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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PERSONA DEL "GOVERNATORATO" DE LA CIUDAD DEL VATICANO


Sala Pablo VI
Sábado 5 de enero de 1980

 

Hijos queridísimos:

1. A todos mi saludo cordial. Me da alegría este encuentro especial que se desarrolla en el clima tan característico de las fiestas navideñas y nos ofrece la oportunidad —deseada por vosotros y por mi— de intercambiamos la felicitación del año nuevo recién comenzado.

Estáis aquí reunidos todos los que prestáis servicio en las dependencias del Governatorato, junto con vuestros seres queridos y los obreros de las empresas que prestan servicio en el Vaticano, con sus familias respectivas. El hecho de encontrarnos juntos nos permite a vosotros y a mí tener la percepción incluso física de la realidad humana de esta comunidad vuestra que trabaja a diario en el ámbito de este Estado minúsculo en cuanto al territorio, pero sumamente relevante desde el punto de vista espiritual. Esto da a vuestro trabajo un "sentido" particular —y sin duda tenéis conciencia de ello—, el sentido de una colaboración que os constituye en parte activa —si bien en planos diferentes—de un organismo complejo que se mueve en torno al Papa, y hace posible y coadyuva de cierto modo en su trabajo en la misión universal de Vicario de Cristo.

Tal persuasión que se suma a la de la nobleza y dignidad de vuestra fatiga cotidiana sea la que fuere, puede enorgulleceros legítimamente por estar vinculados más estrechamente que otros al Sucesor de Pedro, en quien el mundo católico ve el centro de la propia comunión en caridad:

2. El primer sentimiento que tengo en el alma respecto de vosotros es de gratitud. Estoy seguro de que cada uno atendéis a vuestras tareas con sentido de responsabilidad y entrega generosa, esforzándoos en cooperar eficientemente al buen funcionamiento de todo el conjunto que figura bajo el nombre de Vaticano, conjunto no sólo de edificios e instalaciones, sino sobre todo de vida social.

Me complazco, pues, en aprovechar esta ocasión para expresar a todos mi estima y dar las gracias a cada uno. Quisiera que la manifestación de este sentimiento mío de agradecimiento os ayudara a sentir mejor la cordialidad que caracteriza mi relación con nosotros, cordialidad. que compartís por vuestra parte; esta relación no es ni puede limitarse a ser como la que se da —como suele decirse— entre el "empresario" y el que presta el trabajo; sino más bien y sobre todo es la relación de un padre necesitado de ayuda. con los hijos que se la prestan. Lo cual no significa, claro está, que no deban imperar en tal relación los criterios soberanos de la justicia, y el respeto debido a la dignidad del trabajo y a la personalidad del trabajador, sea empleado u obrero; por el contrario, me propongo asentar cada vez más estos criterios y respeto en los principios y la práctica, siguiendo las huellas de mis predecesores más cercanos; pero quiere decirse que más allá de estas exigencias, deseo ser para vosotros —y naturalmente tal queréis verme y considerarme— el Padre que os brinda su afecto además de daros lo que es de justicia.

3. Ello me mueve a testimoniaros en este encuentro nuestro un segundo sentimiento; y es el de mi interés sincero y profundo por vosotros y vuestras familias. Es el sentimiento que experimento hacia todas las personas del mundo que viven del propio trabajo y experimentan las satisfacciones que éste proporciona y también las dificultades; y esto vale en particular para vosotros que me sois más cercanos. Es un sentimiento en el que entra en primer lugar la preocupación por los problemas materiales de vuestra existencia, que deseo y me propongo tratar de solucionar en lo que me sea posible y según lo consientan las condiciones de la Sede Apostólica, en las formas y modos más adecuados.

Conozco estos problemas; conozco en particular las preocupaciones —y hasta  angustias— de los padres por el porvenir de sus hijos.

Mi comprensión se traduce en oración, una oración a la que pido unáis las vuestras de cristianos, convencidos de que si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen (cf. Sal 126. 1).

No os extrañaréis de que el Papa aproveche precisamente esta ocasión para exhortaros a ser cada vez más coherentes con los principios de la fe que profesáis; y para animaros a dejaros conquistar crecientemente y con mayor profundidad por el gozo de saber que sois amados personalmente por Cristo que se hizo niño pequeño, pobre e indefenso a fin de que nadie tuviera temor de El, antes al contrario se sintiera movido a acercársele con confianza plena y amor espontáneo. Id vosotros también a Cristo y sedle fieles sobre todo en la intimidad de vuestros sentimientos personales, luego en el testimonio valiente de vuestras palabras y, en fin —y es lo que más cuenta—, en la límpida coherencia de vuestras acciones.

No os avergoncéis jamás de manifestaros cristianos, y comportaos de modo que Cristo no tenga que avergonzarse de vosotros nunca. Que al miraros a vosotros, vuestros hijos sientan el gozo de pertenecer a la Iglesia. y de vibrar de entusiasmo por lar nobleza de los ideales que guían vuestra existencia. Con la seriedad de costumbres, la rectitud de conducta, la caridad hacia el prójimo y la sensibilidad a las necesidades de cada uno de vuestros hermanos, hacedles comprender qué es un cristiano y cómo es la sociedad pacífica y justa que el cristiano es capaz de construir.

4. Con estos sentimientos os felicito el año nuevo. Los auspicios con que se ha abierto 1980 no son alentadores, por desgracia. Recorriendo con la mirada el escenario del mundo, se ve uno tentado instintivamente a aplicar a nuestro tiempo las palabras del texto profético de Isaías que escucharemos mañana: "Está cubierta de sombras la tierra y los pueblos yacen en tinieblas" (Is 60, 2). Sin embargo, nosotros no podemos ni queremos abandonarnos al desaliento ante las hoscas previsiones que surgen en muchas partes. Acude en nuestro socorro el anuncio proclamado por Isaías en el mismo texto, a todos los que forman parte por la fe del Pueblo de Dios, de la nueva Jerusalén: "Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz y la gloria de Yavé alborea para ti" (ib., 1). La luz a que alude el Profeta es Cristo. En estos veinte siglos de historia, generaciones enteras han encontrado en su mensaje que la Iglesia ha hecho resonar constantemente, la respuesta satisfactoria a los interrogantes, el consuelo en las ansias, la guía y sostén en los momentos difíciles. ¡Realmente "han caminado los pueblos en su luz"! (cf. Is 60, 3): Pues bien, no son pocas las señales que atestiguan el nuevo interés que hay en nuestra generación por la persona de Cristo y por su Evangelio. Existen, por tanto, motivos para confiar y sentirse movidos a cooperar generosamente en la difusión de la luz que emana de Cristo "Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia".

Con esta perspectiva os renuevo a vosotros y vuestros seres queridos, sobre todo a los niños en quienes pensamos más en estos días al contemplar en el pesebre a Dios hecho niño, mi felicitación más ferviente con deseos de serenidad interior, bienestar y paz. Le doy más valor con la bendición especial que concedo a todos de corazón con afecto paterno.

 



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