Index   Back Top Print

[ EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE KENIA

Nunciatura apostólica de Nairobi
Miércoles 7 de mayo de 1980

 

Venerables y queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

1. Es para nosotros causa de profunda alegría y fuente de fortaleza pastoral el reunirnos hoy, durante este tiempo pascual, aquí, en Nairobi; congregarnos en el nombre de Jesús que dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25).

Somos plenamente conscientes de que nuestro ministerio en África y nuestro servicio a la Iglesia universal está colocado bajo el signo de Cristo resucitado. Pues, junto con todos nuestros hermanos los obispos de todo el mundo, nosotros somos sucesores del Cuerpo de los Apóstoles, que fueron elegirlos para ciar testimonio de la resurrección. El conocimiento de cine “los apóstoles atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesús” (Act 4, 33) nos fortalece y nos sostiene verdaderamente, pues sabemos que hemos recibido la herencia del Colegio Apostólico. Para nosotros, los obispos, éste es un momento de confianza en el Señor resucitado, un momento de alegría pascual y un momento de gran esperanza en el futuro de África.

2. En esta ocasión mis pensamientos se dirigen a todos los obispos de África, y advierto con profunda satisfacción que los miembros de la Conferencia Episcopal de Kenia están decididamente comprometidos en numerosos programas de colaboración y trabajan conjuntamente con sus compañeros, los obispos de los países de la AMECEA, de Tanzania, Uganda, Zambia, Malawi, Sudán y Etiopía. Vuestro ministerio de halla enriquecido y sostenido por la gran fortaleza que procede de la caridad y el apoyo mutuo. Estad seguros de mi admiración y mi estima por la unidad que expresáis en la diversidad y en la colaboración fraterna y por los esfuerzos combinados en bien de la evangelización de eses países, que tienen tantas cosas en común.

Una iniciativa digna de mención particular es el Instituto pastoral de la AMECEA en Eldoret. Este Instituto proporciona especiales oportunidades para reflexionar sobre la misión que tiene la Iglesia de custodiar y enseñar cada vez más eficazmente la Palabra de Dios. 'El mismo Espíritu Santo dirige la Iglesia de África para escrutar “los signos de los tiempos” a la luz del sagrado depósito de la Palabra de Dios tal como es proclamado por el Magisterio. Sólo desde esta sólida base pueden encontrarse auténticas respuestas a los problemas reales que se refieren a la vida del pueblo. Juzgando según esta sagrada norma los obispos ejercerán su responsabilidad personal en orden a evaluar qué actividades pastorales y qué soluciones son válidas para África hoy.

3. Venerables hermanos, el ministerio episcopal es un ministerio al servicio de la vida, para llevar el poder de la resurrección a vuestro pueblo, de modo que éste “viva una nueva vida” (Rom 6, 4), para que ellos sean cada vez más conscientes de la vida cristiana a que son llamados en virtud de su bautismo,  y para que tengan comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo en su vida de cada día, en la situación concreta de África. Y puesto que esta comunión tan sólo se halla plenamente  realizada en el cielo, vuestro ministerio lleva consigo también una clara proclamación de la vida eterna.

Yo rindo homenaje a los obispos misioneros que han proclamado este mensaje de comunión de vida eterna y que han trabajado para realizar la completa fundación de la Iglesia en esta tierra. Por la gracia de Dios, su fatiga ha suscitado y sigue produciendo resultados admirables; su mérito es grande ante Dios.

4, He venido a África como Sucesor de Pedro en la Sede de Roma y como vuestro hermano en el Colegio Episcopal para animaros en vuestros esfuerzos como Pastores de la grey: en los esfuerzos de cada uno de vosotros por presentar a Cristo a una Iglesia local, en la cual reina la unidad entre el obispo y los sacerdotes, los religiosos y los laicos; en vuestros esfuerzos por iluminar las comunidades con el Evangelio y hacerlas vibrar con la vida de Cristo; en vuestros esfuerzos por comunicar el poder dinámico de la resurrección a la vida humana y, a través de ella, transformar y elevar todos los niveles de la sociedad.

He venido a confirmaros en vuestra total aceptación de la santa Palabra de Dios tal como es auténticamente proclamada por la Iglesia católica en todo tiempo y lugar. Quiero apoyaros en la convicción, tan espléndidamente expresada por los obispos de Kenia en su Carta pastoral del 27 de abril de 1979, de que la fidelidad a las enseñanzas de Cristo y del Magisterio de su Iglesia redunda verdaderamente en bien de los intereses del pueblo. Siguiendo vuestras claras visiones de fe, os mostráis vosotros mismos como verdaderos Pastores de la grey, ejerciendo un verdadero liderazgo espiritual cuando declaráis: “Nosotros, vuestros obispos, haríamos un mal servicio al pueblo, si no esperáramos de él la bondad y la fidelidad de que es capaz por la gracia de Dios” (Carta pastoral, pág. 10). Vuestra mayor contribución a vuestro pueblo y a toda África es ciertamente el don de la Palabra de Dios, cuya aceptación es la base de toda comunidad y la condición de todo progreso.

5. Como el Servus Servorum Dei, he venido a compartir con vosotros las prioridades de vuestro ministerio. En primer lugar ofrezco mi apoyo a vuestros esfuerzos pastorales en favor de la familia, la familia africana. La gran tradición africana es fiel a numerosos valores familiares, y a la vida misma, que tiene su origen en la familia. El profundo respeto por la familia y por el bien de los hijos es una aportación propia de África al mundo. La familia es el lugar donde cada generación aprende a imbuirse de esos valores y a transmitirlos. Y la Iglesia entera aprecia todo lo que hacéis para conservar esta herencia de vuestro pueblo; para purificarla y elevarla en la plenitud sacramental de la enseñanza nueva y original de Cristo. Por eso vemos como algo muy valioso el presentar la familia cristiana en sus relaciones con la Santísima Trinidad, así como el hecho de mantener el ideal cristiano en su pureza evangélica. La ley divina proclamada por Cristo lleva hasta el ideal cristiano del matrimonio monógamo, que es a la vez la base de la familia cristiana. Tan sólo una semana antes de su muerte, mi predecesor, Juan Pablo I, hablaba a un grupo de obispos con estas palabras, que yo considero muy relevantes hoy, aquí en África: “No nos cansemos nunca de proclamar que la familia es comunidad de amor: el amor conyugal une a los esposos y es procreador de vida nueva; es reflejo del amor divino, y amor comunicado entre sí y, según las palabras de la Gaudium et spes, es participación actual en la alianza de amor entre Cristo y su Iglesia” (AAS 70, .1978, pág. 766; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de octubre de 1978, pág. 3; Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 68).

Estad seguros de mi solidaridad con vosotros en esta gran tarea que lleva consigo la diligente preparación de los jóvenes para el matrimonio, la proclamación repetida de la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, y la renovada invitación a los fieles a aceptar y fortalecer con fe y amor la celebración católica del sacramento del matrimonio. El éxito en un programa pastoral de esta naturaleza, requiere paciencia y perseverancia y una fuerte convicción de que Cristo ha venido, a “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).

Sabed también que en todos vuestros esfuerzos para edificar familias fuertemente unidas, en las cuales el amor humano refleje el amor divino y en las que la educación de los hijos se lleve a cabo con un verdadero sentido de misión, en todos estos esfuerzos —digo—, poseéis el apoyo de la Iglesia universal. Con amor y sensibilidad de Pastores habéis ilustrado bien el gran principio de que todo acercamiento pastoral que no descansa en el fundamento doctrinal de la Palabra de Dios es ilusorio. Así, pues, con verdadera caridad pastoral os habéis enfrentado con diferentes problemas que afectan a la vida humana y habéis repetido la enseñanza de la Iglesia al servicio verdadero del hombre. Por ejemplo, habéis insistido claramente en el derecho humano más fundamental: el derecho a la vida desde el momento de la concepción; habéis reiterado de modo efectivo la posición de la Iglesia respecto del aborto, la esterilización y la contracepción. Vuestra fidelidad en mantener la enseñanza de la iglesia contenida en  la Encíclica Humanae vitae ha sido la expresión de vuestra solicitud pastoral y de vuestra profunda adhesión a los valores integrales de la persona humana.

Todo esfuerzo por sensibilizar a la sociedad en la importancia de la familia es un gran servicio a la humanidad. Cuando se comprende y se expresa en oración la plena dignidad de padres e hijos, una nueva fuerza benéfica se derrama en toda la Iglesia y en todo el mundo. Juan Pablo I expresó esto de modo elocuente cuando dijo: “La santidad de la familia cristiana es sin duda alguna el medio más apto para llevar a cabo la renovación serena de la Iglesia que el Concilio deseaba con tanto afán; a través de la oración en familia, la ecclesia domestica se convierte así en realidad efectiva y lleva a la transformación del mundo” (AAS 70, 1978, pág. 767; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de octubre de 1978, pág. 8; Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 69). Hermanos, sobre vosotros descansa la esperanza y la confianza de la Iglesia universal en la defensa y la promoción de la familia africana, tanto de los padres como de los hijos. El Espíritu Santo de la verdad, que tantos valores ha depositado en los corazones del pueblo africano, nunca dejará de asistiros como Pastores en vuestra misión de llevar la enseñanza de Jesús cada vez de modo más efectivo a las vidas de nuestros hermanos y hermanas. Nunca debemos tener miedo de predicar la plenitud de su mensaje en toda su pureza evangélica, porque, como afirmé en otra ocasión: “Jamás temamos que la exigencia sea demasiado fuerte para nuestro pueblo: fue redimido por la preciosa Sangre de Cristo, es su pueblo. A través del Espíritu Santo, el mismo Jesús asume la responsabilidad final de la aceptación de su palabra y del crecimiento de su Iglesia. Es El, Jesucristo, quien seguirá dando a nuestro pueblo la gracia de responder a las exigencias de su palabra, no obstante las dificultades y debilidades. A nosotros nos corresponde continuar proclamando el mensaje de salvación íntegro y puro, y proclamarlo con paciencia y misericordia, seguros de que lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios” (A los obispos de Papua Nueva Guinea e Islas Salomón, 23 de octubre 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 9 de diciembre de 1979, pág. 2).

6. Otro factor prioritario de vuestro ministerio es la catequesis: desarrollar la fe inicial de vuestro pueblo y llevarle a la plenitud de la vida cristiana. Estoy muy cerca de vosotros, con la alabanza y el aliento, en toda iniciativa vuestra para comunicar a Cristo, para encarnar su Evangelio en las vidas y la cultura de vuestro pueblo. Unidos a la Iglesia universal, y abiertos al patrimonio de su larga historia; os afanáis por conducir a vuestro pueblo, en la realidad de sus vidas diarias, a buscar en Cristo la luz y la fuerza. La finalidad de vuestras Iglesias locales es hacer que los fieles vivan a través de, con y en Cristo. Vuestros esfuerzos, en los que con todo derecho tratáis de asociar a toda la comunidad —y de un modo especial a los catequistas—, han de tener una constante referencia a Cristo: a su Persona divina, a su Espíritu y a su Evangelio.

La “culturización” o “inculturación” que promovéis con razón será verdaderamente un reflejo de la encarnación del Verbo, cuando una cultura, transformada y regenerada por el Evangelio, genere de su propia tradición viva expresiones originales de vida, celebración y pensamiento cristianos (cf. Catechesi tradendae, 53). Respetando, preservando y fortaleciendo los valores particulares y ricos de herencia cultural de vuestro pueblo, estaréis en posición de conducirlo hacia una mejor comprensión del misterio de Cristo, que ha de ser vivido en las experiencias nobles, concretas y cotidianas de la vida africana. No se trata de adulterar la Palabra de Dios, o de vaciar de su poder a la cruz (cf. 1 Cor 1, 17), sino más bien de llevar a Cristo al centro mismo de la vida africana y de elevar toda la vida africana a Cristo. De este modo no sólo el cristianismo será relevante para África, sino que el mismo Cristo será africano en los miembros de su Cuerpo.

7. Concedéis también, con razón, una gran importancia pastoral a la adecuada formación de los sacerdotes y religiosos, así como al fomento de estas vocaciones en la Iglesia. Dicha actitud es expresión de vuestra profunda comprensión de las necesidades del Cuerpo de Cristo. Desde el comienzo de mi pontificado he tratado de resaltar la importancia de la consagración religiosa en la Iglesia y el valor de la vida religiosa en cuanto que afecta a toda la comunidad de los fieles. Los religiosos tienen el deber de mostrar claramente la santidad de todo el Cuerpo de Cristo y de dar testimonio de la nueva y eterna vida adquirida por la redención de Cristo (cf. Lumen gentium, 44). Al mismo tiempo están llamados a muy diversos apostolados en la Iglesia. Su servicio al Evangelio es extremamente necesario para la vida de la Iglesia. Los religiosos misioneros han trabajado en Kenia con gran fidelidad al servicio de la causa del Evangelio: sólo el Señor Jesús puede agradecerles adecuadamente y premiarles, por cuanto han hecho en la implantación de la Iglesia. Su misión ahora va adelante en estrecha colaboración con sus compañeros religiosos originarios de Kenia que han escuchado la llamada de Cristo y están trabajando generosamente por la causa del Evangelio. El futuro de la evangelización en esta tierra seguirá debiendo mucho a los religiosos y religiosas, tanto autóctonos como de fuera.

He tratado también de llamar la atención sobre la naturaleza esencial, el papel y la función del sacerdocio en su necesaria relación con la Eucaristía, que es el culmen de toda evangelización (cf. Presbyterorum ordinis, 5).

Deseo confirmar de un modo particular la importancia vital para el pueblo cristiano de que sus sacerdotes estén familiarizados con la Palabra de Dios, con el conocimiento y el amor de Jesucristo y su cruz. En el plan divino la transmisión del Evangelio vivificante de Cristo está ligado a la preparación de los sacerdotes de esta generación. El lograr esta adecuada formación en el seminario es una de vuestras mayores responsabilidades como obispos de la Iglesia de Dios; ésta puede ser una de vuestras contribuciones más efectivas e la evangelización del mundo.

8. Un elemento importante que afecta a toda comunidad eclesial es la unidad y la cooperación entre obispos y sacerdotes. A. causa de su ordenación, el sacerdote es “un colaborador del Orden de los obispos”, y, para vivir la verdad de esta vocación, se le pide que colabore con el obispo y que ruegue por él. Para explicar la unidad de los sacerdotes con los obispos, San Ignacio de Antioquía la comparaba a la relación entre las cuerdas y la cítara (Carta a los Efesios, IV).

Por parte del obispo, esta relación requiere que esté cerca de sus sacerdotes como hermano, padre y amigo. Como tal ha de amarlos y animarlos, no sólo en sus actividades pastorales. sino también en sus vidas de consagración personal, El obispo está llamarlo a fortalecer a sus sacerdotes en la fe y a exhortarlos a mirar siempre a Cristo, el Buen Pastor, de modo que ellos comprendan cada vez mejor su identidad y dignidad sacerdotal.

La Iglesia renueva su deuda de gratitud a todos los misioneros y sacerdotes Fidei donum que están trabajando por la causa del Evangelio de Cristo. Su generosidad es la expresión del poder de la gracia de Cristo, y su ministerio es una gran prueba de la unidad católica.

9. En esta construcción de la Iglesia. conozco vuestro continuo empeño en edificar pequeñas comunidades cristianas, en las que la Palabra de Dios es la línea orientadora de la acción, y en las que la Eucaristía es el verdadero centro de la vida. La comunidad de los fieles en su totalidad se beneficia de estas iniciativas, que hacen posible que los hombres reconozcan a la Iglesia en su expresión concreta y en su dimensión humana como un sacramento visible del amor universal de Dios y su gracia salvadora. Ciertamente la voluntad de Jesucristo es que el amor de los cristianos sea manifestado de tal modo, que las comunidades individuales sean ejemplo de la norma universal: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 15, 35). En vuestro celo pastoral conocéis los sabios criterios establecidos por Pablo VI, que siguen siendo una guía segura para la efectividad de estas comunidades (cf. Evangelii nuntiandi, 58). En este, momento tan sólo quisiera acentuar el gran poder que tienen estas comunidades de llevar a cabo un papel eclesial activo en la evangelización de África. Que ellas sigan adelante con vosotros, sus Pastores, y con los sacerdotes, para comunicar “la insondable riqueza de Cristo” (Ef 5, 8).

10. Antes de terminar de hablaros hoy, mis queridos hermanos en Jesucristo, quisiera resaltar una vez más la gran necesidad de santidad en nuestras vidas, Para ejercer fructíferamente nuestro papel como Pastores del Pueblo de Dios, hemos de conocer a Cristo y amarlo. En una palabra, estamos llamados a la amistad con el Señor, del mismo modo como lo estuvieron los Apóstoles. Como Jesús nosotros somos el objeto del amor del Padre, y el Espíritu Santo está vivo en nuestros corazones. La eficacia di todo lo que hacemos depende de nuestra unión con Jesús, de nuestra santidad de vida. No existe otro camino para ser un digno obispo, un buen Pastor del rebaño. No existe dirección pastoral sin oración, porque sólo en la plegaria se mantiene la unión con Jesús. Sólo siendo como Jesús, el Hijo de María, que es la Madre de todos nosotros, podremos llevar a cabo nuestra misión en la Iglesia.

Que María. Reina de los Apóstoles. os mantenga en la santidad y el amor, en la oración y la caridad pastoral, y os ayude a llevar a Jesús a todo vuestro pueblo, a toda Kenia, a toda África.

Alabado sea Jesucristo, “el Pastor soberano” (1 Pe 5, 4) del Pueblo de Dios, “el Pastor y Guardián de nuestras almas” (ib., 2, 25).

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana