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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DE LAS ESCUELAS DE ROMA Y DEL LACIO


Sábado 1 de marzo de 1980

 

Queridísimos estudiantes:

Es para mí una verdadera alegría encontrarme hoy con vosotros, que me traéis el entusiasmo y la devoción de los estudiantes de las escuelas de Roma. En vosotros, que pertenecéis a las escuelas elementales y medias, inferiores y superiores, veo presentes también a los demás niños, muchachos y adolescentes, que frecuentan todos los institutos de esta ciudad y del Lacio. Vosotros sois hoy como los representantes de este gran mundo, y por esto os saludo con especial cordialidad. Mi saludo afectuoso se dirige a cada uno de vosotros y a cada uno de vuestros institutos, cuyo elenco acaba de ser leído; en particular quiero mencionar al más numeroso, al del Sagrado Corazón de María-Marymount, que celebra este año el 50 aniversario de su fundación.

Además me es grato expresar mi bienvenida a Alfredo Bataglia, el muchacho que ha sufrido por el reciente secuestro. Al asegurarle que he estado muy cerca de él con ansiedad, como cerca de todas las víctimas de secuestros, estoy contento de que ahora se encuentre entre nosotros.

Y a todos os doy las gracias por haber querido ofrecerme esta maravillosa prueba de afecto y veneración.

Pero también quiero dirigiros una palabra, exclusiva para vosotros, referente a vuestra condición de jóvenes estudiantes y cristianos.

Vuestra edad es la estación de la vida más propicia para sembrar y disponer el terreno en orden a futuras cosechas. Es un tiempo de preparación, de modo que cuanto más serio sea el empeño que pongáis en cumplir vuestros deberes, tanto más seguro y fecundo será mañana el ejercicio de las misiones que os estarán reservadas. Y hoy podéis ejercitar la seriedad de vuestro deber a varios niveles.

Ante todo en la escuela. Aplicaos, pues, al estudio con mucha intensidad; efectivamente, él favorece vuestra maduración personal. El contacto asiduo con las materias de vuestros programas escolares no puede menos de ser constructivo: no sólo porque os entrena en la disciplina de la inteligencia y de la voluntad, sino también porque os abre horizontes siempre nuevos sobre la amplitud del saber humano en sus múltiples manifestaciones, históricas, lingüísticas, matemáticas, filosóficas, técnicas, artísticas, etc. Recordad que, incluso entre los adultos, es grande el hombre que está siempre dispuesto a aprender, mientras que quien cree saber ya todo, en realidad sólo está lleno de sí, y por lo tanto vacío de los grandes valores que enriquecen de verdad la vida. Estudiad, pues, con el deseo de conocer siempre cosas nuevas, pero también con mucha humildad, porque sólo ésta puede manteneros continuamente abiertos y disponibles para adquisiciones siempre nuevas... En realidad sólo llega a nuevas metas quien sabe que todavía no ha llegado a conquistar lo que anhela y por esto emplea todas sus propias fuerzas en tender a la meta.

En segundo lugar, sé que dedicáis mucho tiempo a jugar. Pues bien, es preciso saber que el juego no es sólo un hecho de diversión y distracción, sino que, aun cuando no os dais cuenta de ello, es una ocasión importante de formación y de virtud. Efectivamente, también el día de mañana deberéis colaborar y aun mezclaros con otras personas, frente a problemas, situaciones, proyectos, que precisamente hacen la vida tan semejante a una partida que hay que jugar honestamente; concurren a ella el empleo sabio de las propias energías, un claro conocimiento del contexto general en que se está, insertos, la capacidad de adecuarse al ritmo de los otros, y un leal y generoso sentido de competición. He aquí por qué entre la escuela y el juego no puede haber solución de continuidad: ambos contribuyen a edificar vuestra personalidad, porque ambos tienen mucho que enseñar y juntos son expresión de una juventud que no es sólo exterior, sino también interior.

Pero hay todavía una tercera cosa que tiene mucho valor en vuestra edad: el apego a la familia, especialmente a los padres. Deseo que todos vosotros halléis en vuestras casas un ambiente de amor auténtico. Pero también deseo invitaros a establecer y mantener siempre con los padres una relación de grande y auténtico afecto; ellos son vuestros primeros amigos. En gran parte, vuestra vida de mañana depende de la armonía en que viváis hoy y del respeto que tengáis hacia quienes os han engendrado y educado. Ciertamente, podrá llegar el momento de la separación, y también por esto debéis entrenaros en un crecimiento personal responsable; pero no cortéis jamás vuestras raíces humanas y familiares, so pena de perder la lozanía o la sensibilidad.

Como veis, cuanto os he dicho hasta ahora se refiere a vuestra educación humana, que es cosa muy importante.

Pero hay otro componente decisivo de vuestra vida, y es el específicamente cristiano, que se injerta en vuestra humanidad y la hace florecer. Un auténtico cristiano, esto es, un santo, es siempre un hombre perfectamente realizado. Podría deciros muchos nombres, pero todos toman su grandeza de un nombre solo, que es el de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios desde siempre, y que se ha convertido en nuestro Señor mediante su muerte y resurrección. Su vida, como bien sabéis, se gastó toda hasta el final en favor de los demás. Pues bien, a El debéis mirar, tenerle presente en vuestros pensamientos y afectos, seguirle cada día, porque sólo de El puede decir con plena verdad cada uno de vosotros junto con San Pablo: "Me amó y se entregó por mí" (Gál 2, 20). He aquí de donde sacar vuestra alegría más profunda, tal, que se convierta también en vuestra fuerza y, por lo tanto, en vuestro apoyo. Si, por desgracia, hubieseis de encontrar amarguras, padecer sufrimientos, experimentar incomprensiones e incluso caer en el pecado, enseguida vuestro pensamiento de fe se dirija a Aquel que os ama siempre y que, precisamente con su amor infinito como el de Dios, nos hace superar toda prueba, llena todos nuestros vacíos, borra todos nuestros pecados, y nos impulsa con entusiasmo hacia un camino nuevamente seguro y alegre. La vida en esta tierra a ningún hombre exceptúa de experiencias de este genero. Vuestras pequeñas penas de hoy pueden ser sólo una señal de mayores dificultades futuras. Pero la presencia de Jesús con nosotros, "siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,  20), es la garantía más exaltante y a la vez más realista de que no estamos solos, sino que Alguien camina con nosotros como aquel día con los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13 ss.).

Tened vivo en vosotros y conservad siempre este sentido del joven del Evangelio, del que tienen tanta necesidad los hombres de hoy, y testimoniadlo en vuestro ambiente. Quisiera deciros que para no envejecer debemos agarrarnos tenazmente a Jesús y a su anuncio. Efectivamente, sólo el amor, que es el alma del Evangelio, nos permite ser siempre jóvenes. Vosotros conocéis los episodios de violencia de nuestros días; ¡cuántas muertes causan y cuántas lágrimas! Pues bien, quien produce la muerte no sólo es viejo, sino que ya está muerto por dentro. En efecto, la vida sólo nace del amor y por lo tanto de otra vida, o sea de una muerte afrontada amorosamente, como la de Jesús. Por esto, cultivad el amor más genuino hacia todos, siempre dispuestos a ayudar a quien está en necesidad, a perdonar a quien os ofende, y también a corregir o, al menos, a tener compasión de quien ejerce la violencia.

Sean éstos, queridos estudiantes, los compromisos esenciales de vuestra vida. Y puesto que, como sabéis, estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, tratad de ponerlos en práctica desde ahora como preparación a la próxima Pascua. Vuestra alegría será tanto más auténtica, cuanto más haya pasado a través de la prueba, del sacrificio, del dominio de sí.

Por tanto, os deseo que sea así toda vuestra vida: esto es, un canto de alegría sabiendo que Jesús ha muerto por nuestro amor, y un canto de alegría por la belleza de nuestra inquebrantable comunión con El, que experimentamos también en los momentos más difíciles.

Y sabed siempre que el Papa os quiere. Por esto, os saludo una vez más, a todos vosotros y a vuestros profesores y padres. El Señor os acompañe siempre con su gracia, que invoco abundantemente sobre vosotros, mientras de corazón concedo a todos mi especial bendición apostólica.

 



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