Index   Back Top Print

[ ES  - IT  - PT ]

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE RELIGIOSAS DE LA UNIÓN DE SANTA CATALINA
DE SIENA DE MISIONERAS DE LA ENSEÑANZA


Castelgandolfo
Lunes 25 de agosto de 1980

 

Queridísimas hijas, Misioneras de la Enseñanza:

Hemos celebrado juntos el Santo Sacrificio de la Misa. Hemos recibido en nosotros al Verbo de Vida, Jesucristo, nuestro Salvador, hermano y amigo. Y ahora deseáis también escuchar la palabra del Papa, para animaros y confirmaros en la fe y en el fervor.

Ante todo os quiero exhortar a mantener en vosotras siempre una grande y profunda alegría espiritual. Efectivamente, vuestra característica esencial es la enseñanza en las escuelas; el primer contenido de la enseñanza, que debe unificar todas las diversas materias de estudio, es la verdad salvífica; el móvil de vuestra actividad es el "mandato" recibido de la Iglesia en forma jurídica y pública. Siempre y para todos debe ser fuente de inmensa alegría y de consuelo encontrarse con la infancia y la juventud para enseñar la verdad, para llevar el sentido de Dios, para hacer conocer la "historia de la salvación" en la que estamos insertos, para descubrir a las mentes que se abren a la vida los sublimes ideales cristianos y los destinos eternos a los que nos ha llamado el Altísimo. Pero vosotras lo hacéis como "enviadas" por la Iglesia, participando así de la misión misma del Verbo, que se encarnó ante todo para revelar la Verdad.

En nombre de la Iglesia, vuestra primera y esencial raíz parte de la misión de Cristo redentor, que os manda a enseñar, a ejercitar la "caridad de la verdad" tanto que en vuestras Constituciones se lee acertadamente: "Debemos sentir la enseñanza como un ministerio sacerdotal, en el que consumamos nuestra ofrenda a Dios y comunicamos a las almas la palabra de la verdad, por mandato de la Iglesia y de Dios" (art. 186). Por ello estad siempre contentas con esta misión vuestra: la caridad primera es la de la verdad. "Testigos de la verdad y del amor" (Pablo VI), seguid adelante serenas y animosas: cada vez que entréis en vuestras aulas, llevad vuestra alegría convencida y agradecida.

Más aún: llevad siempre con vosotras un sentimiento de sentida responsabilidad. Recordad la exclamación de Jesús: "He venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda? (Lc 12, 49)". Esta es la segunda raíz evangélica de vuestra consagración; debéis sentir, en cierto modo, el tormento de la salvación de la humanidad. Debéis estar totalmente iluminadas acerca de la verdad cristiana y católica, no cediendo jamás a ningún falso "esnobismo" ni a ninguna concesión irenista, bien convencidas de que los jóvenes que os han sido encomendados y sus padres tienen confianza en vosotras y ponen sus esperanzas en vuestro testimonio seguro. Recordad también lo que dice San Pablo: "Si evangelizo, no es para mí motivo de gloría, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizare! (1 Cor 9, 16).

Finalmente deseo exhortaros a tener siempre confianza total en la acción de la gracia divina. También ésta puede llamarse una raíz evangélica de vuestra donación. Efectivamente, Jesús insiste en que permanezcamos en El, en permanecer en su amor, en que seamos sarmientos injertados en la Vid, para dar frutos abundantes; Jesús advierte claramente: "Sin mí no podéis hacer' nada" (Jn 15, 5) e invita a orar siempre sin desfallecer jamás (Lc 18, 1). En las varías crisis actuales de las ideas y de las costumbres a veces podemos sentirnos desilusionados y derrotados; sentir como la hora de Getsemaní, la hora de la cruz. Pero debe ser también la hora de la confianza suprema en la "gracia", que actúa de modo invisible, imprevisible, misterioso, precisamente también mediante el tormento de nuestra impotencia humana. Recordemos a San Pablo: "Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo «no nos ha de dar con El todas, las cosas?" (Rom 8, 31-32). Por esto sed siempre y sobre todo almas que oran, que adoran, que aman. Santa Catalina en una de sus oraciones decía: "En tu naturaleza, Deidad eterna, conoceré mi naturaleza". Y se preguntaba:.; "¿Cuál es mi naturaleza? Es fuego".

Queridísimas hijas: La raíz de vuestra consagración es en verdad profundamente evangélica: se trata de vivir cada día este "radicalismo" particular siguiendo las huellas y el ejemplo de Santa Catalina de Siena. Sed como ella y con ella devotas de María Santísima, "Madre de la Sabiduría"; caminad con María por los caminos que os ha confiado vuestra misión; repetid frecuentemente la estupenda "Oración" a María pronunciada por la Santa en la fiesta de la Anunciación de 1379, que termina así: "A ti recurro, oh María, y a ti ofrezco mi petición por la dulce Esposa de Cristo, dulcísimo Hijo Tuyo, y por su Vicario en la tierra...".

Y os acompañe siempre a vosotras y a todas vuestras hermanas mi bendición apostólica.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana