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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON EL CLERO EN LA CATEDRAL DE BRASILIA

Lunes 30 de junio de 1980

 

1. Justamente con vosotros, amados hermanos en el Episcopado y queridos Padres, tengo mi primer encuentro particular en tierras brasileñas; no puedo ocultar que eso es para mí motivo de alegría y de consuelo. A vosotros os puedo aplicar con toda sinceridad y sin retórica, las palabras del Apóstol: "Sois mi gozo y mi corona" (cf. Flp 4, 1).

Sé que muchos de vosotros han venido de lejos y no sin sacrificio; yo vengo de Roma... Pero en la Iglesia de Dios no hay distancias y aquí estamos reunidos, en nombre del Señor. Hermanados en el mismo ideal: Jesús de Nazaret. E impulsados por la misma misión: anunciar a Jesucristo y su Evangelio; "poder de Dios para la salvación, de todos los que creen" (Rom 1, 16), servir la causa del Reino de Dios, por el cual estamos dispuestos a darlo todo; hasta la vida, si fuera necesario. En este espíritu de unidad habéis venido a Brasilia, para manifestar vuestro afecto al Papa, para testimoniarle vuestra adhesión a la misión de Pedro. Muchas gracias por la delicadeza de vuestro gesto y por el apoyo que con él dais a esta mi visita pastoral ¡Que Dios os lo premie!

2. He dicho a raíz de mi llegada que venía para dar aliento y ofrecer estímulo a la Iglesia. Tal es el mandato que recibí del Señor. En ese sentido, acoged la palabra fraterna y amiga que ahora quiero dejaros como recuerdo de este rápido encuentro. Sois los Pastores de un pueblo bondadoso y sencillo, que demuestra un hambre grande de Dios. Vivid, pues, con entusiasmo, la misión evangelizadora de la Iglesia. Para realizarla, asumid con valentía la tarea de saciar ese hambre, conduciendo al pueblo hacia el encuentro de Dios. Así estaréis contribuyendo también a hacerlo más humano. Con espíritu de Madre y siempre fiel a su Señor, dentro del respeto a las legítimas instituciones que deben servir la causa del hombre, la Iglesia debe prestar la colaboración específica de su propia misión, mirando al bien común, en la construcción de la civilización del amor.

3. Ciertamente, siempre surgirán dificultades. Pero sed valientes; Cristo, muerto y resucitado, ofrece siempre, por su Espíritu, luz y fuerza para corresponder a nuestra sublime vocación (cf. Lumen gentium, 10).

Tened también palabras de aliento para cuantos constituyen vuestras comunidades; especialmente los más pequeños y los que necesitan más consuelo, porque sufren en el cuerpo o en el alma. Decid a todos, sin excepción, que, como Pastor universal de la Iglesia, a ejemplo, del Apóstol Juan "no tengo mayor alegría que la de oír decir que mis hijos caminan en la verdad" (cf. 3 Jn 1, 4). Y esta verdad es Jesucristo, que se proclamó a Sí mismo "camino, verdad y vida (Jn 14, 6). Llevad a todos la certeza de mi afecto y de mi oración. Con mi bendición apostólica.

¡Muchas gracias, felicidades y que Dios os bendiga!

 



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