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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES Y DIRIGENTES
DE LA SOBERANA ORDEN MILITAR DE MALTA


Jueves 26 de junio de 1980

 

Ilustres señores:

Me alegra recibiros y saludaros a todos en vuestra calidad de representantes y dirigentes de la Soberana Orden Militar de Malta, que habéis venido a expresar vuestro respetuoso homenaje al Papa y a la Sede Apostólica, la cual ha tenido desde siempre palabras de estima y de aliento por vuestra incansable y benemérita actividad en el amplio campo asistencial y sanitario.

Os doy gracias por la iniciativa de este encuentro y expreso mi reconocimiento al Gran Maestro Fra Angelo de Mojana por las nobles y acertadas palabras que, haciéndose intérprete de los sentimientos de todos los presentes, ha querido tan gentilmente dirigirme.

Este encuentro me es además muy grato porque me da ocasión para renovaros, ahora que estáis aquí reunidos, mi aprecio por la múltiple, activa y cristiana solicitud que mostráis hacia quienes se encuentran en estado de necesidad a causa de la enfermedad, la pobreza, las guerras y toda clase de calamidades naturales. Conozco bien las ingeniosas iniciativas que vuestra Orden lleva adelante desde hace siglos, en los diversos continentes, con coherente fidelidad a la propia vocación humanitaria y en loable colaboración con las competentes autoridades locales.

Estad seguros de que ese servicio desinteresado e inspirado en las hermosas páginas del Evangelio, donde el Señor se identifica con los más humildes y los más pequeños (cf. Mt 10, 42; 25, 40; Mc 9, 41; Lc 9, 48), no sólo sirve de ayuda y de consuelo a vuestros asistidos en los hospitales, en los asilos para ancianos, en los orfanatos, en las cárceles y en los barrios más abandonados, sino que tales obras de caridad van en beneficio vuestro porque estimulan a amar al prójimo, a olvidarse de uno mismo y de las propias exigencias, las cuales, muchas veces, si se comparan con las de los demás, muy fácilmente quedan rebajadas de dimensión. La caridad, en efecto, desarrolla y agudiza la inteligencia del dolor y de las necesidades de los demás, dando alas al sentido de la solidaridad. Pero cuando además se llega realmente a descubrir a Cristo en el hermano, que sufre o está necesitado y a hacerse su cirineo, entonces la caridad llega a su vértice y se ilumina de luz sobrenatural, porque resulta partícipe de la misma misión redentora de Cristo.

Vuestra Orden celebró hace dos días la festividad litúrgica de San Juan Bautista, a quien veneráis como vuestro celestial patrono. Pues bien, ¿no es quizá la misma caridad cristiana, a la que acabo de referirme, la manera más elocuente de anunciar hoy los caminos del Señor, del cual vuestro patrono fue valiente precursor? Tened siempre en vosotros el espíritu del Bautista, llevando por dondequiera que paséis su coherente testimonio de fe en el Señor, que por vuestro medio quiere llegar a tantas almas que no lo conocen todavía. Haced siempre brillar "vuestra luz ante los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16).

Con estos sentimientos en el corazón, os renuevo mi benevolencia y deseo feliz éxito a todas vuestras empresas, mientras os encomiendo a la protección de la Virgen Santísima, invocada por vosotros con el título de "Consoladora de los Afligidos", y os imparto la propiciadora bendición apostólica.

 



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