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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PROFESORES, ALUMNOS Y EXALUMNOS
DE LOS COLEGIOS «MASSIMO» Y «SANTA MARIA» DE ROMA


Sábado 9 de febrero de 1980

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

"Gracia y paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (2 Tes 1, 2).

1. Es un gozo verdaderamente grande para mí encontrarme hoy con los superiores, profesores y alumnos con sus familias, de dos de los más prestigiosos colegios católicos de Roma: el Instituto "Massimo" de los padres jesuitas, que acaba de celebrar el primer centenario de su fundación, y el Instituto "Santa Maria" de los religiosos marianistas que recuerda sus noventa años.

Dos fechas éstas que sintetizan dos historias vividas con empeño, entusiasmo, entrega, sacrificio.

El colegio "Massimo", iniciado el 9 de noviembre de 1879 bajo la dirección de un comité formado por el arqueólogo mons. Pietro Crostarosa, el párroco de Santa María la Mayor, don Cesare Boccanera, y el padre jesuita Massimiliano Massimo, se proponía revivir las tradiciones culturales del célebre "Colegio Romano"; pero se puede afirmar que el "Massimo" estaba en la línea ideal y en sintonía con la gran idea de San Ignacio de Loyola, el cual en un período en que parecía que entre cultura humanística y mensaje cristiano existía una incompatibilidad insuperable, soñaba con un gran colegio en Roma, centro del cristianismo, que pudiera servir de modelo a tantos otros diseminados por el mundo entero; y en 1551, en la puerta de una casa modesta al pie del Capitolio, había puesto este letrero: "Escuela de gramática, humanidades y doctrina cristiana".

En estos cien años de vida, el colegio "Massimo" ha seguido este programa humanista-cristiano de San Ignacio y se ha desarrollado y ampliado intensamente; de 25 alumnos en 1879 se llegó a 1.000 en la antigua sede junto a las Termas, y se han superado los 1.600 en los nuevos edificios de la EUR.

No menos gloriosa es la historia de los 90 años del Instituto "Santa Maria", dirigido por los hijos del Siervo de Dios Joseph Chaminade, que quisieron traer a Roma las experiencias educativas adquiridas en el "Collège Stanislas" de París y en otras obras educativas de Europa y América del Norte; de los 40 alumnos y 9 religiosos de 1889, se ha llegado a 1.260 alumnos, 36 religiosos y 44 profesores externos en el momento actual. No podemos olvidar el "Centro universitario Marianum", que alberga actualmente 106 universitarios.

2. Queridísimos hermanos y hermanas: Estas cifras son elocuentes y resultan un testimonio eficaz y concreto del dinamismo y vitalidad de vuestros Institutos y de la misma enseñanza que lleva el nombre de "católica". Porque detrás de estas cifras está toda la obra cultural, educativa y formativa infatigable realizada por vosotros en este largo lapso de tiempo, día a día, hora a hora, en contacto continuo con los muchachos y los jóvenes, con los que habéis recorrido juntos un camino no sólo por las vías de las ciencias humanas de la historia, la filosofía, la literatura; sino que por la calificación específica de vuestras instituciones y vuestros ideales, también y sobre todo un camino por las vías de la fe cristiana.

¿Quién podrá evaluar el bien patente o escondido que tantos alumnos vuestros —en parte desaparecidos del escenario de este mundo y en parte hombres maduros ya— recibieron y supieron a su vez transmitir luego a sus alumnos, familias, hijos, y a la sociedad civil? ¿Cuántos padres de familia ejemplares, cuántos profesionales competentes y reputados están vinculados profundamente todavía y no menos profundamente agradecidos a vosotros, a vuestra acción apostólica, a vuestros Institutos, donde se ha plasmado su personalidad con seriedad y serenidad hasta ser capaces de afrontar las responsabilidades complejas de la vida? ¿Cuántos sacerdotes y religiosos descubrieron, ahondaron y maduraron su vocación sacerdotal o religiosa, ayudados y sostenidos por la vida sacerdotal y religiosa ejemplar de sus profesores?

A veces, por desgracia, cuando se habla de escuela "católica" se la considera sólo en rivalidad y hasta oposición con otras escuelas, en particular las escuelas del Estado. Pero no es así. La escuela católica se ha propuesto siempre y se propone hoy formar cristianos que sean a la vez ciudadanos ejemplares, capaces de prestar toda su inteligencia, seriedad y competencia a la edificación recta y ordenada de la comunidad civil.

3. Vuestros Institutos son colegios "católicos" y tienen a gala proclamarse tales. Pero, ¿que es un colegio católico? ¿Cuáles son sus tareas preponderantes, sus finalidades específicas? El tema es de una actualidad tan viva y constante que el Concilio Vaticano II dedicó a esta problemática un Documento entero, la Declaración sobre la Educación Cristiana. Y esta Declaración presenta en síntesis densa las tres características peculiares de la escuela católica, que al igual de otras escuelas, persigue finalidades culturales y la formación humana de los jóvenes. Pero "su nota distintiva —afirma el Documento conciliar— es crear un ambiente de la comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar finalmente toda la cultura humana según el mensaje de la salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre" (Gravissimum educationis, 8). Este texto es riquísimo en indicaciones preciosas, fermentos dinámicos y aplicaciones concretas. Pero en él se afirma claramente que en la escuela católica es la fe cristiana la que ilumina el conocimiento de todas las realidades (mundo, vida, hombre).

Es verdad que la escuela en cuanto tal es el lugar o la comunidad del aprendizaje y la cultura; pero la escuela católica es asimismo y antes que nada, lugar y comunidad privilegiados para la educación y maduración de la fe. En mi reciente Exhortación Apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo, he insistido en particular sobre este tema. Decía: ¿Merecería una escuela católica tal nombre "si aun brillando por su alto nivel de enseñanza en las materias profanas, hubiera motivo justificado para reprocharle su negligencia o desviación en la educación propiamente religiosa? ¡Y no se diga que ésta se dará siempre implícitamente o de manera indirecta! El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos" (Catechesi tradendae, 69). Los alumnos de las escuelas católicas tienen el derecho a recibir en ellas catequesis permanente, profunda, sistemática, cualificada y adaptada a las exigencias de su edad y preparación cultural. Y esta enseñanza religiosa debe ser íntegra en cuanto al contenido, pues todo discípulo de Cristo tiene el derecho a recibir la palabra de la fe no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor (cf. Catechesi tradendae, 30).

4. En el centro de la enseñanza escolar, en el ápice de todo el interés debe estar la persona, la obra y el mensaje de Cristo, es Él nuestro verdadero Maestro (cf. Mt 23, 8. 10), es Él nuestra vida, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6), es Él nuestro Redentor y Salvador (cf. Ef 1, 7; Col 1, 14). Tarea prioritaria e insustituible tanto de los profesores como de los alumnos, es la de conocer a Jesús estudiando, profundizando, meditando la Sagrada Escritura, no como mero libro de historia, sino como testimonio perenne de Alguien que está vivo, porque Jesús resucitó y "está a la diestra del Padre". Además, cuando se trata de Jesús no es suficiente reducirse al plano del conocimiento teórico, pues su persona y mensaje siguen interpelándonos, comprometiéndonos, empujándonos a vivir de Él y en Él. Entonces se es verdaderamente cristiano, cuando día a día se llevan a realidad las exigencias no siempre fáciles del Evangelio de Jesús. De ninguna manera se apliquen a vosotros, hermanos y hermanas, las palabras de San Agustín: "Los que se precian de un nombre y no son lo que significa, ¿de qué les sirve el nombre si no hay realidad? ...Así muchos se llaman cristianos, pero no se les reconoce tales en la realidad, porque no son lo que dicen de sí mismos en la vida, ni en las costumbres, ni en la esperanza, ni en la caridad" (In Epist. Joann. tract. IV, 4; PL 35, 2007).

A vosotros, sacerdotes y religiosos, os deseo que seáis siempre, en medio de vuestros queridos alumnos, testigos gozosos de entrega y consagración total a Dios, y que consideréis un auténtico honor, además de grave deber, transmitirles y comunicarles la fe cristiana con la enseñanza de la religión. Pero que vuestra vida evangélica sea una catequesis viviente y luminosa para los muchachos y jóvenes confiados a vuestro apostolado educativo.

A vosotros, profesores seglares, os deseo que viváis intensamente la responsabilidad de enseñar en un colegio católico. De este modo vuestros discípulos os apreciarán y amarán no sólo por vuestra competencia profesional y cultural específicas, sino sobre todo por vuestra coherencia cristiana.

A vosotros, padres y madres, preocupados con razón de la preparación cultural, pero más aún de la formación humana, civil y religiosa de vuestros hijos, os deseo que tengáis siempre conciencia de ser vosotros los educadores primarios, auténticos e insustituibles de vuestros hijos. Seguidlos siempre con el amor singular que Dios Padre ha sembrado en vuestro corazón. Sabed comprenderlos, escucharlos, orientarlos.

Y a vosotros queridísimos estudiantes, que sois los verdaderos protagonistas del colegio, ¿qué os dirá hoy el Papa en este encuentro cargado de promesas y entusiasmo? Vosotros sois el punto de convergencia del afecto, cuidados e interés de vuestros padres, de vuestros profesores y de vuestros superiores. A este raudal de amor responded con afán continuo por vuestra maduración humana, cultural y cristiana. Preparaos con el estudio serio y asiduo a las tareas que la Providencia divina os depare mañana en el ámbito de la sociedad civil y de la comunidad eclesial. El porvenir de la nación y hasta del mundo, depende de vosotros. La sociedad futura será la que vosotros construyáis; y ya la estáis construyendo en estos años en las aulas escolares, en vuestros encuentros y asociaciones.

Ojalá pueda repetir con alegría el Papa también a vosotros las palabras que dirige San Juan a los jóvenes: "Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno" (1 Jn 2, 14).

Sí, queridísimos jóvenes, sed fuertes en la fe; Cristo, Palabra encarnada de Dios, oriente vuestra vida; de este modo venceréis el mal que se manifiesta en el egoísmo, las divisiones, el odio, la violencia.

A todos mi bendición apostólica.



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