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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DE LAS ESCUELAS CENTRALES DE BOMBEROS


Sábado 15 de marzo de 1980

 

Queridísimos alumnos de las Escuelas centrales de Bomberos:

Me siento contento de recibiros a todos juntos hoy siguiendo una tradición inaugurada hace tiempo por mis predecesores.

Os saludo de corazón y doy bienvenida cordial a vosotros, a vuestro capellán y a los representantes de vuestra Jefatura. Estáis terminando un curso de formación en el que sin duda habéis aprendido muchas cosas necesarias para la acción que deberéis desarrollar en vuestros puestos respectivos.

Mi palabra se soma a estás enseñanzas valiosas para animaros en la actividad que os espera y recordaros el sentido que entraña, un sentido profundamente cristiano.

La vuestra es una tarea de generosidad y riesgo, de abnegación y sacrificio. Y recibe su significado más verdadero de la cualificación de servicio con que se presenta ante la sociedad. Esta es la causa por la que es un trabajo que tiene también y debe tener siempre una dimensión cristiana inconfundible o, mejor, una dimensión evangélica. ¡Cuántas situaciones de necesidad tendréis que resolver! Y ¡a cuántos hombres que se hallen en dificultad prestaréis ayuda! Pues bien, que en todo ello vuestro comportamiento sea semejante al del buen samaritano, protagonista de una de las parábolas más expresivas narradas por Jesús según el Evangelio de San Lucas (10, 29 ss.). A esto precisamente quisiera invitaros: a afrontar y desempeñar vuestra actividad como expresión concreta de amor cristiano al prójimo en sus necesidades. Un deber moral jamás puede ser un oficio, y menos aún la caridad cristiana, que es razón de vida, por el contrario, e impulso dinámico, libre y potente en favor de los demás.

Así, pues, comprenderéis bien que sólo colocándoos en esta perspectiva, podéis conferir nobleza particular a un servicio tan delicado y necesario a la comunidad; en todo caso será tanto más fructífero cuanto mayor contenido humano tenga de solicitud, amor y diría yo compasión, en el sentido original y evangélico del término, que significa "compartir los sufrimientos de los demás".

En base a estas breves reflexiones, me complazco en desearos los éxitos mejores. Que el Señor os ayude con su gracia, os dé fuerza y entusiasmo y os proteja siempre.

De mi parte, os concedo mi bendición apostólica paterna y cordial en prenda de abundantes favores celestiales para vosotros, vuestros familiares y amigos, el capellán y los comandantes.

 



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