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VISITA PASTORAL A OTRANTO

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES


Domingo 5 de octubre de 1980

 

Queridísimos jóvenes:

1. Al finalizar esta intensa y espléndida jornada de la peregrinación que me ha conducido a vuestra Otranto para venerar a los ochocientos mártires en el quinto centenario de su testimonio de fe y de sangre, me encuentro con vosotros, que sois y representáis el futuro de vuestra ciudad, de vuestra patria, de la Iglesia, y lleváis en el corazón, como una herencia valiosísima, el admirable ejemplo de aquellos otrantinos que el 14 de agosto de 1480 —en el amanecer de lo que se considera históricamente "edad moderna''— prefirieron sacrificar la vida misma antes que renunciar a la fe cristiana.

Esta es una página luminosa y gloriosa para la historia civil y religiosa de Italia, pero sobre todo para la historia de la Iglesia peregrina en este mundo, la cual tiene que pagar, a través de los siglos, su tributo de sufrimiento y de persecución para mantener intacta e inmaculada su fidelidad al Esposo, Cristo, Hombre-Dios, Redentor y Liberador del hombre.

Vosotros, queridísimos jóvenes, os enorgullecéis legítimamente de pertenecer a una estirpe generosa, valiente y fuerte, que se refleja con complacencia en aquellos ochocientos otrantinos que, tras haber defendido por todos los medios la supervivencia, la dignidad y la libertad de su querida ciudad y se sus casas, también supieron defender, de manera sublime, el tesoro de la fe que les fue comunicado en el bautismo.

2. Hoy no podemos leer sin intensa emoción las crónicas de los testigos oculares del dramático episodio. Los ciudadanos de Otranto de más de quince años de edad se vieron ante la tremenda alternativa: o renegar de la fe en Jesucristo, o morir de muerte atroz. Antonio Pezzulla, un tundidor de paños, respondió por todos: "¡Nosotros creemos en Jesucristo, Hijo de Dios; y por Jesucristo estamos dispuestos a morir!". Y a continuación, todos los demás, exhortándose unos a otros, confirmaron:' "Morimos por Jesucristo. Todos. ¡Morimos de buen grado por no renegar de su santa fe!".

¿Eran, quizás, unos ilusos, unos hombres fuera de su tiempo? ¡No. Queridísimos jóvenes! Aquellos eran hombres, hombres auténticos, fuertes, decididos, coherentes, bien enraizados en su historia; eran hombres que amaban intensamente a su ciudad; estaban fuertemente ligados a sus familias; entre ellos había jóvenes, como vosotros, y como vosotros deseaban la alegría, la felicidad, el amor; soñaban un trabajo honrado y seguro, un hogar santo, una vida serena y tranquila en la comunidad civil y religiosa.

¡E hicieron, con lucidez y firmeza, su opción por Cristo!

En quinientos años la historia del mundo ha sufrido muchos cambios; pero el hombre, en su interioridad más profunda, ha mantenido los mismos deseos, los mismos ideales, las mismas exigencias; ha permanecido expuesto a las mismas tentaciones que —en nombre de los sistemas y de las ideologías de moda— intentan vaciar el significado y el valor del hecho religioso y de la misma fe cristiana.

Ante las sugestiones de ciertas ideologías contemporáneas que exaltan y proclaman el ateísmo teórico y práctico, yo os pregunto a vosotros, jóvenes de Otranto y de Pulla: ¿Estáis dispuestos a repetir, con plena convicción y conciencia. las palabras de los Beatos Mártires: "Elegimos mejor morir por Cristo con cualquier género de muerte, antes que renegar de El"?

Estar dispuestos a morir por Cristo supone la decisión de aceptar con generosidad y coherencia las exigencias de la vida cristiana; es decir, significa vivir para Cristo.

3. Los Beatos Mártires nos han dejado —y sobre todo os han dejado a vosotros— dos testimonios fundamentales: el amor hacia la patria terrena; la autenticidad de la fe cristiana.

El cristiano ama a su patria terrena. El amor hacia la patria es una virtud cristiana; sobre el ejemplo de Cristo, sus primeros discípulos manifestaron siempre una sincera "pietas", un profundo respeto y una limpia lealtad en relación con la patria terrena, aun cuando eran ultrajados y perseguidos a muerte por las autoridades civiles.

¡Los cristianos han llevado durante dos milenios y siguen llevando hoy su contribución de trabajo, de dedicación, de sacrificio, de preparación, de sangre para el progreso civil, social y económico de su patria!

El segundo testimonio que nos han dado los Beatos Mártires es la autenticidad de la fe. El cristiano debe ser siempre coherente con su fe. "El martirio —ha escrito Clemente Alejandrino— consiste en dar testimonio, de Dios. Pero toda alma que busca con pureza el conocimiento de Dios y obedece a los mandamientos de Dios es mártir, tanto en la vida como en las palabras. En efecto, aunque no derrama sangre, derrama su fe, puesto que por la fe se separa del cuerpo aun antes de morir" (Stromata, 4, 4; 15: ed. Staehlin II, pág. 255).

¡Sed jóvenes de fe! ¡De verdadera, profunda fe cristiana! Mi gran predecesor Pablo VI, el 30 de octubre de 1968, tras haber hablado sobre la autenticidad de la fe, rezó una oración suya "para conseguir la fe".

Teniendo presente aquel texto tan incisivo y profundo, yo espero que, siguiendo el ejemplo de los Beatos Mártires de Otranto, vuestra fe, jóvenes, sea cierta, es decir fundada en la palabra de Cristo, en el profundo conocimiento del mensaje evangélico y, especialmente, de la vida, de la persona y de la obra de Cristo; y del mismo modo sobre el testimonio interior del Espíritu Santo.

Que vuestra fe sea fuerte; que no se tambalee, que no vacile ante las dudas, las incertidumbres que sistemas filosóficos o corrientes de moda querrían sugeriros; que no llegue a compromisos con ciertas concepciones que querrían presentar el cristianismo como una mera ideología de carácter histórico y, por tanto, ponerlo al mismo nivel de muchas otras ya superadas.

Que vuestra fe sea gozosa, como basada en la seguridad de poseer un don divino. Cuando rezáis y dialogáis con Dios y cuando habláis con los hombres, manifestad la alegría de esta posesión envidiable.

Que vuestra fe sea operosa, se manifieste y se concrete en la caridad activa y generosa hacia los hermanos que viven abatidos en la pena y la necesidad; que se manifieste en vuestra serena adhesión a la enseñanza de la Iglesia, Madre y Maestra de verdad; que se exprese en vuestra disponibilidad hacia todas las iniciativas de apostolado, a las que estáis invitados a participar para la expansión y la construcción del reino de Cristo.

Confío estos mis pensamientos a los Beatos Mártires, cuya intercesión invoco hoy, de manera particular, para vosotros, jóvenes, para que, como ellos, sepáis vivir con renovado empeño las exigencias del mensaje de Jesús.

Con mi bendición apostólica.

 



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