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DISCURSO DE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE NICARAGUA

17 de abril de 1980

 

Queridos Hermanos en el Episcopado,

Con especial alegría comparto con vosotros estos momentos de intensa vivencia eclesial, en el marco de la visita que hoy me hacéis, Venerables Hermanos, Pastores de la Iglesia de Dios que en Nicaragua camina hacia la meta del Padre.

Si en mi solicitud por todas les Iglesias mi pensamiento ha volado tantas veces hacia la porción eclesial que vosotros representáis, quiero confiaros que mi recuerdo ha sido particularmente frecuente y vivo en los últimos tiempos.

Doy por ello gracias el Señor por esta oportunidad de fecundo intercambio personal que nos procura y que cancela por un momento las distancias geográficas, que sin embargo nunca han impedido una constante comunión en el afecto y en la plegaria. En efecto, “mi testigo es Dios, ... que sin cesar hago memoria de vosotros, suplicándole siempre en mis oraciones”. Este asiduo recuerdo, hecho también plegaria, es la expresión de mi permanente cercanía a vosotros, de mi participación ininterrumpida en vuestros desvelos y preocupaciones, de mi proximidad a les ansias y esperanzas de vuestra porción eclesial y de cada uno de sus miembros.

Son sentimientos que han encontrado en mi ánimo resonancias durables, que compendian latidos de la profunda benevolencia a la que vuestro Pueblo se ha hecho acreedor, con su quehacer cotidiano y con su dignidad en momentos singulares. No puedo menos de mencionar aquí, después del trágico terremoto que sembró tanta desolación y ruinas, les tensiones civiles que ha atravesado Nicaragua y que han costado no pocas lágrimas y dolor, el esfuerzo presente por procurar a cada miembro de ese mismo Pueblo una situación mejor de cara al futuro.

La Iglesia Católica, que tiene sus raíces en la realidad misma del Pueblo nicaragüense, no puede menos de participar en sus vicisitudes; por ello, como indiqué recientemente a la Delegación de la Junta de Gobierno de Nicaragua, la misma Iglesia desea estar cercena a ese Pueblo, especialmente a sus sectores más necesitados.

Somos bien conscientes, como responsables y guías de la Iglesia, de que ésta tiene hoy una grave misión propia que cumplir para proyectar la luz de la fe sobre les conciencias, a fin de que se orienten por los senderos que reclaman la ley de Dios y el respeto de los derechos y dignidad de les personal, voz asimismo divina impresa en los seres humanos.

Guiada por esta visión del hombre a la luz del plan divino, la Iglesia ve con favor y no duda en promover cuanto eleva el nivel moral y humano de los Pueblos en general y de les personal en particular. Ella, pensando concretamente en Nicaragua, quiere hoy confirmar esa voluntad de colaboración y servicio, en la que asocia de buen grado a les organizaciones católicas y a cada individuo que siente el llamado del ser humano y del Hilo de Dios.

Por ello, los católicos nicaragüenses quieren estar presentes en esa tarea, en una línea de fidelidad completa a su propia vocación cristiana, con una visión responsable de los valores humanos y espirituales que han de estar a la base de la vida personal, de la convivencia familiar, de la organización de la sociedad entera. Es una colaboración que la Iglesia desea continuar prestando sobre todo en campo educativo, sanitario, de medios de comunicación social, de asociacionismo cristiano, para contribuir al progreso civil y moral de la Nación. Es clero, por lo demás, que la Iglesia lo considera un deber, al que corresponde el derecho de poder mantener sus propias instituciones para el normal cumplimiento de su misión específica.

Tal actitud de servicio por parte de la Iglesia está de acuerdo con la tradición secular cristiana del Pueblo de Nicaragua, que en su empeño por una creciente elevación humana, por una mayor justicia social, por un futuro digno —ante todo para los más necesitados— confirma su deseo de fidelidad a sus esencias humanitarias y cristianas. Sé bien que en esa perspectiva estáis muy cercanos a vuestros fieles, vosotros, Pastores de la Iglesia de Dios en Nicaragua. Y con vosotros está también el Papa, está la Iglesia, que amen de veras a vuestro Pueblo.

El empeño en favor de ese Pueblo, que la Iglesia presta con espíritu de Madre, desea ofrecerlo en actitud de profundo respeto a les instituciones y convicciones de cada ciudadano. Cree, sin embargo, que una ideología atea no puede ser el instrumento orientador del esfuerzo de promoción de la justicia social, porque priva al hombre de su libertad, de la inspiración espiritual y de la fuerza del amor al hermano, que tiene su fundamento más sólido y operante en el amor a Dios.

Querría ahora llamar vuestra atención especialmente sobre la importancia de una sistemática y sólida obra de catequesis, de una extensa labor de instrucción religiosa, que se valga de todos los recursos disponibles, para que los estupendos valores espirituales de vuestro Pueblo sean vividos con profundidad y pujanza cada vez mayores. Junto con esto, os recomiendo con especial insistencia el cuidado esmerado del Seminario Nacional, a fin de que los futuros sacerdotes reciban un sólida preparación humana, cultural y espiritual, que les capacite adecuadamente a les delicadas tareas que deberán asumir ante la Iglesia y sus fieles.

Permitidme, queridos Hermanos, que os manifieste mi profunda confianza en vuestra comunidad eclesial. Contáis con un Pueblo noble, amante del bien, de la solidaridad, de la paz, de la justicia, del impulso humanitario y que cultiva con amor los valores religiosos de su existencia. Llevadle, pues, mi palabra de recuerdo y afecto, decidle que el Papa confía en él y lo alienta a ser fiel a los valores profundos de la fe cristiana que profesa. Es mi mensaje de esperanza y de ánimo que dirijo en primer lugar a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas y a los laicos comprometidos en el apostolado.

Es necesario que para obtener la debida eficacia en el servicio eclesial, se mantenga siempre bien firme la unidad entre los Obispos y los sacerdotes, sean diocesanos o religiosos. Esa unidad, que debe ser de inspiración y de acción pastoral, no puede menos de fundarse en la conciencia de que estamos llamados a servir la causa del Evangelio, que es a la vez la causa del hombre en cuanto vive en la verdad, la justicia y el amor.

Volved, pues, amados Hermanos, a vuestro puesto de trabajo, a vuestra tarea propia de Pastores y guías de la Iglesia, con una renovada conciencia de vuestra importante e imprescindible misión. Sed maestros perseverantes y clarividentes de la verdad sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre el hombre en el momento actual. El Papa y la Iglesia entera os están cercanos. Os necesita vuestro Pueblo, ese querido Pueblo, que reza a Dios como Padre común y que invoca con fervor a la Virgen Santísima Inmaculada.

A su protección confío vuestro cometido eclesial y el de cada fiel de Nicaragua, al que doy con gran afecto mi cordial Bendición.

 



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