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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE ARGENTINA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Lunes 24 de septiembre de 1979

 

Venerables hermanos en el Episcopado

Doy gracias a Dios, porque me ha permitido encontrarme con vosotros y otros obispos de Argentina, venidos a Roma para la visita ad limina, y así ir conociendo mejor la realidad del trabajo evangelizador en aquellas tierras lejanas geográficamente, pero muy cercanas a mi corazón. 

En este encuentro colectivo deseo reflexionar con vosotros acerca de algunos puntos que exigen de modo más particular vuestra dedicación como maestros y pastores de la fe, y que a la vez comprometen el esfuerzo de toda la comunidad cristiana. 

Al iniciar la reciente Conferencia de Puebla, señalé concretamente lo que constituye el núcleo fundamental de la evangelización y cómo es deber principal de los Obispos ser maestros y testigos de la verdad que viene de Dios: Verdad sobre Jesucristo, Verbo e Hijo de Dios, que se hace hombre para acercarse al hombre y brindarle, por la fuerza de su misterio, la salvación, gran don de Dios. Pero verdad que llega al hombre por medio de la Iglesia, convocada e instituida por el mismo Señor para ser comunión de vida, de caridad y de verdad en su sagrado magisterio. Y finalmente mostrar así al hombre el principio y fundamento de su dignidad y sus derechos. A este respecto quiero deciros que me complazco de los esfuerzos que realizáis por ser fieles a este programa y al deber que tenéis para con las almas confiadas a vuestra responsabilidad pastoral. 

Hoy deseo, sin embargo, referirme más específicamente a dos puntos que Usted, Señor Cardenal, acaba de mencionar en las palabras que ha apenas pronunciado. El primero es el de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Este año, con ocasión del Jueves Santo, dirigí a los Obispos y sacerdotes dos cartas, para insistir en la necesidad de fundamentar la propia identidad sacerdotal y dar al mundo el testimonio de una clara consagración a Dios. Al conocer ahora la alentadora realidad del resurgimiento vocacional en vuestras diócesis, vuelvo a señalar la importancia prioritaria del cuidado pastoral que requieren, por una parte, la promoción de las vocaciones de jóvenes y adolescentes y la formación de los seminaristas y aspirantes a la vida religiosa; y por otra, la continua renovación espiritual de los sacerdotes. 

El sacerdocio cristiano no tiene sentido fuera de Cristo. Lo enseñanza tradicional nos repite constantemente: “sacerdos alter Christus”, y lo hace marcando no un sentido paralelo, sino indicando cómo Cristo se hace presente en cada sacerdote y cómo el sacerdote obra “in persona Christi”. ¿Cómo será posible esta realidad, si no existe una correspondencia entre aquella identidad misteriosa con Cristo y la identidad personal que se logra por la aceptación efectiva de cada sacerdote? ¿Y cómo podremos llegar a Cristo si el Padre no nos atrae? Por ello, la oración debe llenar la vida del sacerdote: oración personal, que si bien debe expresarse eminentemente a través de la Sagrada Liturgia, habrá de estar alimentada con un continuo recurso a las Sagradas Escrituras, a la luz del Magisterio de la Iglesia. La participación cotidiana en la Eucaristía sellará este contacto íntimo e insustituible con el Señor. 

Se requiere también, obviamente en el sacerdote un esfuerzo de estudio y búsqueda en las fuentes y expresiones de ese mismo Magisterio de la Iglesia, con el prudente complemento de las ciencias profanas, para tener una más adecuada disponibilidad al servicio del Señor en favor de los hombres. 

Por otra parte, la identidad auténtica del sacerdocio importa un sometimiento humilde y el uso de la inteligencia y dotes naturales para conocer y aceptar los caminos de Dios, abandonándose confiados a su plan de salvación. Sólo bajo la acción de la gracia se va llegando a la sabiduría – don del Espíritu Santo – por la cual el sacerdote tiene la visión trascendente de la vida humana, adquiere el verdadero sentido de las cosas, y saca de los principios de la fe las conclusiones que dirijan a cada hombre, en cada situación, por los caminos de la Verdad y de la Vida. 

No han faltado en Argentina ejemplares sacerdotes y religiosos, que dieron y dan testimonio de fidelidad y entrega en la propia consagración a Cristo y a la Iglesia. Por ello renuevo mi confiada exhortación a vuestros sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, a proseguir con generosidad en su vocación. 

El segundo punto al que quiero hacer referencia es el de las asociaciones laicales y en especial a la Acción Católica. Es necesaria la actividad apostólica organizada a nivel de los fieles; con estructuras adecuadas a las condiciones de nuestro tiempo, y que a la vez reflejen y coordinen la actividad de las parroquias y comunidades eclesiales, insertándolas en la pastoral del Obispo de la Jerarquía de la Iglesia. 

El Concilio Vaticano II ha presentado la grandeza de la vocación de los laicos, que por su presencia y actividad en el orden de las cosas temporales deben ser un testimonio vivo de fe. Ha mostrado también que ese testimonio puede ser un apostolado individual y personal, pero ha señalado claramente las condiciones del apostolado organizado, que corresponden a la índole social del hombre, y ha especificado su íntima relación con el apostolado propio de la Jerarquía.  

Por lo que refiere más concretamente a la Acción Católica, más allá de las actividades de índole exclusivamente temporal o de sola asistencia social, ella lleva a sus asociados a una conciencia profunda de su vocación apostólica en la propia condición laical. Como justamente enseña el Concilio Vaticano II, “la Iglesia no está perfectamente formada, no vive plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho”.  

Por ello, al hacer mío lo que Pablo VI indicaba a los Obispos argentinos: “Deseamos que nuestros Hermanos en el Episcopado y también los sacerdotes vean en la Acción Católica una colaboradora indispensable del ministerio, como signo y prenda de la presencia viva del laicado en la comunicación de la gracia redentora del Señor”, quiero reiterar cuanto dije a los jóvenes de la Acción Católica italiana el pasado 26 de mayo, sobre la necesidad y compromiso de “ recibir el mensaje de Jesús y pasarlo a los demás ”, para que conceda a los miembros de la Acción Católica y asociaciones apostólicas, serenidad de espíritu, nobleza de alma y coherencia a toda prueba en el testimonio evangélico dentro del ambiente en el que están llamados a vivir y actuar. Será necesario saber escuchar, profundizar, descubrir, vivir lo que se ha “ recibido ”. Y lo que se ha recibido no debe quedar inerte en cada uno, sino que debe ser entregado, comunicado a los otros, como hicieron los Apóstoles, que se esparcieron por el mundo para comunicar y anunciar a todas las gentes el mensaje de salvación recibido de su Maestro. A cuantos trabajan en ese campo, quiero expresar mi estima, alabanza y aliento. 

Queridos Hermanos en el Episcopado: he deseado comunicar con vosotros estas reflexiones. Os agradezco vuestra generosa entrega eclesial y os animo a no desfallecer en vuestros trabajos apostólicos. Al volver a vuestras Diócesis, pensad que el Sucesor de Pedro, a quien visitasteis en Roma, os acompaña con su oración y su afecto en la solicitud pastoral de cada día. 

Comenzáis ahora el Año Mariano Nacional. Que la Virgen, “mediadora ante el Mediador”, os obtenga la gracia de crecer con vuestros fieles y todo el pueblo argentino en el conocimiento de la verdad, para que tengáis la Vida, el amor y la paz. Con estos deseos, llevaos mi Bendición, que extiendo a todos vuestros diocesanos y al pueblo argentino en general.

 



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