la propia fe cristiana y la recíproca comunión eclesial.

Habéis venido a Roma ante todo para robustecer y como reavivar vuestra fe sobre la tumba de los grandes Apóstoles Pedro y Pablo. Efectivamente, ellos dieron y casi prodigaron su testimonio supremo del Señor en Roma, cayendo, sí, bajo los golpes del verdugo, pero consumidos también por el amor a Cristo y a la Iglesia que siempre los animó y los apremió en toda fatiga. Ante sus "trofeos", como llamó a sus tumbas el antiguo sacerdote romano Gayo (cf. Eusebio, Hist. eccl. 2, 25, 5-7), nuestra fe queda fortificada, y pasa de la admiración asombrada al ferviente deseo de imitar sus gestas. Precisamente este fuego interior de compromiso cristiano es el que debéis llevar a vuestra casa, como alimento vigoroso, que os permita afrontar las diversas pruebas de la vida con renovada fuerza espiritual, con la persuasión segura, propia ya del Apóstol, de que nada "podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom 8, 18).

Pero una peregrinación a Roma debe robustecer también el amor común y vigorizar vuestro "ser Iglesia". Visitando a Pedro (cf. Gál 1, 18), en la persona de su humilde sucesor, vosotros confirmáis y recalcáis el principio de la unidad eclesial, a la que él presta el propio servicio específico. Podéis, pues, descubrir de nuevo que nuestra comunión recíproca es tan fuerte que puede ir más allá de cualquier división natural, incluso étnica, tanto que San Pablo puede escribir: "No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3, 28). Por tanto, os exhorto cariñosamente a formar siempre todos juntos un solo corazón y un alma sola" (Act 4, 32), no sólo en vuestros sentimientos interiores, sino también en el plano activo y pastoral, de manera que deis al mundo un testimonio luminoso de solidaridad, más aún, de hermandad.

Y os acompañe siempre mi más amplia bendición apostólica, que de corazón extiendo a vuestros familiares y amigos, especialmente a los enfermos y a cuantos se encuentran en alguna necesidad.

Estoy muy contento de dirigirme a continuación en su lengua a los peregrinos eslovenos, provenientes también de la diócesis de Trieste. Os dirijo un saludo especial, con el deseo cordial de que vuestra original identidad cultural inserta en el ámbito de la vida cívica y eclesial, sea para vosotros y para todos una auténtica aportación de riqueza espiritual y un elemento cada vez más fecundo de cohesión de pensamientos y de obras en Cristo Jesús.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana