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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE OTROS PAÍSES AFRICAN
OS

Kinshasa (Zaire), sábado 3 de mayo de 1980

 

Me dirijo ahora a los obispos que han venido de otros países africanos.

Hermanos muy queridos en Cristo: Me produce una gran alegría este encuentro con vosotros. Tengo verdaderos deseos de conocer también cada una de vuestras patrias, cada una de vuestras iglesias, sobre el terreno. Me hubiera gustado ensanchar el círculo de mis visitas. Tal vez entre vosotros están algunos de los que me habían invitado con insistencia. Razones convergentes y bien sopesadas han aconsejado no ir esta vez más allá del programa previsto. Lo siento de veras, sobre todo porque vuestras comunidades cristianas profesan una devoción muy ferviente y espontánea al Papa y merecían especialmente que se les animara, sea por su vitalidad, sea por las pruebas que pasan. Lo siento también por mí, que hubiera apreciado este nuevo testimonio. Pero me considero obligado por cada una de esas invitaciones, a las que intentaré hacer honor, con la ayuda de Dios, a su debido tiempo. Entre tanto, decid a vuestros hermanos, a vuestros sacerdotes, a vuestros religiosos, a vuestras religiosas, a vuestros laicos, que el Papa les quiere y les bendice con un gran cariño.

Ya se que África no es en absoluto uniforme, que los pueblos y las tribus son diversos, que las tradiciones son particulares, que la implantación de la Iglesia católica es también variada. Ocurre a veces que os encontráis en la situación del pequeño rebaño que debe conservar su identidad cristiana y, a la vez, dar testimonio de ella.

Sin embargo, parte de los problemas pastorales que he abordado con vuestros hermanos del Zaire valen también para vosotros: proseguir la evangelización, hacer más profundo el espíritu cristiano, la africanización, la solidaridad de los obispos entre sí, con las otras Iglesias locales y con la Santa Sede, la dignidad de la vida de los sacerdotes, de los religiosos, vuestra presencia en sus vidas, la cuestión de las vocaciones, los problemas familiares, la promoción humana, etc. Se os confía a todos vosotros una magnífica misión con la ayuda de Dios: contribuir a edificar una civilización en la que Dios tenga su puesto y en la que, por consiguiente, el hombre sea respetado. Si tuviera que dejar una consigna a todos los miembros de vuestras Iglesias, les diría: permaneced muy unidos.

¡Gracias por vuestra visita! ¡Que la paz de Cristo esté siempre con vosotros!

 



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