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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LOS JÓVENES DE LA COMUNIDAD ROMANA DE SAN EGIDIO


Castelgandolfo
Domingo 20 de julio de 1980

 

Ya nos encontramos el año pasado, por primera vez. Entonces, quizá erais menos numerosos que ahora. Me hablasteis de vosotros con canciones, danzas y testimonios. Luego, nos hemos vuelto a encontrar en otras varias ocasiones, sobre todo durante mis visitas a las parroquias de Roma, donde vosotros desarrolláis vuestra misión, vuestro apostolado. Es decir que he podido conocer más de cerca vuestra actividad en los barrios romanos y en las parroquias. Y finalmente tuvo lugar el encuentro, llamémosle central, en Sant'Egidio. Había sido previsto para el 9 de marzo, un día muy significativo para la parroquia de "Santa María in Trastevere" porque era la festividad de Santa Francisca Romana, una parroquiana de esa zona. Pero aquel día no fue posible porque yo me encontraba ligeramente indispuesto. Así la visita fue pospuesta al último domingo de abril. Y después de la visita a la basílica, pude hacer la experiencia única de encontraros en San Egidio. Estuve entre grupos de jóvenes trabajadores, estudiantes, ancianos, sacerdotes, también. generales de familias religiosas, rectores y superiores de colegios romanos, y enseguida comprendí que la comunidad de San Egidio no es una comunidad "homogénea" sino "pluralista", es decir, diversificada y creo que esto es muy hermoso porqué acogéis a personas diversas: jóvenes y ancianos. Y quiero subrayar sobre todo este bellísimo aspecto: la compartición de vuestra vida joven con la de los ancianos. Vosotros los hacéis jóvenes y tengo que decir que es una experiencia que ha dado buen resultado, puesto que los ancianos entre vosotros parecen más jóvenes que los jóvenes. Siguiéndoos, intento conocer la fórmula, el principio de vuestra comunidad, de vuestra actividad, de vuestro apostolado. Después de nuestros repetidos contactos, hoy puedo deciros que la he encontrado y puedo empezar a expresarlo un poco mejor que hace un año y algunos meses.

Vosotros tenéis conciencia de que el hombre, joven, maduro, adulto o anciano, el hombre como la mujer, sufre por diversos motivos. Motivos externos, como la situación social, política, las amenazas que pesan sobre el mundo. Pero sufre también interiormente, en su íntimo, por una especie de resignación, por la falta de un sentido de la vida. Vosotros habéis encontrado el camino, un camino muy sencillo y puramente evangélico, para vencer esta resignación a la falta de un punto de referencia central para la vida humana: habéis entendido que es necesario buscar otro hombre, que hay que encontrar una comunidad que dé la esperanza y la solidaridad. Esperanza y solidaridad: son dos palabras que parecen muy significativas para vuestra espiritualidad, para vuestra vida sencillamente, y también para vuestros cantos. He seguido atentamente vuestros cantos de esta noche; las palabras que en ellos se repiten con mayor frecuencia son precisamente estas dos: esperanza y solidaridad. Y esto corresponde al designio divino: el hombre ha sido creado para encontrarse a si mismo a través de la comunión, la solidaridad. Esperanza y solidaridad, si queremos, son dos palabras muy parecidas; el hombre esta llamado a encontrarse a sí mismo a través de una comunión con los demás, a través de la solidaridad con los demás. Vosotros habéis encontrado esta fórmula, que es la más antigua; la encontramos ya en el libro del Génesis, los primeros capítulos, que yo he comentado durante tantas semanas. Sobre esta fórmula vosotros habéis formado vuestra experiencia de vida, vivida por diversas personas en diversos ambientes aquí en Roma y fuera de Roma. Y habéis buscado otros caminos también fuera de Italia porque vuestra experiencia se ha revelado interesante también para los demás, las otras Iglesias, para los obispos y sacerdotes, y también para los laicos-

Se trata de una fórmula muy sencilla, muy evangélica, muy humana. Después de un año de encuentros con vosotros, en diversas circunstancias, y también después de haber visto este filme sobre vuestras experiencias concretas, he comprendido que ésta es la fórmula, el principio, el fundamento de vuestra comunidad. Y es una fórmula muy eficaz y muy profunda precisamente porque es evangélica, sencilla y humana.

Sin duda vosotros sois capaces de romper el aislamiento, la autodestrucción de tantos jóvenes y tantos ancianos. Entre los jóvenes, esta autodestrucción se manifiesta también con la droga. Vosotros sois capaces, habéis sido capaces de vencer esta autodestrucción porque habéis descubierto la solidaridad con otro hombre y con él habéis buscado la solidaridad, o más bien la unión con el Señor, con la Palabra de Dios, más simplemente, con Dios. Vosotros vivís la comunión humana en la misma dimensión llevada por Cristo, quien nos ha dado la grandísima posibilidad de vivir la vida humana, personal y comunitaria, en la dimensión de la comunión con Dios. Y esta es la propuesta evangélica. Y cuando esta propuesta se convierte en fórmula de vida, se ha ganado para sí mismos y para los demás. Así se convierte uno en cristiano verdadero, consciente del porqué del propio ser cristiano y se convierte también en apóstol, porque una cosa deriva de la otra. Como Obispo de Roma tengo que decir que, tras un año de encuentros con vosotros y con vuestra experiencia, estoy muy contento de teneros aquí en Roma, porque pienso que vuestro Movimiento, vuestra experiencia y vuestra realidad, todo lo que se encuentra bajo el titulo "Comunidad de San Egidio", constituye una cierta levadura evangélica, la levadura que debe hacer crecer la masa de esta realidad que se llama Iglesia de Roma, o Roma, sencillamente.

Mi augurio es que vosotros seáis siempre esa levadura, y que seáis cada vez más levadura evangélica para la Iglesia de Roma y para Roma como tal. Recientemente, en Río de Janeiro (Brasil), donde he sido huésped hace aproximadamente dos semanas, acogido fraternalmente por el cardenal arzobispo Eugenio Araújo Sales, me he encontrado en un ambiente parecido a alguno que quizá también exista en Roma, pero típicamente brasileño en ciertos aspectos. He visitado las llamadas "favelas", en particular la de "Vidigal". He hablado a los habitantes de las "favelas", dirigiéndoles un discurso sobre el tema de las bienaventuranzas, "bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos". Creo que vuestra experiencia, vuestro método, este camino o Movimiento que se llama comunidad de San Egidio, podría cambiar también la vida de estos "favelados" que son los habitantes de las favelas, es decir, de los ambientes más pobres y marginados de las grandes ciudades brasileñas. Quizá en Roma no haya favelas en el sentido brasileño; pero hay muchas en el sentido más romano, más italiano, más europeo. Pero sin duda en cualquier lugar, tanto en Italia, en Roma, como en Río de Janeiro y en Brasil, se puede cambiar de todas formas la vida con esa fórmula que es propia de vuestro Movimiento. Una fórmula que, al proceder del Evangelio, de la Palabra de Dios, tiene la fuerza de renovar la persona humana, el ambiente humano. La comunidad que de ahí nace hace nueva la vida de los hombres. Sea ésta la síntesis de la velada transcurrida con vosotros y sea la respuesta a todo lo que he aprendido de vosotros durante este año como Obispo vuestro. Por eso os estoy muy agradecido a todos vosotros y a toda la comunidad de San Egidio.

 



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