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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE AUGSBURGO


Viernes 14 de marzo de 1980

 

Muy estimadas señoras y señores,
queridos jóvenes amigos:

Constituye para mí una gran alegría poder recibiros hoy en audiencia aquí en el Vaticano. En este encuentro dirijo mi saludo al rvdmo. sr. obispo de la diócesis de Augsburgo, mons. Josef Stimpfle, y, juntamente con él, a distinguidos representantes de la nobleza de Baviera, así como a otras personalidades del ámbito eclesiástico y civil. A todos vosotros se dirige mi amistoso saludo, y de un modo especialmente cordial a los jóvenes cantores, al "Coro juvenil de la catedral de Augsburgo".

A pesar de la distinta procedencia y profesión, quiero recibiros como á un único grupo, como a una comunidad de creyentes, cuya fe común en Cristo y en su Iglesia santa os une en mutua fraternidad. Por otra parte, todos vosotros formáis una representación de vuestro país católico, en el que está profundamente arraigado el amor a la Iglesia y la comunión con el Sucesor de Pedro. En estos tiempos de progresiva secularización en el Estado y en la sociedad nos es preciso reflexionar de una manera reiterada y lo más atentamente posible sobre la preciosa herencia recibida de nuestros antepasados, para conservarla viva en las situaciones y en las prácticas eclesiales y culturales de la actualidad. De aquí que cada Uno de vosotros esté llamado a prestar su aportación personal en el ámbito de su particular competencia y responsabilidad.

En relación con esto, y precisamente por ello, saludo explícitamente al "Coro juvenil de la catedral de Augsburgo", creado no hace muchos años y a través del cual se conserva afortunadamente una antigua tradición, ya del tercer siglo, de cuidar con todo esmero la música en la Iglesia. En nombre de todos los presentes agradezco a los jóvenes cantores su interpretación musical y deseo a ellos y a todos vosotros una estancia en Roma alegre y también espiritualmente fecunda. Desearía que el contacto con tantos lugares santos y con tantos signos de la fe de los primeros siglos cristianos os fortifique a vosotros mismos en la fe y os haga que os complazcáis en vuestra vocación cristiana.

Con mis mejores deseos para todos, imploro para vosotros mismos y para los seres queridos de vuestro hogar la protección y asistencia especial de Dios y os imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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