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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS GRANDES DUQUES DE LUXEMBURGO*


Sábado 26 de enero de 1980

 

Señor, Señora:

La visita de hoy me brinda feliz ocasión de manifestar mi estima profunda hacia Vuestras Altezas Reales y saludar cordialmente al Gobierno y a todo el pueblo del Gran Ducado de Luxemburgo.

Lo hago con gran alegría porque este país tiene relaciones excelentes con la Santa Sede. Además, la gran mayoría de los ciudadanos profesan la religión católica; y me permito dirigir un saludo particular a esta comunidad que puede enorgullecerse de la solidez de su fe y de su compromiso activo y cristiano a la vez que mantiene la unidad en torno a su abnegado Pastor, mons. Jean Hengen. Aliento de todo corazón a vuestros queridos hijos a servir lealmente a su país.

Todos saben que a pesar de que el territorio es reducido, el Gran Duque de Luxemburgo mantiene alto su puesto en el plano internacional, bien se trate de las diversas instituciones políticas europeas o de organizaciones mundiales Esta apertura y actividades son dignas de aprecio, tanto por la vitalidad de vuestro país como por su participación en el progreso de la comunidad internacional.

La complejidad de las cuestiones económicas, políticas, jurídicas y sociales, y la trabazón mutua de los procedimientos no deben desalentar ni hacer olvidar que se hallan en juego cuestiones graves de las que dependen la paz y la calidad de la civilización del mañana. La justicia social y la equidad en los intercambios, la solidaridad con personas y pueblos pobres y desvalidos, el respeto de la vida humana y de los derechos del hombre, y también otros valores morales y espirituales, deben garantizarse e impulsarse al mismo tiempo que el progreso material; pues sin aquéllos lo que construyamos se parecerá a la torre de Babel con su carácter inhumano y su vacío espiritual.

Una preocupación que debe interesar particularmente a los Estados y a la Iglesia, es la de la familia. Ojalá que la fuerza de las instituciones junto con la educación al amor y a la responsabilidad, favorezcan la estabilidad de los hogares y su florecimiento e irradiación.

La Santa Sede no duda de que todas las fuerzas responsables del Gran Ducado de Luxemburgo prestarán a ello contribución positiva, como corresponde a sus tradiciones mejores.

Por mi parte, formulo votos fervientes para Vuestras Altezas Reales a quienes agradezco la visita amable, y para vuestra espléndida familia. Saludo cordialmente asimismo a los miembros de la Delegación que les acompaña. Y a la vez que les doy una bendición particular, pido al Señor infunda y colme de sus bienes a todos los ciudadanos del Gran Ducado de Luxemburgo y a sus gobernantes.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 6, p.4.

 



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